CAPÍTULO 2

2. ¡OH,OH!

—¡Hola, Sarah! —la saluda Delci, la otra instrumentadora quirúrgica del hospital y gran amiga, cuando ésta, llega al trabajo.

—Hola, Delci, ¿qué tal el turno de noche?

—Terrible, querida, muchos accidentados y mucha sangre.

—¡Oh! Debes estar cansadisima, ve a descansar, amiga.

—Sí, a eso voy —bosteza la mujer notoriamente agotada.

—Saludos a Henry, a Mat y a Sam... —le dice Sarah al despedirse con un abrazo.

El turno de Sarah termina más tarde de lo que esperaba, regresa a casa de noche y en la entrada, coincide con su vecino quien la saluda con un asentimiento de cabeza y una sonrisa. Han sido varios los días en los que se cruzan por un instante y pasa lo mismo. Sarah le devolve la sonrisa y ambos entran a sus respectivos hogares.

La Instrumentadora calienta la comida que había guardado en el refrigerador y decide ir al patio a respirar aire fresco mientras come y se reposa antes de irse a bañar.

—¡Papá, no! ¡Para! —escucha a Simón gritar y se asusta, pero mira detenidamente a la otra casa y ve al hombre persiguiendo al niño con un cocodrilo de peluche, lo atrapa y le hace cosquillas.

Sarah sonríe para sí y se vuelve a preguntar si aquel hombre está al tanto de cómo tratan al pequeño en su ausencia, sin embargo, se repite que no debe meterse.

●●●

Es sábado por la mañana, el turno de Sarah empieza más tarde.

Al despertar se percata que no han habido gritos o quizás estaba tan cansada que no los escuchó.

Prepara su café, se envuelve en un albornoz  y sale al porche de su casa.

El clima está deliciosamente fresco, está descendiendo la temperatura porque se acercan las nevadas.

Se sienta en una de las mecedoras a degustar la taza humeante del fabuloso líquido. La señora Jardon la saluda desde el otro lado de la amplia calle y ella levanta la taza en saludo a su querida vecina.

Es una mañana hermosa. Las plantas que tiene en el porche se ven preciosas, parecen más coloridas.

Admira su casa, le encanta todo de ella, pero sobre todo le encanta que es suya.

Hace unos meses terminó de pagarla y le costó mucho esfuerzo y trabajo, por lo que se siente orgullosa de ella misma y de tener un lugar propio. La ha ido adaptando a sus gustos y cada vez la siente más acogedora.

Ve salir a su vecino, quien al pasar en el carro por su frente, le hace con la cabeza, el mismo gesto de siempre para saludarla, ella lo imita.

Termina con su café y entra a desayunar tranquila, o eso creía, porque a penas le ha dado el primer bocado a su cereal, cuando escucha a la mujer de al lado gritar, buscando a Simón.

Sarah rueda los ojos.

 «¡Qué ser tan irritante!». Réplica en su interior.

Decide podar un poco las plantas de su patio y antes de ponerse en la tarea, tira un par de nueces como suele hacerlo para su peluda amiga que ha de estar por el árbol al final del patio.

Se pone en el proceso con sus plantas buscando un poco de tranquilidad, pero la voz de Lina ya la tiene fastidiada, no ha parado de llamar a Simón y buscarlo por toda la casa.

—¡Simón, ¿dónde estás metido, mocoso?!

 «Simón, ¿dónde estás metido, mocoso». Sarah remeda la voz chillona de su vecina, haciendo muecas con la cara.

De repente la chica ve algo moverse en el patio de al lado, junto a la casa de perro que ha estado ahí desde que ella misma se mudó y jamás ha sido ocupada por algún can.

Mira con más cuidado y ve los pies de Simón.

Escondido con un libro en las manos, el niño intenta ocultarse de su "viborastra", como la ha empezado a llamar Sarah.

El pequeño se percata de que lo observan y se encuentra con los ojos de su vecina, la mira aterrado al sentirse descubierto por la extraña.

Lina se asoma en el patio llamando al niño y ve a Sarah podando las plantas.

—Hola, Sarah —la saluda.

—Hola, Lina.

—Disculpa, ¿has visto al hijo de mi esposo?

—No, no lo he visto hoy —le miente—. Debe estar dentro en algún rincón de la casa.

—Sí, supongo.

—¿Y el otro niño? —le pregunta Sarah.

—Está viendo tv.

—¿Es también de tu esposo? —A Sarah le ronda la curiosidad por la forma diferente en la que el hombre saluda al niño mayor, se ve que le tiene cariño, pero no es el mismo amor que le demuestra a Simón, por eso sospecha que no es de él y quiere aclarar su hipótesis.

—No, es de mi difunto esposo, pero Marcos lo trata como propio —Lina sonríe orgullosa.

 «Y tú a su hijo, lo tratas como esclavo» piensa Sarah para sus adentros controlando su lengua.

—Así debería ser siempre. No importa de quien sean los hijos, hay que cuidarlos como propios —dice Sarah intentando sonar lo más inocente posible. Pero a Lina no le pasa tal comentario desapercibido, a lo cual le dedica una sonrisa fingida.

—Seguiré buscando a Simón.

—Lindo día, vecina —se despide Sarah con otra sonrisa fingida.

A penas Lina se va, la chica busca a Simón que sigue escondido detrás de la casa de perro y está mirándola con extrañeza.

Sarah pone su dedo en medio de su boca, señalandole que guardará el secreto. El niño relaja su expresión, sonríe y asiente con la cabeza.

Entra a preparar el almuerzo, guarda en su lonchera del trabajo frutas y unos pequeños chocolates. Mientras lo hace, recuerda al niño escondido en el patio, toma dos y se los lleva.

—¡Pss, pss! —llama a Simón, y le indica con la mano que se acerque. El niño se acerca con cuidado y un poco temeroso—. ¿Te gustan los chocolates, bonito? —El pequeño asiente con la cabeza, ella extiende su mano, le da los dos chocolates y vuelve a poner su dedo índice en medio de la boca, le guiña el ojo y se despide con la mano.

—¡Gracias! —le dice Simón en un volumen bajo y vuelve a su escondite. Abre uno de los chocolates mientras sigue leyendo su libro.

●●●

Marcos regresa temprano a casa. Desde afuera escucha a Lina regañando a Simón que recién ha aparecido. La mujer lo estuvo buscando toda la mañana para hacerlo limpiar la casa, pero el niño había preferido esconderse a leer su libro favorito, el que su mamá le había escrito.

—¡Eres un mocoso insolente! —le grita y Marcos alcanza a escuchar mientras mete la llave en la cerradura. Se da prisa y abre la puerta.

—¿¡Qué pasa, Lina!? ¿Por qué le hablas así a Simón? —le reclama Marcos con notorio enfado.

Lina lo mira sorprendida, no esperaba que llegara en ese momento. Su cara se pone de todos los colores, sabe que Marcos odia que le levante la voz a su hijo.

—¡Oh, Marcos! Qué bueno que llegaste. Simón se ha portado espantoso todo el día y me ha estado faltando al respeto —La mujer pone cara fatigada y triste, haciéndose la víctima.

Marcos mira a su pequeño con preocupación, se inclina a su altura, dándole la espalda a Lina.

—Simón, hijo, ¿por qué te compartas así?

—Papá, yo no... —El pequeño no termina de hablar cuando mira la cara amenazante de Lina—... yo... lo siento —dice bajando la cabeza. Sabe que si le dice lo que está pasando a su papá, Lina lo maltratará o, peor aún, ella lo amenaza con alejarlo de Marcos. El pequeño sabe de todo lo que Lina es capaz, y su papá es lo único que le queda.

—Hijo, debes respetar a Lina, ella se esfuerza por cuídarte como tu mamá quería —Aunque no es cierto, Simón asiente—. Ve a tu cuarto, en un rato subiré —le pide su progenitor.

Mientras sube las escaleras, Simón escucha a su papá y a su madrastra discutir y se sienta en el último escalón de arriba.

—¿¡Es todo!? ¿El niño me falta al respeto y tú solo lo mandas a su cuarto?

—Por favor, Lina, sabes que esto no ha sido fácil para Simón. Aún esta asimilando la muerte de su mamá.

—Así lo excusas siempre, ya estoy harta de lo mismo.

Marcos respira profundo antes de hablar.

—Lina, tú sabes que eres lo más cercano a una madre para él, por eso tenemos este arreglo y porque Simona lo quería así.

«Simona» Pronunciar su nombre le hace doler el pecho.

Simona, su amada, había enfermado de repente y fue desmejorado sin causa alguna hasta que murió, lo que le causa una fuerte tristeza a Marcos quien en las dos últimas semanas de vida de su esposa no había podido estar con ella y no había podido ni siquiera despedirse.

El recuerdo de su amada Simona lo golpea a cada instante.

—Amor, si me pasa algo en algún momento no quiero que desampares a Lina y a su hijo, sabes que somos las únicas personas que tienen en el mundo y nuestro Simón necesita una figura materna.

—¿Por qué dices eso, mi vida ? A ti no te pasará nada, yo estoy aquí para cuidarte.

—Lo sé, pero quiero que lo sepas por si sucede algo inesperado como lo que le sucedió a Leonardo —ella lo besó en los labios y el sonrió enamorado.

—¡Marcos! —el llamado de Lina lo hace regresar al presente.

—¿Qué decías, Lina?

—Te decía que iré con Leonardo Jr. a Villa Peace, ¿irás con nosotros?, ¿me llevo a Simón?

—No, vayan ustedes, me quedaré con Simón, quiero pasar mi día de descanso con él.

—Perfecto —dice Lina, aliviada de no tener que cargar con el mocoso.

A Simón, que sigue cerca a las escaleras escuchando, se le ilumina el rostro al saber que estará solo con su papá.

Lina quien tiene las maletas listas para pasar el fin de semana en Villa Peace, aprovecha para irse más temprano. Se despide de Marcos y se marcha con su hijo.

Un alivio invade al pequeño Simón a penas la mujer se va y parece extenderse en aquella casa, hasta el propio Marcos se siente relajado.

—¿Podemos jugar con la pelota, papá? —le pregunta con entusiasmo el pequeño Simón a su papá.

—Claro que sí, hijo —Marcos es incapaz de negarse a cualquier petición que le de un poco de felicidad a su pequeño. Desde que su madre murió no ha vuelto a ser el mismo niño feliz que era antes.

Juntos pasan toda la tarde en el patio jugando, hasta que Marcos golpea la pelota con mucha fuerza y va a parar en la ventana de la vecina, rompiendola.

—¡Oh, oh! —exclaman padre e hijo.

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