Capítulo 02| "Mis cuatro palabras favoritas"

Estaba... jodida.

No podía alejar la mirada de las otras copias de Alex mientras caminaban hacia nosotros, mostrando la seguridad de macho alfa que los caracterizaba. A este punto ya necesitaba la mascarilla para mi asma, pues sentía que el aire no me estaba llegando a los pulmones; nunca era bueno que uno de ellos estuviera aquí, y ahora había tres, puede que esto termine en una catástrofe, por no decir que en la tercera guerra mundial.

Después de soportar sus exageradas muestras de cariño, me aferré a mi libreta sin poder alejar la mirada de ellos.

—¿Qué hacen todos aquí? —titubee.

—Estamos cansados de comer la comida que hace Allancontestó Albert, alzando sus hombros.

Allan sonrió, dándole un golpe en el brazo.

—Cuando sea un famoso chef, no te daré de comer ni de mis sobras, idiota.

Me permito sonreír ante eso. Allan es un excelente cocinero, y siempre ha soñado en convertirse en un chef reconocido en todo el país. Y yo no tengo la menor duda de que lo logrará. Es algo vergonzoso aceptar que mi hermano era mejor en la cocina que yo, pero mientras él continúe preparando el desayuno y la cena, no me importaba el hecho de tener que aceptar todos los días, que yo era una completa inútil en la cocina.

La sonrisa de Allan se apaga en cuanto la campana de la puerta vuelve a sonar. Me giro nuevamente, solo para ver a Teresa entrar junto a su amigo Pablo; acaricio mi nuca y hago una mueca de dolor; de tanto estar volteándome hacia la puerta, ya me dolía el cuello.

—Deberías de hablar con ella lo anima Alex al percatarse que la mirada de Allan está sobre ella.

Teresa fue su novia durante 8 meses cuando cursábamos el noveno año del instituto y ella el octavo. Siempre pensamos que había sido algo sin importancia, pues fue muy poco lo que duraron, además, eran muy jóvenes. Pero Allan nunca la pudo superar, ya que desde entonces, no volvió a tener ninguna relación seria.

—¿Qué hay para comer, Tessa? me pregunta Allan, ignorando a Alex.

—Si sabes que esto es un café y no un restaurante, ¿Cierto? —le hago saber, levantando las cejas.

—Quiero un café negro con un trozo de pastel de chocolate dijo Allan, mirando hacia la esquina opuesta.

—¿Hace cuánto no la veías? le pregunto, al ver el brillo en su mirada mientras observa a Teresa riendo ante algún absurdo chiste que Pablo haya contado.

Todos conocíamos a Pablo, sabíamos lo mucho que le gustaba contar chistes, por pésimo que lo hiciera; al final, siempre acabábamos riéndonos solo para poder hacer nuestra buena acción en la vida, a como decía papá.

—Un par de meses. Desde que nos graduamos, supongo contesta, apoyando su barbilla en sus manos.

—Sé más machito y ve a saludarla lo insta Albert.

—Tessa, tengo hambre arguyó Allan, nuevamente ignorando el apoyo de sus hermanos.

De pronto sentí una barbilla apoyarse en la coronilla de mi cabeza, mientras unas manos se envolvían en mi cintura.

—¿No pensaban esperarme, grandísimos inútiles?dijo Theo, antes de bajar su rostro y besar mi mejilla.

Puse los ojos en blanco mientras Theo tomaba el lugar al lado de Allan.

—Genial, reunión familiar. ¿Dónde está papá? pregunté abriendo los brazos, siendo sarcástica.

—Tiene guardia en el hospital, bien lo sabes contestó Theo, encogiéndose de hombros.

Por favor... que alguien le enseñe lo que es el sarcasmo a este niño.

—A ver Browns. ¿Qué rayos les sirvo? Tengo trabajo por hacer.

—Allan quiere que le traigas a Teresa bromea Theo viendo hacia donde mira Allan. Con eso se gana a que este lo empuje hasta hacerlo caer sentado en el piso. Los otros dos estallan en carcajadas, ganándose la atención de las personas presentes en el sitio. Esa era una razón más por la que odio que vengan a mi trabajo. Siempre se comportan como unos niños, avergonzándome hasta el cansancio.

Inhalo lentamente mientras llevo la cuenta regresiva. Tres, dos... Y Robert hace su aparición. Sonreí ante ello, solo le había tomado dos segundos en darse cuenta del bullicio.

—Pero que sorpresa, ustedes aquí comentó Robert, deteniéndose a mi lado—. Con el primer problema que ocasionen los echo de mi café. Y no bromeo, Browns señala uno a uno de mis hermanos con su dedo índice de la mano derecha.

—Relájate musculoso, solo estamos jugando le informó Alex.

—Están advertidos, Browns volvió a decir antes de girarse a mí—. Tessa, hay más mesas que atender.

—Es un placer digo, dando un asentimiento. Le doy la espalda a mis hermanos y camino nuevamente hacia Trevor.

—¿Qué me tienes, Trevor? —le pregunto, colocando la bandeja sobre la ventanilla.

—El rubio de la mesa ocho que no te quita la mirada de encima, quiere que le lleves otro cappuccino.

Cerré los ojos con fuerza, escuchando las escandalosas risas de mis hermanos a unas mesas atrás.

Mierda. Sabía que Alex lo tenía vigilado por ninguna razón aparente, lo que temía que esto no fuese a salir bien.

—No seas idiota, Trevor —le dije antes de girarme e irme a preparar otro cappuccino.

Mi vida muchas veces se convertía en una estúpida película de comedia, siempre que trataba de ligar con un chico apuesto a como lo era el de la mesa 8, o decía alguna incoherencia frente a él, o simplemente mis hermanos lo arruinaban con sus excesivos celos. Cualquier chica podría sentirse afortunada de contar con la protección de cinco chicos —porque lamentablemente para mí, mi padre era similar a ellos, aunque siempre decía que no era así— pero no yo. Yo solo deseaba que mi jaula fuese abierta para abrir mis alas y así exponerme a todo aquello que el mundo me ofrecía.

—¿Quién prepara el cappuccino? —me pregunta el rubio en cuanto pongo la bebida espumosa frente a él.

Juro que esperaba que aunque sea su voz fuese espantosa, ¿Era mucho pedir que al menos tartamudeara? ¡No! ¡Claro que no! El individuo también tenía que tener una voz que te dieran ganas de escucharla durante toda la vida.

—Yo lo hago —contesté.

—No está nada mal, Tessa —sonrió, mostrando sus blancos dientes y dos perfectos hoyuelos en sus mejillas.

Arquee una ceja y abrí mi boca con asombro. ¿Cómo supo mi nombre?

—Tu nombre... está impreso en tu camisa —aclaró sin dejar de sonreír.

¡Oh! Por supuesto niña, ¿Por qué creerías que un apuesto chico que nunca has visto conocería tu nombre? Eso sería raro después de todo.

—¿Puedo ayudarte en algo más? —le pregunté.

—Tu número de teléfono.

Esas cuatro palabras se habían convertido en mis cuatro palabras favoritas. Tu. Número. De. Teléfono.

Me quedo aun sosteniendo su mirada, esperando a que se retractara y dijera que fue una broma. Pero él simplemente me mira fijamente, sin mostrar algún atisbo de diversión en lo que dijo.

No sé si lo que comienzo a sentir en mi estómago es emoción de que un chico valiente quiera tener mi número cuando mis hermanos están en el mismo establecimiento. O tal vez me cayó mal el almuerzo de la cafetería de la universidad y ahora voy a vomitar.

—Además de eso, ¿Puedo ayudarte en algo más?... ¿Algo que realmente pueda hacer por ti?

—Soy nuevo en la ciudad. Agradecería que me dieras un tour para familiarizarme.

—¿Qué opinas si mejor el tour te lo doy yo? dijo Allan detrás de mí.

—Lo siento amigo, respeto tus gustos sexuales, pero a mí me gustan las mujeres —contestó tranquilamente el otro.

Sentí nuevamente falta de oxígeno en mis pulmones. Esto no es bueno, nada bueno. Observo a Allan, quien profundiza una arruga en su frente y cierra sus manos en puños, mientras que Alex y Albert esconden sus risas mordiendo sus puños.

—Mira rubiecito... —Allan se detuvo cuando el rubio levantó su mano y regresó la atención a su libro, mostrando total indiferencia a lo que Allan fuese a decir.

Alex y Albert sin poder contenerse, estallaron en carcajadas.

Contuve la respiración justo cuando Allan le arrebató el libro y el rubio saltó, empujándolo hacia la mesa más cercana. Rápidamente Allan, reincorporándose le devuelve el golpe, lanzándolo sobre su propia mesa. El chico rueda sobre la mesa y vuelve a levantarse. Las personas, como siempre hacen cuando mis hermanos ofrecen espectáculos, se levantan de sus lugares y se van. ¡Cuenta pagada por mi salario por supuesto!

Retrocedo hacia Alex y Albert, donde estos le gritan instrucciones a Allan de como atacar.

Corro a pedirle ayuda a Robert, pues sé que es el único que puede separarlos antes de que terminen de destruir todo. Al abrir la puerta, choco contra él, quien venía delante de Trevor.

—Espera aquí, Robert se encargará —me susurró Trevor agarrándome por el brazo para hacerme a un lado. Hice una mueca de dolor al mirar como el rubio estaba sobre Allan, golpeándolo una y otra vez con su puño—. No mires —agregó Trevor, rodeándome con sus brazos para bloquear mi visión.

Me aferré al pecho de Trevor, escuchando más golpes; y gritos y maldiciones por parte de Robert, quien al parecer no podía controlarlos; escuché romperse otra mesa, y me estremecí. Temía por Allan, pues el rubio parecía tener experiencia en este tipo de peleas.

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