Al día siguiente, después de que Sofía y Julio visitaran al abuelo en la vieja mansión, ambos volvieron a sus ocupadas rutinas. Aunque ya eran oficialmente pareja, para Sofía no parecía haber cambiado mucho.
—Doctora López, últimamente me duele mucho la cabeza. ¿Podría ayudarme a ver qué me pasa? —dijo una voz familiar mientras una figura empujaba la puerta de la oficina.
Sofía estaba a punto de decirle que hiciera una cita en el consultorio, ya que ella solo se encargaba de las cirugías y aún no había comenzado a atender pacientes en la consulta externa. Sin embargo, al levantar la vista, se dio cuenta de que conocía a la persona que había entrado.
Cerró la historia clínica y lo observó mientras se acercaba y se sentaba frente a ella.
—¿Qué tal, doctora López? ¿Has descubierto qué me pasa?
—Soy doctora, no adivina —respondió Sofía un poco impaciente. Si pudiera diagnosticar a alguien con solo mirarlo, el hospital no necesitaría comprar un escáner de tomografía computarizada solo para