Crónicas del apocalipsis (LIBRO 1)
Crónicas del apocalipsis (LIBRO 1)
Por: Julio Gc
Prologo

22 DE AGOSTO – 2:45 am

Me estoy quedando dormida, pero intento evitarlo. He perdido demasiada sangre, por lo que me aterra que si cierro los ojos ya no los abriré de nuevo.

Estoy consciente de que necesito atención médica de inmediato. Mi plan era quedarme en esta cabaña hasta el amanecer, cuando fuera más seguro salir a conseguir ayuda, pero ahora no estoy tan segura de que pueda estar viva hasta que salga el sol. Necesito moverme, ir hacia la estación del guardabosque y que me traten las heridas. Aunque ya no me duelen incluso cada vez menos sangre brota de ella, pero están tomando un aspecto espantoso. Probablemente se me infectó, no soy médica, pero hasta yo sé que una herida infectada junto con una hemorragia no es una buena combinación.

Me levanto del sillón apoyándome en la mesa que tengo frente a mí. Me pongo de pie, y entonces la cabeza me comienza a dar vueltas y la visión por un instante se vuelve borrosa. Esto es más grave de lo que pensé.

Estoy convencida, tengo que salir de aquí y buscar ayuda. Estiro la mano, temblorosa por el dolor y el cansancio y tomo el cuchillo que había dejado sobre la mesa de vidrio de la sala junto con la linterna de mano que está a un lado. Me dirijo hacia la puerta trasera de la cabaña, supuestamente conduce a un camino que me debe de llevar hasta la estación del guardabosque.

Paso a un lado del cuerpo del joven que tuve que asesinar hace unos momentos, no quería hacerlo, pero cuando entré a la cabaña, escapando de esos malditos monstruos que me atacaron a mí y a mi novio en nuestro campamento, ¡El maldito me mordió! Intenté razonar con él, pero era inútil, insistía en atacarme así que no tuve elección, era él o yo.

Llego a una cocina, es grande y elegante, no debería sorprenderme pues estoy en las cabañas VIP, aquí solo reservan personas con dinero, personas que pagan una cantidad enorme por cada noche que pasan en este lugar, no es de extrañarse que lo mínimo que puedan ofrecer es comodidad y elegancia, aunque ahora la ilusión de opulencia se rompe por las manchas de sangre que yacen en el suelo, lo que me sucedió a mí y a mi novio en nuestro campamento también debió de haber sucedió aquí. En el fondo de la habitación encuentro la puerta que me conducirá a mi destino, camino hacia ella y la abro; la oscura y fría noche me saluda de nuevo. Aún con dudas, pero consciente de que necesito salir de aquí bajo los tres escalones que llevan hacia un gran patio.

La oscuridad y la neblina predominan. No puedo ver muy lejos, así que enciendo la linterna que tengo en la mano. Al hacerlo, el débil rayo de luz logra iluminar vagamente un sendero que se abre al final del patio.

“Ese debe de ser el camino hacia la estación del guardabosque” me digo a mí misma.

Atravieso el patio, Intento ir lo más rápido que puedo pues sé que esos perros, o lo que sean esas cosas que me atacaron, pueden seguir cerca. Era mejor apresurar el paso, pero el cuerpo entero me duele sin mencionar las punzadas que siento en la cabeza que vienen acompañadas con algunos mareos ocasionales, todo esto hace que el trotar sea algo muy complicado.

Han pasado ya unos cuantos minutos desde que me adentré al sendero terroso, por ahora no hay rastro de algún animal salvaje cerca, de hecho, el bosque está demasiado silencioso. Llego a un pequeño tablero de madera que me indica que estoy a solo unos pocos cientos de metros de mi destino. A este ritmo, en unos diez minutos estaré finalmente a salvo.

El recorrido por el bosque se mantiene tranquilo, eso me causa un gran alivio, pero los dolores de cabeza se intensifican con el paso del tiempo y por unos momentos siento que voy a desmayarme. Tengo que detenerme a descansar un poco, le estoy exigiendo mucho a mi cuerpo que, si antes de ser atacada no tenía la condición necesaria, ahora mucho menos.

Metros más delante de mí, a un costado del camino, hay una gran piedra, lo suficientemente ancha y alta para usarla como asiento, mi cansancio y dolor la hace sumamente atractiva, no debería hacerlo, debería seguir adelante hasta estar a salvo, pero no puedo continuar más si no descanso un poco me desmayaré, así que cedo y me recargo en ella; inhalo profundamente y exhalo lentamente para poder tranquilizarme. El frío aire del bosque llena mis pulmones y seca el sudor que recorre mi frente. El sonido de las hojas de los árboles bailando de un lado a otro de cierta forma me tranquiliza. No puedo evitar cerrar los ojos. ¡Dios, estoy tan agotada!

Pero mi descanso no dura más de un minuto, es interrumpido por un ruido, un ruido que inmediatamente llena de terror mi cuerpo y logra sacar lágrimas de mis ojos.

Un gruñido, lamentablemente familiar suena frente a mí, abro los ojos y veo cómo el animal salvaje que asesinó a mi novio sale de entre los árboles. Sus ojos rojo brillante y la sangre saliendo de su hocico lo hacen ver aún más amenazador. Avanza lentamente hacia mí, moviéndose en círculos a mi alrededor, acechándome. De alguna manera sabe que estoy débil y lastimada, se está tomando el tiempo para jugar con su presa.

El animal ataca, toma vuelo y se lanza contra mí. Empuño el cuchillo que he tomado de la cabaña con fuerza y, un poco antes de que el animal logre agarrar mi cuello con sus afilados dientes lo clavo en lo que aparenta ser su abdomen.

Un aullido de dolor sale de la criatura, confirmando que le he atinado. El animal se revuelca de dolor por unos momentos en el suelo; aprovecho la oportunidad y salgo corriendo, o trotando, lo que mis energías y cuerpo me permiten hacer.

Volteo hacia donde está el animal y veo cómo se vuelve a levantar, se sacude un poco y vuelve a correr hacia mí. Por más que lo intente, no puedo deshacerme de esa criatura.

Corro lo más que puedo, intento dejar al animal atrás, pero es inútil, es más rápido que yo de eso no hay duda. Escucho sus pasos cada vez más cerca de mí, mismos que van acompañados de gruñidos que parecen ser una combinación de enojo y hambre.

La desesperación e impotencia se apodera cada vez más de mí. Pero quizá pueda lograrlo, a unos cuantos metros de logro divisar un puente de madera, si recuerdo bien se supone que al cruzarlo se encuentra la cabaña del guardabosque. Aún tengo posibilidad, tengo que aferrarme a ella.

Llego al puente, decidida a salvarme, pero el animal logra alcanzarme. La criatura brinca y su cuerpo choca con mi espalda, haciendo que caiga de cara contra la fría y húmeda madera.

Me intento levantar, pero ya es tarde, siento el aliento húmedo y caliente del animal en mi cuello; este es mi fin, estoy muerta.

Lágrimas salen de mis ojos, la tristeza, enojo y desesperación comienzan a dominarme. Jamás pensé que este fin de semana terminaría así.

Siento cómo los dientes de aquel monstruo comienzan a enterrarse en mi nuca

¡BUM! ¡BUM! ¡BUM!

Algo increíble sucede, antes de que el animal logre desgarrar mis carótidas y yugulares se escuchan disparos.

El animal agoniza por un instante y cae muerto. Me quedo en el suelo, atónita. Me levanto temblorosamente y observo al gran animal inmóvil a un lado de mí. No es un animal común: su piel parece podrida, le falta la mitad del rostro, se pueden apreciar los músculos desgarrados en distintas partes de su cuerpo, como si estos se hubieran hipertrofiado y rasgaran la piel.

En su cuerpo ahora hay tres agujeros con humo saliendo de ellos, uno en el cuello y otros dos en el cráneo.

Giro para agradecer a mi salvador. Es un joven que no debe ni alcanzar los treinta años, tiene una pistola de mano táctica, una de esas que tiene una lámpara unida en la parte inferior del cañón, las reconozco por las películas de acción que le gustaban ver a mi novio.

El joven está apuntando hacia donde estamos la criatura y yo.

—¡Muchas gracias! —le digo con lágrimas en los ojos, me acerco tambaleando hacia él, estoy asustada pero también siento un gran alivio, al fin estaré a salvo.—. No tienes una idea de lo agradecida que estoy por...

¡BUM!

Un disparo más.

Llevo mi mano al pecho. Sangre comienza a brotar de la herida de bala que me ha hecho sobre el tórax. 

Todo se vuelve borroso. El joven baja su arma y lentamente se acerca a mí.

Caigo al suelo, cada vez me cuesta más respirar, siento cada vez más presión en mi pecho, apuesto a que es la sangre llenando mis pulmones. El joven se para a un lado mío, me observa fijamente y lo escucho decir:

—Esto se va a descontrolar pronto, tengo que prepararme. -

—¿Por… qué? — digo, débil y con lágrimas en los ojos. Yo no merecía terminar así.

—No te lo tomes personal, es solo mi trabajo —dice, aunque no puedo ver su rostro bien alcanzo a ver la silueta de una sonrisa.

Apunta su arma hacia mí y después se escucha una detonación más.

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