Cap. 1 Seis años después

Había logrado subsistir con su hijo, le costó, trabajó de muchas cosas, incluso de cajera en un comisariato, hasta que le salió una oportunidad en un bufete de abogados de renombre. Ella era recepcionista y le iba muy bien, al menos en esos dos años que tenía laborando para la firma no tenía quejas, tonteaba con uno de los abogados asociados, Alberto Coronado.

Esa era su tercera cita con él, tenía su propio código sobre citas: a la tercera se decían cosas más personales y si te vuelve a llamar eso era solo la corroboración de que lo flechaste sin importar nada.

La cena era por demás espléndida y el vino de delicioso sabor, entonces comenzaron a charlar sobre cosas importantes.

—¿Te gusta el pescado en siete hiervas?

Le encantaba que le hiciesen preguntas sobre lo que deseaba:

—Me encantaría.

Se acomodó el cabello negro ensortijado y bien cuidado, entonces lo miró a los ojos, hizo la conexión como una señal a invitarlo a abrirse:

—¿Cómo estuvo tu día?

—Regular, muchos problemas que solucionar, ¿y el tuyo?

—Genial hoy desperté temprano porque tenía que terminar el trabajo de Bru, era sobre el sistema solar—comenzó a degustar su plato con deleite.

—¿Sistema solar?

—Es que debía presentarlo y faltaba unos retoques.

Lo vio beber de su copa, entonces le preguntó:

—Tu amiga estudia todavía la escuela.

Era el momento esperado y entonces solo lo soltó:

—Bruno es un niño, mi hijo de seis años.

Fue tan incómodo ver a Alberto con el bocado de comida congelado cerca de su boca, no era exactamente el sueño de una chica, al menos su sueño no era así, se dio cuenta de que la noticia de su hijo fue como un shock para él.

—¿Tienes un hijo?

—De seis años… Es hermoso, ¿deseas ver sus fotos?

—Dios que no… Es que pensé que eras… Soltera.

—Soy madre soltera.

Él se rio cuando dijo eso y solo respondió con ironía:

—Al menos eso era indispensable para salir conmigo.

Intentó ser cordial pese a que se dio cuenta de que no era lo que esperaba:

—Alberto en verdad me agradas.

—Bien, pero no puedo salir con alguien que tiene un hijo, por Dios, estoy gastando casi 100 dólares en una cena para impresionarte y eres una mujer usada.

Esas palabras la sorprendieron y la pusieron en guardia. Una cosa era no ser lo que esperas para un hombre y otra que se portase grosero contigo.

—Supongo que tú también eres muy utilizado por mujeres.

—Mujeres que no tienen consecuencias, deberías aprender de ellas Dafne.

Ahora deseaba darle una lección de cómo emplear anticonceptivos y entonces le respondió.

—El que tu condón si funcione, no quiere decir que a otros les pase lo mismo—tomó su cartera muy enojada—Adiós, Alberto.

—En verdad, Adiós.

Ella salió llorando y se tropezó con una mujer muy elegante:

—Calma, amiga.

Ella sollozaba y le dijo triste:

—Me siento humillada.

—Querida, cuéntame la razón.

Era una total desconocida y ella se sinceró:

—El tipo con el que salía me humilló…

—¿Por qué hizo eso?

—Porque soy madre soltera—sollozó.

Nicole Montessori dijo molesta:

—Eso es una canallada, no siempre se puede tener una historia con alguien y terminar en un final feliz.

Al menos esa mujer la entendía.

—Solo quiero encontrar a un hombre que me haga feliz y que ame a mi hijo.

Nicole sacó su pañuelo y se lo dio:

—De seguro lo encontrarás y no es un tipo cualquiera.

—Lo peor es que es uno de mis jefes.

—Linda, ningún hombre merece nuestras lágrimas y menos un novio, tal vez un esposo—pensó en Giacomo—te diré algo.

Ella se secó las lágrimas:

—Ten esto—le dio mi tarjeta—si necesitas cualquier cosa, solo llámame.

—Es usted muy gentil.

—Me recuerdas a mí.

Ella guardó la tarjeta y se subió a su auto, respiró hondo y esperó a calmarse un poco para continuar su camino.

Manejó a casa por la avenida Ocles, podía ver pasar edificios, letreros y sentirse dormida por dentro, cada cita fallida la hacía perder la esperanza de un futuro mejor para ella y para su hijo. Bajó la velocidad, deseaba alargar el tiempo para sacar la frustración recibida momentos antes.

Alquilaba un piso en un edificio y era cómodo, al menos para ella y su hijo, solía cuidarlo una niñera, de esa manera podía sentirse segura de hacer sus labores sabiéndolo protegido con alguien. Devuelta a los brazos del único hombre que valía la pena para ella: Su hijo. Cuando llego la voz su hijo se escuchó.

—¡Mamí!

Esa era la mejor palabra que podía escuchar, lo abrazó y besó con mucho amor, su hijo se encargó de narrarle cada parte de su juego y cómo le había ganado a su niñera.

—Vamos, Bruno, ya es hora de dormir.

—Tengo que decirles a mis amigos que rompí mi marca.

—Pero ahora no, mañana en la escuela.

Así se cerraba un día entre azúcar y amargo en su vida. Pensó que Alberto sería el indicado y le tenía fobia al compromiso, entonces palpó la tarjeta en su chaqueta, la sacó decía en letras plateadas: Nicole Montessori, Recursos humanos, interesante, aunque no tenía idea de lo que eso representaba en esos momentos.

Se concentró en su miseria: Era una, le había hecho a Bruno una promesa: darle un papá y en dos años no había pasado de la tercera cita. Se había convencido para ese momento de que: a los hombres no le gustan las madres solteras.

A la mañana siguiente fue al consorcio de abogados y le esperaba el jefe de recursos humanos:

—Señora Daniels, aquí está su carta de despido, lamentamos perder a un miembro como usted, pero le deseo toda la suerte del mundo.

¡La habían despedido! Alberto era uno de los abogados de la empresa, podía hacer eso, pero era humillante que por no ser soltera y sin compromisos la despidiese.

Deseó llorar, sentía que no era justo nada de eso, pero no podía pelear contra abogados, respiró hondo y sin saber qué hacer en esos momentos: tenía el departamento que pagar, tenía la colegiatura mensual de Bruno, el cable que le gustaba ver a su hijo, las tarjetas y la alimentación. Estaba jodida, como se suele decir, entonces recordó a la señora Montessori. Marcó el número de Nicole, con muchas dudas.

—Hola, soy Dafne Daniels y nos conocimos afuera de un restaurante anoche.

—¡Hola! ¿Ya te sientes mejor?

—La verdad es que… Me despidieron—sollozó—mi jefe me hizo despedir.

—Cerdo, los hombres pecan de cerdos—dijo indignada.

—Lo cierto es que necesito trabajo y…

—Justo tengo en mis manos un parte para los diarios, necesito una supervisora para los restaurantes Montessori, ¿te interesa?

—Claro, lo que sea…

—Entonces te espero, ven inmediatamente para que te haga la entrevista.

Era otra oportunidad para Dafne, que enseguida enfiló para las empresas Montessori. Cuando llegó vio la elegancia del edificio, las letras doradas de gran tamaño sobresalían y se notaba un ambiente muy glamuroso, ella pidió en recepción ver a la tal Nicole y la hicieron pasar a una salita en donde había unos bocaditos, té, café o agua.

La tal Nicole salió muy alegre, solo ahí notó que estaba embarazada y al mirarla le dijo:

—Eres tú, ven, debemos de hablar.

Le calculo unos 24 años, muy joven y hermosa, toda una dama con clase.

—Lo que te hizo ese imbécil no tiene nombre, a no ser que imbécil le calce.

—No solo me bateó, sino que me hizo echar de la empresa.

Entonces le preguntó:

—¿Deseas tomar algo?

—Agua, por favor.

—Agua con limón para las dos, Ingrid.

El agua con limón le cayó de maravilla y entonces Nicole le dijo:

—Estamos buscando una persona que trabaje directamente con uno de los herederos Montessori en el área administrativa.

—Entiendo.

—Es un gran puesto y tiene un espléndido sueldo, además de todos los beneficios, lo que necesitamos es una persona muy dispuesta a trabajar y a viajar de cuando en cuando.

—Soy madre soltera, ¿eso no es impedimento para ustedes?

—Al menos para mí no, pero para tu jefe, mi cuñado tal vez… Mejor no se lo menciones, por el momento.

Ahora la que bebió un largo trago fue ella, no le gustaban las mentiras, pero las verdades no ayudaban mucho en casos como el suyo. Así entró a trabajar en las empresas Montessori.

En otro lugar de la ciudad: Lauren Montessori

Lauren miraba las fotos de su hermano con sus hijos, tenía dos y ya iba por el tercero, con ello la presión aumentaba para su vida. Celia, la modelo con la que salía en esos días, salió en toallas y se lo quedó viendo:

—¿Cuándo me presentas a tu familia?

¡Rayos! ¿Por qué todas las mujeres que conocía querían conocer a su familia? Entonces le dijo:

—Hoy no será el día.

—Quiero ser algo más para tu vida…

Esa cantaleta le tenía harto.

—Lo siento—le tiró una pulsera de diamante—esto es todo lo que te puedo dar.

Ella se enojó y le gritó:

—¡Yo valgo más que eso!

—Para mí, no.

De repente comenzó a lloverle jarrones, adornos, cojines de todo, se tuvo que encerrar en la habitación y podía escuchar cómo el ruido de vidrios quebrados dominaba el lugar. Mujeres, eran tan teatrales… Su móvil sonó, era su padre:

—Papa…

—Lauren pienso dar una fiesta en el cumpleaños de Giacomo Segundo y deseo verte en ella con una novia formal.

Escuchó un ruido estrepitoso fuera:

—Así que…—la voz de su padre lo volvió a la realidad—espero a tu novia formal y un compromiso a matrimonial.

—¿Matrimonio?

—Quiero nietos de tu lado.

Hizo una mueca y su padre le dijo:

—Basta de ser un Casanova, deseo dejarte tu parte de la herencia y de los restaurantes solo si te presentas con una novia oficial.

—Papá…

—No quiero más excusas, Lauren es tu última oportunidad.

Le cerró y se quedó reflexionando en la forma en cómo podría zafarse de ese compromiso una vez más.

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