Capítulo 1

Taker Company

Días antes del desastre de mi vida...

Giotto

¿Cuánto tiempo te puede llevar darte cuenta de que eres perfecto y llevas una vida completamente perfecta? A mí me puede llevar segundos.

Quiero decir, nada más con mirarme te puedes dar cuenta que soy bastante... llamativo. Las miradas de las mujeres en la calle nunca me abandonan y hasta de los hombres también. 

No miento al decir que soy hermoso y un perfecto caballero. Puede ser que tal vez no tan perfecto, pero todo de mi opaca mis imperfecciones.

—Entonces, ¿cuántos tatuajes te harás, hermano? —Lukyan, mi mejor amigo, me preguntaba con una ceja levantada—. A tu viejo le va a dar un infarto cuando vea que en tu cuerpo ya no cabe un tatuaje más.

Nos empezamos a reír mientras entramos a una cafetería.

—Todavía me queda el rostro sin tatuar —nos sentamos en una mesa que teníamos reservada para nuestra charla matutina—. Donato se cabrea muy rápido porque no me deja vivir en paz.

—Bueno, si lo ves desde otra perspectiva, podemos decir que tu padre se preocupa por ti —frunzo el ceño—. ¿Me queda bien el papel de hombre preocupado? Estoy practicando para que mi madre deje de insistir en que debo convivir con seres humanos.

—Convives con mi perfecto ser...

—Y el mío —me interrumpe, Antonella, sentándose en nuestra mesa de siempre—. Estoy agotada de ver cómo mi madre quiere que cambie de aires —suspira cansada—. Mis aires están sumamente perfectos.

—Definitivamente es difícil la vida de nosotros los ricos con los caprichos de nuestra familia poco comprensiva —admito con pesar.

No somos niños, pero venimos de familias con carácter y cuando eres desobediente y quieres hacer tu voluntad, tus viejos se molestan. Lukyan es unos años menor que yo, es un tipo blanco, cabello castaño, cuerpo igual al mío, tatuado como yo, cabello castaño, ojos azules y barbudo. Es apuesto y es un perfecto descendiente de una italiana y un ruso. Es hijo de Lauren y Ryan, mis tíos de crianza y los mejores de este mundo.

Antonella es una hermosura de chica pelirroja, adorable a la vista, sensible, piel de porcelana y con un carácter perfecto. De verdad adoro a esa niña. Ella también es hija de una italiana y un ruso. Su madre es Arya y su padre es Aleksandr, también son mis tíos de crianza y los seres más maravillosos que yo pude conocer.

—Mamá quiere hacerme ir a un hogar de acogida —me empiezo a reír de Antonella—. No te rías así, imbécil. Mira que gracias a eso no pagas impuestos.

—Si pagamos impuestos —interviene Lukyan—, solo que nos sale más barato por simplemente hacer obras benéficas.

—Es cierto —le guiño un ojo—. El dinero que nos sobra debemos darlo a los más necesitados. Recuerden que a mis tíos les gusta ser el ángel de la guarda de los pobres.

—Sí y no sabes lo que me molesta que me hagan convivir con ellos —responde indignada.

—De verdad que no comprendo por qué tienen que hacernos cambiar —llega una mesera con el menú—. Me gusta como somos y no lastimamos a nadie.

—Oye, mesera —señalo a la chica —, la mitad de esta cafetería es mía y la otra mitad es de ellos —señalo a los chicos—, ¿exactamente cuál fue tu motivo para dejarnos esperando tanto tiempo?

Los tres vemos a la chica que se encuentra avergonzada.

—Tienes anteojos y creo que son lo suficientemente grandes para que te des cuenta de que tenemos más de 30 minutos esperando por ti —me cruzo de brazos al verla que no me responde.

—La chica está muda —Lukyan coloca sus brazos en la mesa—. Los ratones puede ser que la dejaron sin lengua.

—Es que no hay nadie en la cafetería, ¿acaso no querías atendernos? Oh, por Dios. Si somos clientes habituales en nuestra cafetería y en todo lo que sea de nosotros —Antonella, mira a la chica de arriba hacia abajo—. ¿Te damos miedo, linda?

La chica baja la cabeza y juega con su delantal, suspiro aburrido por semejante situación y miro hacia los lados. Todos en este lugar sabían que nosotros estábamos aquí, pero nadie quiso venir a tomar nuestros pedidos.

Me levanto de la silla y voy hacia donde había un hombre anotando algo en un cuaderno.

—¿Por qué dejaste que los dueños de este lugar esperaran para ser atendidos? —enfrento al tipo, él alza la vista del cuaderno y me ve como si no entendiera—. Está cafetería es mía, no porque este enfrente de mi compañía quiere decir que no lo es.

—No comprendo de qué me habla, señor —el hombre frunce el ceño molesto—. Estoy pagando las deudas, pero está cafetería es mía.

—¿Deudas? Amigo, hace rato que está cafetería es de Taker Company —se burla mi amigo.

—En oferta la compramos y quisimos mantener a sus empleados para que no se sintieran mal por perder su empleo —interviene Antonella.

—¿Ves? La cafetería es nuestra. Entonces, atiende a sus dueños o váyanse y no vuelvan —respondo.

El hombre se empieza a reír haciéndome molestar.

—¿Así son todos los ricos? —lanza unas cosas en el mostrador—. En serio se creen los dueños del mundo por cagar plata. Creen que pueden menospreciar al resto de la gente trabajadora, que se esmera por hacer las cosas bien y lucha día a día para llevar la comida a la mesa...

—La de nosotros estaba vacía, por si no lo viste —lo interrumpe, Luk.

El hombre lo ignoró y siguió hablando.

—Se creen el ombligo del mundo y creen que todo gira a su alrededor, pero déjenme les informo, en la vida real, en los barrios pobres todos luchamos día a día para salir adelante y aunque no tengamos dinero, tenemos una familia que nos apoya.

—¿Y quién te dijo a ti que nosotros no somos apoyados por nuestras familias? —se empieza a reír Antonella—. Eres tan divertido. ¿Acaso es culpa de nosotros que todos ustedes sean pobres? Simplemente somos personas pudientes, tenemos una posición más cómoda que el resto y gracias a nuestros padres estamos aquí. Así que no digas que nos creemos el ombligo del mundo. No, cuando realmente somos el ombligo del mundo.

El hombre la mira mal.

—Carecen de amor, humanidad y hacen que la gente los desprecie por su actitud asquerosa. Podremos ser pobres y no tener una posición económica, pero tenemos algo que ustedes no —alzo una ceja esperando la metáfora del año—, tenemos amor, sentimientos y eso, el dinero jamás lo podrá comprar.

Aplaudo al hombre con fuerza, llamando su atención.

—Vaya, ahora dilo sin llorar para que tenga un efecto más profundo y significativo en nosotros —me acomodo la corbata y lo veo con seriedad—. Esto es simple y sencillo. Escucharte hablar es como permitirle a un perro que coma chocolate. ¿Tengo dinero? Sí. ¿Tengo posición económica? Sí. ¿Debemos seguir discutiendo con un resentido de la vida porque no le dio la gana de atender a personas que son superiores a él? No. Y una cosa más, ¿tenemos culpa de tener el dinero que las personas del barrio pobre y a ti les falta? No. Así que deja tus sermones de hombre dolido y recoge tus pertenencias porque la realidad hoy te golpea a ti. 

—Eres un miserable hijo de puta —escupe con rabia.

—Sí, lo soy y para mis negocios soy peor. Entonces, para evitar más molestias en tu perfecta y pobre vida, hasta hoy trabajas aquí. Puedes irte a lamentar a otro lugar y vivir del amor que entre todos se dan —me encojo de hombros—. Simplemente tenías que hacer tu trabajo, no te dio la puta gana de atendernos y no porque sea el ser más poderoso de todo Ámsterdam, voy a tratar como la mierda a los seres humanos. Simplemente presumo de lo que tengo y como no me da la gana de tenerte en la cafetería que estaban rematando cuando la compramos, te despido. 

El hombre sale hecho furia de la cafetería y maldiciendo a diestra y siniestra.

—Quien quiera hacerle compañía al hombre desafortunado, ahí está la puerta. Nadie los detiene de vivir una mejor vida y estar en otra cafetería, pero les recuerdo, que todo lo que nosotros ofrecemos, en ningún otro lugar lo encontrarán —esta vez era mi amigo quien hablaba.

Dos chicas más salieron de la cafetería mientras el resto regresaba a trabajar.

—Jodieron mi paz mental y mis ganas de tomar café, se largaron —me indigno.

—Vamos, tenemos una reunión con papá —me informa Antonella, dándome un beso en la mejilla.

Asiento y empezamos a salir de este lugar. Me comporto como un niño, soy un inmaduro que le gusta discutir y sacar de las casillas a las personas, me apasiona verlos cabreados, pero soy un jodido ser humano. Sé de lo que carezco y eso hace que no sea completamente perfecto.

Recuerdo claramente a la mocosa de tres años que estuvo conmigo en la guardería y gran parte de la culpa de que yo sea así, es de ella.

Decir que yo no era perfecto, un caballero y un ser humano hermoso, hizo estragos en mi perfecta personalidad y marcó mi niñez.

Ahora soy completamente lo que ven. Giotto Marchetti, un empresario billonario que carece de sentimientos y ama ver sufrir a los demás.

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