La comisaría era un hervidero. Tanto que hasta el propio Batista, que se había levantado con una resaca memorable, fue convocado a una reunión de urgencia.
Se tropezó en los pasillos con el alcalde y el chupatintas del Ayuntamiento cuya intervención años atrás resultara determinante para que lo apartasen, condenándolo de por vida a trabajos de oficina.