Sofía tosió, evidentemente incómoda.
De hecho, durante el tiempo que estuvo hospitalizado, Julio la había invitado a salir a menudo y ella siempre se había negado. No creía que ahora fuera a hablar de ello. ¿Tenía que ser tan mezquino?
No dijo nada más. Entonces comerían en la cafetería. La comida era bastante buena, al menos para ella. En cuanto a los gustos de Julio, no era asunto suyo.
—Vi a Ernesto en el hospital esta mañana. Vino a verte, ¿no? —preguntó Sofía, curiosa.
Julio asintió.
—Dices que no te importo, pero en realidad sí lo hago. ¿No te has dado cuenta?
—¿Qué quieres decir? Ernesto llama mucho la atención. Cualquier persona que no esté ciega le habría visto.
Además, todos en el hospital hablaban de él. Aunque no lo hubiera visto, lo habría sabido.
Qué pena que a Julio no le importara su negación.
—Ha venido a verme. Ha pillado a dos de los asesinos de Nicolás y quiere que los interrogue.
—¿Qué? —Sofía se preocupó al instante—. No te delatarán, ¿verdad?
Julio la miró sin