Al despertar, Leonel siente cómo unas cuerdas lastiman sus manos y sus pies, cediendo al dolor, en la penumbra de una habitación desconocida. La oscuridad envuelve cada rincón, apenas rota por la débil luz que se filtra por una ventana tapiada. El aire es denso y cargado, con un ligero olor a humedad. En un rincón, una lámpara colgante oscila levemente, proyectando sombras inquietantes sobre las paredes desconchadas. En el silencio tenso, solo se escuchan los susurros apagados de Camila, también atada junto a él.
Camila se mueve y lentamente va abriendo los ojos. Al ver a Leonel sonríe, pero luego se da cuenta de han sido secuestrados y empieza a aterrarse.
—¿Dónde estamos? —pregunta ella.
—No lo sé. Pero seguramente lejos de todo para que no nos encuentren —indica él, tratando de aflojar las cuerdas—. Lisandro me llamó. Parece que las personas que investigaba fueron las que trataron de matar a tu padre. Él no quiso suicidarse.
Camila comienza a llorar, está muy feliz de que su padr