Uniones de Sangre
Uniones de Sangre
Por: Patricia Pixie
1

Un copo de nieve caía en el porche de la familia Stay. Pronto todas las flores del inmenso jardín familiar se encontrarían cubiertas por un delicado manto de color blanco. Antes de lo que todo mundo de diera cuenta, sería época de guerras de nieve, bebidas calientes, y sobre todo, de festejar un año más junto a los seres queridos. Con muy buen ánimo, los más pequeños de la familia, Liz y Demian, se enfundaron en sus gruesos abrigos, se pusieron bufandas y guantes, y se dispusieron a salir a dar un pequeño paseo con Mimi, la perrita de la familia. Sin embargo, mamá los frenó en seco.

— ¿A dónde creen que van con tanta prisa, niños? —los cuestionó ella, tomándose unos segundos para acomodar sobre sus diminutos ojos azules sus anteojos.

—Oh, Umm…—tartamudeó Liz, mirando hacia abajo, no pudiendo evitar sentirse ligeramente apenada por haber sido descubierta—Sólo queríamos salir a dar la vuelta al parque ¿nos dejas mamá?

—Anda, ¿sí? —Secundó Demian—Te prometemos que no vamos a hacer nada malo y regresamos lo antes posible, ¿sólo un ratito, sí?

—Niños, ¿ya terminaron su tarea y ordenaron sus habitaciones? Acuérdense de lo que acordamos, no me fallen.

—Mamá…—gimoteó la niña, frunciendo sus sonrosados labios en una mueca de disgusto— Te prometemos por lo quieras que lo hacemos cuando regresemos. Es sólo un ratito ¡por favor!

—No, niños. Ya casi oscurece. No quiero que nada malo les pase. Además, pronto va a volver papá del trabajo, y él me dijo en la mañana que si se portaban bien, les iba a dar un regalito cuando regresara—suspiró mamá— Así que no me hagan enojar,  y por favor terminen sus deberes ¡vamos!

—Aw, bueno…Perdón, mamá…—gimotearon los pequeños al unísono. Sabían que no tenía caso alguno ponerse a discutir con mamá.

Ambos no tenían duda alguna que ella, a pesar de no llegar todavía a los 40 años de edad, era una mujer severa, que rara vez incumplía algo de lo que les decía. Así que sin chistar, simplemente se encogieron de hombros, y regresaron a sus habitaciones a terminar con sus deberes.

Después de un rato, el sonido de un claxon anunció la llegada de papá. Los dos niños salieron corriendo y poco les faltó para brincar a sus brazos, pero mamá interrumpió el momento, murmurándole algo en el oído.

—Chiquillos traviesos, ¿Con que desobedeciendo a mamá, eh? —replicó él, escondiendo tras de sí una bolsa grande—Supongo que entonces no querrán lo que les compré, ¿verdad?

—No, papi, ¡claro que sí!—replicó Demian como un trueno—Sabemos que la hicimos enojar, pero ya nos disculpamos y terminamos todo.

Mamá asintió con una risita traviesa.

—En ese caso, tomen niños—asintió el patriarca, extendiéndoles a cada uno una cajita— Se lo ganaron a la buena.

Para el niño, el obsequio fue un dinosaurio electrónico de baterías, mientras que la pequeña obtuvo la muñeca edición de gala de la Princesa Catarina (con todo y broche de transformación encantado) Ambos sabían que de seguro los vecinos los iban a ver con envidia cuando salieran a presumir sus juguetes nuevos. Pero no importaba, ya estaban acostumbrados a ser vistos con recelo por muchos de ellos.

—Eres el mejor, papi— sonrió Liz con intifinata dulzura, dándole a su progenitor un besito en la mejilla, antes de retirarse a su habitación a jugar con su nueva muñeca.

— ¡Genial dinosaurio! — ¡Gracias, papá! —dijo Demian, antes de retirarse como su hermana.

—Nuestros muchachos son un amor, ¿verdad? —le preguntó mamá a su esposo, dándose tiempo de encender un cigarrillo, ya que los niños se habían retirado— ¿Crees que nos los merecemos?

—Bueno, no sé si nos los merezcamos por ser las mejores personas del mundo—Sonrió levemente Matt, pausando para darle un beso a su amada Anne— Pero estoy seguro que nadie más que nosotros se ha esforzado por tener una familia como la que tenemos.

— ¿Y no crees que el día de mañana alguien pudiera intentar quitarnos todo esto?

— ¡Que lo intenten! Les va a pasar lo mismo que a los demás

—Ojalá así sea, querido. No podría soportar regresar allá.

—No va a suceder—sonrió Matt, estrechando a Anne contra su cuerpo— Tú y yo pertenecemos acá. Nos lo hemos ganado a pulso.

Ella no respondió nada. Simplemente se limitó a besar el moreno rostro de su amado, mientras la luna, a lo lejos, comenzaba a cubrir cada rincón del vecindario. Todo iba a estar bien. Tenía que estarlo. Ellos dos habían llegado muy lejos como para que todo se fuera al diablo en poco tiempo.

Quizás la familia Stay no era la familia más presumida o parlanchina de todo el vecindario. De hecho, era una ocurrencia bastante extraña el verlos haciendo migas con alguno de los vecinos o participando activamente en alguno de los festejos de la comunidad. Pero sin duda alguna,  era una de las que más despertaba envidias entre los vecinos. Los papás, además de ser jóvenes como para tener una casa tan grande, eran muy bien parecidos y parecían nunca salir de casa con la ropa sucia o el cabello fuera de lugar. Y los niños parecían salidos de un comercial de cereal de los años cincuenta: Peinados y vestidos impecablemente. Jamás decían groserías y siempre ocupaban los primeros lugares de aprovechamiento en la escuela. Y por si fuera poco, su perrita había ganado concursos de obediencia canina y aparecido en un anuncio de croquetas para perro. En definitiva, no era necesario tener moderes extrasensoriales para darse cuenta que había algo muy raro con todos ellos. Y a pesar de que los niños del vecindario estaban seguros de que se trataba algo tan simple como el hecho de que probablemente todos ellos eran marcianos provenientes de una galaxia lejana, los adultos sentían que probablemente, había algo más oscuro detrás de esa familia que además de aparecer salidos de un catálogo, vivían como reyes en esa linda mansión de tres pisos sin que aparentemente se esforzaran demasiado para mantener su tren de vida.

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