Capítulo 2

Kalil.

Ha llegado el último día de fin de año, el palacio se ha puesto en movimiento desde temprano, porque al caer la noche, este mismo lugar estará repleto de gente. 

«Es nuestra costumbre», el rey da unas palabras mientras toda la gente que desea, entrará en los alrededores del palacio; básicamente muchas de ellas quedan por fuera, pero la monarquía atiende a todas estas con un banquete y algunos obsequios por familia. 

Mi madre y Hanna me están volviendo loco con los preparativos, tanto, que ahora mismo he perdido más de una hora en un salón, mientras un sastre toma mis medidas; ellas por el contrario están perdidas parloteando de todos los eventos que se avecinan en algunos días. 

La verdad no sé exactamente los detalles de su conversación, mi mente está muy lejos de aquí, necesito que el hombre termine con lo que está haciendo para ir a un lugar en específico. 

—Yo prefiero que haga juego con el traje de mi hermano madre… quiero tener dorados en mi vestido como las insignias que llevará el Rey —dice Hanna en un tono más elevado de lo normal, haciéndome perder la concentración desviando la mirada a ella—. ¿Hermano te pondrás todas? 

—Uhum —respondo colocando la camisa en mi cuerpo, ya que finalmente el sastre ha terminado con mis hombros. 

—¿Kalil? —La voz de Hanna nuevamente me detiene, estaba justo por escapar triunfante de estas dos, y resultar ileso. Entonces giro en dirección con un signo de pregunta en mi rostro hacia ella—. ¿Tienes el discurso de esta noche? —vuelve a preguntar—. Recuerda que tus palabras son muy importantes para nuestro pueblo. 

—Si… Ahora debo irme, hablamos por la noche. 

Mi hermana no queda muy complacida mientras comparte mirada con mi madre, pero yo no me quedaré a indagar el por qué. 

«Relativamente, ya lo sé.»

Tomo un caballo mientras que varios hombres me acompañan a la salida del palacio, la mañana por más fría que esté, se ve radiante, como si el último día del año se despidiera alegremente. Galopo a paso suave no muy lejos de mi estancia hasta llegar al lugar que desde que desperté no ha salido de mi cabeza. 

«El cementerio Real.»

Hago un ademán a los guardas para que se queden a la entrada, justo donde dejo mi caballo para disponerme a caminar, recordando la indicación de Basim, en dirección a la lápida que Hammed hizo para Saravi. 

No tardo mucho en encontrarla, su padre se encargó de hacer una gran diferencia de entre todas las lapidas; pues está tenía todos sus bordes en flores, flores muy coloridas y frescas, como si viniera todo el tiempo aquí para mantener cuidada su apariencia. 

Giro hacia todo alrededor, visualizando que está totalmente solo el lugar y procedo acercarme tanto como puedo para detallar las letras y ver que su nombre está escrito allí… 

Un símbolo llama mi atención, un ave se encuentra incrustado en la piedra con las alas abiertas y en el otro extremo un brillo inusual me hace fruncir el ceño. 

Es una esclava de oro, que tiene varias alas diminutas en ella. 

Me agacho de inmediato y la tomo en mis manos, rozándola con los dedos mientras trato de recordar si alguna vez se la vi puesta, pero es imposible, nada viene a mí. Nunca detallé estas cosas en ella.

Tomo el aire lentamente mientras mis dedos pasan por cada letra de su nombre en la lápida, y los recuerdos comienzan a invadir nuevamente…

“— ¿Te gusta leer? —pregunto sabiendo la respuesta, por qué ahora mismo quiero decir cualquier palabra, cualquiera para mantenerla conmigo un tiempo más.

—Sí —responde ella un poco tensa, sin quitar la mirada de los libros.

Sus dedos pasan de forma lenta por todos los ejemplares, sé que quiere esconderse, esconderse por un rato de su nerviosismo… Esconderse de mí.

—Entonces tendré que cerrar la biblioteca —digo picándole, ella no demora para caer en mi broma girando apresuradamente, mirándome como si yo fuese un tirano, exactamente ubicándome como ella cree que soy.

Tengo muchas ganas de reír ante su expresión, pero solo alzo mis manos para hacerle saber que es una broma lo que dije, entonces ella suelta un poco la tensión.

Me vuelve loco como cada expresión refleja su estado, me inquieta en sobre manera como nunca oculta sus sentimientos…”

—Majestad… —la repentina voz me da un susto inesperado, había quedado prendado en el pasado, me hubiese gustado quedarme allí—. ¿Usted aquí? 

Hammed me observa extrañado, girando la vista por todo el lugar buscando si hay otra persona conmigo, parece que mi presencia aquí le ha causado asombro. 

Carraspeo varias veces, reponiéndome, sobre todo volviendo al presente, a la realidad. 

—Esta, también es la lápida de mi esposa… —él frunce el ceño y corrijo de inmediato—. De Saravi. 

Asiente como si cierta carga se cayera de sus hombros, y se relaja al instante.

—Quise venir hoy a poner flores frescas, estaba buscando agua, no le vi llegar —dice Hammed con la mirada direccionada en la entrada donde están los caballos y los guardas del palacio. 

—¿Cómo está su esposa? —pregunto sin pensar, porque no sé de qué otro tema hablar a no ser de Saravi, y él no quiere tocar ese tema. 

—Bien, en la casona. 

El hombre comienza a regar las flores de manera cuidadosa, mientras arregla y limpia la lápida, de pronto alguna cosa lo frena y se levanta observando mi mano y la pulsera de oro que aún llevo conmigo. Instantáneamente llevo mis ojos a mi mano y siento vergüenza, apretando sin querer soltar su pertenencia. 

—Solo estaba viéndola —me disculpo sin querer devolverla, rozando mis dedos como si eso fuese hacerme sentir mejor. 

—Puede quedársela Señor, ahora pienso que no serviría de nada dejarla aquí. 

Asiento en silencio agradecido, mientras juntos observamos su lápida y nos perdemos en estos momentos. 

—A veces pienso que yo arrojé a mi hija a esto —dice, pero ninguno de los dos se mueve—. Saravi siempre fue tan arrebatada… Tan llena de ilusiones, tan… 

—Terca… —termino yo por decirlo y una sonrisa se asoma en el rostro de Hammed, lo veo por el rabillo del ojo. 

—Y muy obstinada —continúa negando varias veces. 

—¿Y me lo dice a mí? Lo viví en carne propia —le digo posicionándose frente a él, respirando profundamente y preparándome para lo que voy a decirle—. Hammed… Perdóneme, no cuide a su hija, no la protegí. 

Su mirada se vuelve oscura, pero a diferencia de la otra ocasión no veo resentimiento en ella. Un soplido sale de su boca tratando de encontrar las palabras adecuadas. Después de todo soy el Rey y él parece no olvidar el procedimiento. 

Aunque eso no me interesa ahora mismo. 

—Gracias por sus palabras alteza, sé que quiso a mi hija y que hizo todo lo que pudo. 

—No, yo no quise a Saravi, Hammed —suelto de repente colocándolo nuevamente en una tensión apremiante, su rostro se vuelve confuso—. Yo amo a Saravi con locura y no, no hice lo suficiente por ella. Pero ese será mi castigo por toda mi vida, porque yo jamás podré dormir tranquilamente, ni vivir una vida normal después de ella. 

Su mirada sigue sostenida a la mía, algo dentro de ella sigue cambiando al mirarme, quizás y solo quizás, entendió mi verdad y agradezco por eso. No dice nada, pero su semblante lo expresa todo, creo que ha quedado tranquilo y a pesar de su sufrimiento puede comprender mi estado. 

—Salúdeme a su familia majestad —dice por fin después de algunos segundos largos, y cuando se da la vuelta yo me atrevo nuevamente a retenerlo. 

—¿Vendrá a la celebración en unos días? —pregunto sin mencionar la palabra compromiso

Él debe saberlo, las invitaciones han sido enviadas a todos los nobles, él está muy claro de los que sucederá en una semana más. 

—No lo creo mi Señor, pero le visitaré otro día. 

Le envió una sonrisa de agradecimiento, asintiendo, mientras le veo caminar hacia un carruaje que le espera afuera del lugar, el aliento ya no es tan pesado, pero la sensación de embargo aún no se va. 

Empuño mi mano tomando con seguridad la pulsera, camino con paso decidido, sintiéndome un poco mejor, tratando de dar un ligero respiro a mi incertidumbre, entre tanto, medito en que me iría bien venir aquí desde ahora. 

Después de una larga comida, donde las mujeres no dejaron de hablar por un segundo, por fin puedo tomar el tiempo, e ir a solas con Basim para que me ponga al tanto de todo lo que me espera en los días venideros. 

Así que con señas el general y yo salimos rumbo a la biblioteca. 

Mi lugar preferido. 

—Parece que quisieras huir todo el tiempo de las damas —dice el general divertido cerrando la puerta por fin para luego ir y ofrecerme un trago. 

—Sé que su posición es diferente Basim, por mi parte estoy exasperado por todo este revuelo. 

—El revuelo se llama compromiso, sabe que no me gusta decirle las cosas, pero usted me ha hecho como un hermano. No se ve nada bien como trata de ignorar a la señorita Alinna. 

Las palabras de Basim, aunque son ciertas, me dan más fastidio del que debería. ¿Pero cómo puedo ir en contra de mí mismo? 

—Trataré de lidiar con eso —respondo al tiempo que recibo la copa y la bebo de golpe—. ¿Qué hay de nuevo en el caso? 

—Nada nuevo todo sigue igual, mandé retirar el pelotón que estaba en el asunto, ya hacían muchas preguntas… 

—¿Qué clase de preguntas? 

—Las normales. ¿Por qué seguimos buscando a alguien muerto? ¿Qué pasa con el rey? ¿Qué estamos haciendo en esta búsqueda sin salida? ¿Por qué el hecho se oculta en el palacio? —el tono al decir todas estas conjeturas termina por acabar con mi paciencia. 

—¡Me importa un carajo lo que piensen! —expreso levantándome de golpe, haciendo que el general también lo haga. 

—Kalil —repone serio—. Por su bien, por la monarquía y por mi sincera amistad, retiré el pelotón, no he reanudado otra brusquedad. Es suficiente. 

—¡Yo decido cuándo será suficiente! 

—¡No esperaremos que digan que usted se ha vuelto loco! Que se casará con una mujer y que busca a otra…

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