―¡¿Comprándome una esposa?!
―¡Los salve a ambos! Tanto tú, como Amara, tenían destinos lamentables.
―Sí, claro, el magnánimo. Por qué mejor no aceptas que te estás acostando con ella, ¿Crees que no veo cómo la miras? A veces siento asco de los dos.
El padre acortó la distancia y lo abofeteo.
―No