—¡Ya te dije que ibas a necesitar ayuda con ese perro rabioso! —acusó la histérica voz de una chica bajita, de pelo corto y castaño, de ojos color miel.
Su cara dejaba ver una gran vitalidad y disposición.
—Mildred, sólo ha sido un mordisco… Ni siquiera sangra mucho —replicó con voz tranquilizadora el chico alto que estaba a su lado, de cabello oscuro y ojos afables.
—¡Johnny! ¡Si me lo hubieras dejado a mí, no estaríamos aquí! —sentenció, preocupada y enfadada al mismo tiempo.
—Ah… —suspiró con resignación, ante la testarudez de su compañera.
—Pueden pasar —escucharon a la enfermera que los había conducido a la consulta de la doctora de la que no sabían aún su nombre.
Mildred tiró de él por el brazo que no había sido mordido y entraron rápidamente en la habitación. Dentro los estaba esperando la doctora y Johnny se sorprendió al saber quien era.
Madison Chapman, la famosa doctora que había revolucionado el mundo de la medicina y que sobre todo, estaba en el punto de mira de todos