Al día siguiente, Felipe llegó a la séptima planta del hotel, donde encontró a Sofía desayunando.
Ella le miró y sonrió.
—¿Has comido ya?
—No—Vino a recogerla y no tuve tiempo de desayunar. Le hizo una señal para que se sentara y le dijo despacio: —No hay prisa. Tenemos tiempo para desayunar.
Parecía tranquila y serena, como si no tuviera preocupaciones en su mente. Influido por su actitud, se sentó frente a ella y desayunó lentamente.
—Ayer le pregunté al abuelo si te lo contaría todo. Adivina lo que dijo—Felipe intentó llamar su atención.
Ella lo miró y sonrió suavemente.
—Por su pregunta, he podido deducir que está dispuesto a contármelo todo. Si no, no se, habría mostrado a gusto.
Si hubiera sido al revés, Felipe se habría dado vergüenza presentarse ante ella, por no hablar de disfrutar del desayuno.
—Qué inteligente por tu parte—suspiró y pensó que no debería haber permitido que ella adivinara. Sofía levantó una ceja y pero no hizo ningún comentario.
Durante el desayuno,