CAPÍTULO 2. CORRERÉ, ASÍ ME DESMAYE

Tres meses después.

Habían transcurrido tres meses desde el inicio de clases en la academia. La carga académica comprendía desde estudios de ingenierías en sus diferentes ramas, tales como eléctrica, mecánica, oceanografía, aeronáutica, aeroespacial, naval e informática; hasta matemáticas, humanidades, ciencias sociales, aparte del programa físico que incluía las clases de educación física y competencia atlética. 

Natalie estaba estudiando con esmero y hasta el momento había obtenido buenas calificaciones. Había hecho amistad con tres chicos, Aarón Campos, un chico de padre Venezolano y madre estadounidense, de diecinueve años; Newton Gray un chico de veinte años y Alfred Thomas, de dieciocho años, todos estadounidenses.

Conformaban un grupo de cuatro integrantes, y aunque su compañía estaba constituida por cuarenta guardias marinos, sólo habían cuatro mujeres con ella, pero las otras tres conformaron un grupo juntas con otro chico, ese siempre había sido su problema: se llevaba mejor con el sexo opuesto que con sus congéneres.

Natalie salió de su habitación casi corriendo, tenía veinte minutos para desayunar y llevaba cinco de retardo; allí debían respetarse los horarios asignados, porque si llegabas a destiempo por lo menos al comedor, te quedabas sin alimentarte hasta la próxima comida. 

Salió del Pasillo de Bancroft, con rumbo  al Pasillo de King, donde se encontraba el comedor, pero iba tan deprisa y concentrada en sus guías de estudios que no se dio cuenta y tropezó con el Capitán Clark Lizcano y su afamada esposa la Capitana de Fragata Adele Miller.

—Disculpe mi capitana, capitán, venía distraída y por eso no pude verlos. —expresó apenada. 

—¿Por qué siempre tan distraída Owens? Nunca ves por dónde caminas, eres tan torpe, que en verdad no te veo futuro en ésta academia. —formuló el Capitán Clark con seriedad. 

—Esa es una opinión subjetiva, señor, porque soy más competente que muchos. —soltó, ruborizada del enfado. 

—¡Vaya! Y la niña es altanera, Morgan, no deberías permitirle que se exprese así, y eso que apenas es una plebe, miembro de la cuarta clase de la estructura. Mi amor, debes hacerte respetar, porque si los otros guardias marinos ven el trato que ella te está dispensando, perderás el respeto. Castígala, déjala sin comer y al terminar su clase de hoy, mándala a dar vueltas, a brincar obstáculos. —dijo la mujer en una actitud chocante, acariciando el brazo de Morgan, con una mirada pícara. 

—Está bien, nos vemos en Educación Física de casas de Wesley Brown Field House a las  diecisiete horas. ¿Entendido? —interrogó el hombre con severidad.

—¡Sí, señor! —respondió la chica no muy contenta.

—Ahora retírate. ¡Ve a almorzar! Te quedan diez minutos. —espetó el hombre.

—Con permiso, señor. —se retiró, pero por dentro su sangre hervía.

Entretanto pensaba:

“¿Qué se creía la estúpida esa? ¡No la soporto! Se cree la gran cosa y el estúpido ese que andaba de perro faldero de su mujer, parece no tener criterio propio”. 

Sí, el imperfecto estaba casado con esa arpía y eso no era nada, decían que él vivía y  se desvivía por su mujer. No tenía nada en contra de eso, pero en ese momento si, porque estaba respirando por la herida. Era mayor que él quizás como cinco o siete años.  

Natalie le calculaba al capitán entre veintiocho y treinta años, mientras ella tenía treinta y cinco, aunque debía reconocer que era una mujer muy bella. Ojos azules, cabello rubio, nariz respingona, mentón perfilado, pestañas largas, como de un metro ochenta de estatura, de unos sesenta y cinco kilos. Se veía realmente espectacular, con unas largas piernas y un cuerpo de infierno, para nada representaba su verdadera edad.

Claro que su madre, que tenía la misma edad, tampoco la representaba; pero la capitana, así le doliera admitirlo, estaba espectacular, imaginaba que con esa diosa de esposa se justificaba que el imperfecto viviera babeando por ella, pensó molesta. Volteó y los vio muy cerca, su sangre bulló más, si eso era posible.

Llegó agitada, buscó su bandeja y se sentó en la mesa con sus amigos, y cuando terminó de contarles lo sucedido, Alfred comentó:

—Y si supiera que la Capitana es una descarada.

—¿Por qué dices eso? —interrogó con curiosidad Natalie.

Se dio cuenta que sus amigos cruzaron miradas cómplices entre los tres y luego Aarón respondió:

—No es por nada, es que es una descarada al hacerte castigar. —expresó con un aire de inocencia que no le creyó. 

—Eso es verdad —respondió ella mientras terminaba de comer, pero se quedó meditando en lo dicho por Alfred. Allí había algo que sus compañeros no le querían comentar, pero ella lo averiguaría.

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Morgan y Adele se fueron a su habitación, ella acaba de bañarse y se estaba vistiendo, él le abrazó por detrás mientras  besaba su cuello y le decía:

—Adele, no puedes irte sin darme mi dosis de ti. 

—Es que tengo prisa, sabes que vine sólo para pasar un momento contigo, debo ir a mi puesto. 

—Te puedes quedar hasta mañana. Por favor, mi cielo, ¿no te das cuenta de que te deseo? Necesito estar contigo. — y sin decir más palabras la alzó y la acostó en la cama.

Empezó a quitarle la ropa que acaba de colocarse y le fue besando el cuello, los senos, mientras ella jadeaba deseosa.

 Ella se movió y se subió a horcajadas sobre él mientras lo desnudaba.

—Está bien, te daré tu dosis de mí y te dejaré satisfecho, para que no busques en otra parte lo que tienes conmigo, pero colócate el preservativo. —le dijo sin dejar de besarlo y tocarlo. 

—Por Dios, mujer, soy tu esposo. —protestó molesto. 

—Sabes que no me gusta hacer el amor sin preservativo, así que si quieres estar conmigo, haz lo que te digo. —él obedeció de mala gana, le molestaba que ella nunca hiciera el amor con él sin barreras.

Quería sentirla libre, piel con piel, pero si quería estar con ella, debía cumplir sus deseos. Por ello luego de ponerse el preservativo se introdujo en ella con una sola estocada y así jadeantes recibieron la dosis uno de otro.

Al terminar, ella se vistió y se despidió de él.

—Amorcito, nos vemos en una semana mi príncipe, Esperaré con ansia nuestro reencuentro. —expresó besándolo. 

—Yo más, cielito, no dejes de llamarme, no olvides que te amo. —le dijo besándola apasionadamente, y quitándose el preservativo, lo amarró y lo arrojo a la papelera.

Luego de que Adele se fue, Morgan se quedó pensando. Su esposa era Capitán de Corbeta de la Armada, y estaba asignada en Florida; y aunque le había insistido en que pidiera traslado para Annapolis, su petición había sido infructuosa. Se habían casado hacía cinco años, él se enamoró a primera vista de ella, desde que la vio por primera vez le impactó, era una mujer demasiado bella, madura, segura de lo que quería.

Adele no era una mujer conflictiva, nunca peleaba, sabía cómo llevarlo. La única desavenencia había sido cuando le pidió que solicitara el cambio, ella se había opuesto alegando que le encantaba su independencia, que al casarse él había prometido respetar esa faceta suya... aunque Morgan nunca se imaginó que ella se lo tomaría yéndose a vivir a otro sitio lejos de él.

Le había costado conquistarla porque tenía muchos admiradores. Revoloteaban alrededor suyo como miel a la abeja, aunque ella los evitaba, era una mujer más de amistades femeninas que masculinas, y eso le encantaba. 

A pesar de que Morgan no era celoso, no podía negar que eso lo tranquilizaba, no se imaginaba que a su esposa le gustara andar siempre con hombres, eso lo habría mortificado, y aunque trabajaba con muchos de ellos, su trato se limitaba a lo estrictamente laboral.

Cuando Adele se fue, se quedó acostado por un rato, pasada una hora se levantó, se bañó y se puso el uniforme deportivo. Gracias a su amada esposa ahora tenía un compromiso con la atorrante niña de la cuarta clase, de la segunda compañía del primer batallón del primer regimiento.

La chica tenía la capacidad de ponerlo de mal humor, primero, porque lo veía como si él fuese un dulce apetecible, segundo, porque siempre andaba sonriente -le molestaba la gente que vivía sonriendo como si la vida fuese un paraíso- y tercero, porque le gustaba llamar la atención, siempre estaba rodeada de muchos hombres, nunca la veía hacerse acompañar de mujeres, y parecía que le fascinaba la atención de ellos. Era una muchachita bastante descarada y coqueta.

Mientras tanto Natalie, por maldad y visto que no se trataba de una clase académica, se colocó una licra ajustada y un top, dejando expuesto su abdomen. Se recogió el cabello en un moño alto y encima se puso la chaqueta y el mono deportivo de la academia para que nadie la viera.

Se sonrió con picardía, la arpía se iba arrepentir de haberle lanzado a su esposo el imperfecto, porque ella estaba dispuesta a provocar al Capitán, así tuviera que usar todas sus armas femeninas disponibles.

Su conciencia la recriminó:

“¿Qué piensas hacer Natalie? ¿Acaso tu madre te educó así? Tú siempre has sido una chica bien portada, lo que vas a hacer no es bueno, él es un hombre casado. ¿Quieren que te expulsen si te ven?”

Con fastidio desechó su conciencia.

“No voy a hacer nada malo, el límite lo pongo yo, además nadie me descubrirá.” se dijo.

Llegó al lugar pactado, Clark no se encontraba aún, así que se apartó a un lado, se quitó el mono quedándose en licra, y se dejó la chaqueta para quitársela cuando él llegara. Mientras esperaba se le acercó su amigo Andrew, se saludaron con un efusivo abrazo y en un descuido el muy pasado le estampó un gran beso en la boca, que fue tan sorpresivo que no pudo evadirlo ni reaccionar a tiempo.

Se quedó quieta esperando que él terminara el beso, cuando se separaron lo primero que vio fue al Capitán Clark con una mirada asesina. Natalie se puso nerviosa y no le quedó otra que sonreírse, mientras que el ingrato de Andrew salió corriendo asustado.

¡Vaya valiente que era!. La dejaba sola para enfrentar a la mole de músculos, cuyos ojos centelleantes y mandíbula apretada, no presagiaban nada bueno.

Él se acercó a ella y si dejarla expresarse con furia contenida le espetó:

—Te voy a decir algo muchachita, esta academia debe respetarse, no es para que tú andes por sus pasillos y espacios, besuqueándote con cuanto muchachito calenturiento se te acerque deseoso de pasar un rato contigo, porque te ven como una niña fácil. Y si no lo haces por la institución hazlo por respeto a ti misma, date tu puesto, sólo tienes diecisiete años y tres meses en esta academia y no sé con cuántos muchachos te he visto. ¿Es que crees que eso te hace deseable? ¿Tú crees que alguien tomará en serio una chica con ese comportamiento?

Natalie estaba roja de la ira por la injusticia y el insulto de ese hombre. ¿Quién se creía? ¿Don Perfecto? Así que sin detenerse a pensar y en un ataque de impulsividad muy característico de ella, levantó su mano y le propinó una fuerte cachetada al Capitán.

La furia que sintió Morgan, fue tan grande que la agarró por los hombros sin delicadeza y acercándola a él, le dijo:

—Que sea la última vez que me golpeas, porque la próxima vez que se te ocurra siquiera insinuarme una falta de respeto como esa, te juro que levanto un acta y te expulso. No soy uno de los muchachitos con los que juegas y te la pasas besuqueando para obtener privilegios de ellos, y si te lo permito esta vez, es en deferencia a tu padre, que fue un gran hombre.

Natalie no pudo evitar las lágrimas que de la impotencia y el enojo asomaron a sus ojos y corrieron incontrolable por su rostro, mientras ella apretaba los dientes para contenerse. 

—En mí no surten ningún efecto tus estúpidas lágrimas, ahora haz el favor de darle seis vueltas al campo.

Ella se quedó mirándolo sin creer lo que le había ordenado. ¡Por Dios! ¿Al campo? Estaba loco, no sería capaz de dar dos vueltas e iba a dar seis, a menos que...

—¿Al campo o a la pista, señor? —preguntó sorprendida. 

—Al campo —respondió él con firmeza. 

—Señor, pero el campo tiene diez kilómetros, y si doy seis vueltas serían sesenta kilómetros. ¿No será más recomendable dárselo a la pista? En el campo no puedo hacerlo. Está por encima de mi capacidad.  —respondió avergonzada.

Odiaba decir que no era capaz de hacer algo, pero es que esta vez era cierto. No le parecía imposible pero sí cuesta arriba, y aunque había recibido entrenamiento en los últimos tres meses, dudaba que estuviese a ese nivel. 

—¿Eres sorda o tarada? ¿De qué forma debo decirte que des seis vueltas al campo? ¿No fuiste tú quien manifestó temprano, que tenías mucha capacidad? Ahora ¡demuéstralo! —expresó chocante.

—Sí, señor. —y sin dar una sola réplica más, empezó a trotar.

La primera vuelta, la hizo en cuarenta y cinco minutos, estaba sudando como loca. Inició su segunda vuelta a un ritmo más lento; la terminó en cuarenta y ocho minutos mientras Clark no dejaba de observarla con curiosidad. Tenía que seguir así fuese lo último que hiciera, iba a dar las malditas seis vueltas; si él quería humillarla no lo iba a lograr. Se sentía como flotando, pero tenía que hacerlo.

“No te puedes dejar vencer...” Se decía mientras transcurrían los minutos y ella, con su trote, iba devorando los kilómetros. Mantuvo más o menos el mismo ritmo e hizo la vuelta en cincuenta minutos.

Llevaba más de dos horas trotando, no dejaba de sudar, pero no se quitaría la chaqueta, cuando planificó ponérsela quería provocar al imperfecto, pero ni loca lo haría ahora; la creía una chica fácil y que andaba con uno y otro. ¡Estaba loco! Ella sólo andaba con sus amigos y se abrazaban pero como un signo de amistad, ella no se besaba en la boca con ninguno. Y en el caso de Andrew fue un pesado que le robó un beso, pero él no era nada de ella. Ni siquiera novio había tenido y él venía a decirle que se hiciera respetar y que se besuqueaba para obtener privilegios, era un imbécil... Terminó su cuarta vuelta en cincuenta y tres minutos.

Luego empezó hacer su quinto recorrido, la mirada de Morgan seguía en ella y le dijo:

—Owens, ya está bien con las cuatro vueltas que has dado ¡Déjalo así!

Ella lo ignoró y siguió su recorrido, se sentía débil y sus piernas parecían flan pero debía hacerlo, siguió consumiendo los kilómetros completando su quinta vuelta en cincuenta y cinco minutos.

La debilidad que estaba sintiendo hacía que tardara más, sentía que la cabeza le presionaba, y que los oídos le zumbaban, se sentía mareada, sentía la lengua pesada y su corazón se aceleró más, pero no se detuvo, siguió corriendo.

El capitán Clark le gritaba:

—Detente Owens, Natalie... ¡Ya! Te digo que pares... ¡Es una orden!

Natalie no se detenía, para ella era una cuestión de honor terminar con ese reto, le iba a demostrar a ese creído que ella era mejor que muchos y el material del cual estaba hecha. Ella era hija nada más y nada menos que del Coronel Freddy Owens, así él viviera cien años, nunca le llegaría a la suela de los zapatos de su padre, por eso siguió corriendo hasta completar la última vuelta en sesenta y cinco minutos.

Después de casi cinco horas y media de recorrido cayó desmayada, mientras Clark corría con el corazón acelerado, hacia donde Natalie yacía desplomada.

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