—¿Lista para irte? — le preguntó Anielly Constantine.
Ella observó a la mujer y deseó con fuerza poder confiar a ciegas en ella. La mujer le había plantado el pie a su propio hijo, pero Grenor era tan testarudo, que Nala dudaba que él cambiara de parecer de la noche a la mañana y que fuese a creer en ella.
—¿En verdad tengo que ir a casa de su hijo?
—Él es un buen hombre. — dijo la mujer tranquilamente. — Es una excelente persona. No te imaginas la cantidad de personas que él ha ayudado y los innumerables casos en los que ha donado dinero y maquinaria para ayudar a indigentes y enfermos.
—No tiene que volverlo un dios ante mí. — Nala frunció el ceño y se acomodó la blusa.
—Vamos. — Anielly salió de la habitación y las enfermeras se acercaron a Nala.