Una cita a ciegas para el CEO
Una cita a ciegas para el CEO
Por: Madison Scott
Capítulo 1: Él acabará matándote

Eve escuchó desde su habitación cuando Gael entró a la parte trasera del rancho con sus hombres.

Sintió un escalofrío al saber lo que vendría después. Con suerte se emborracharía con ellos y se quedaría dormido sin molestarla.

Su pequeño de tres años se encontraba descansando a su lado. Se levantó con rapidez para apagar la luz y cerrar la ventana para que el escándalo que harían no perturbara el sueño de su hijo.

Su pareja la había engañado, se hizo pasar por alguien que no era y cuando la tuvo en sus manos le quitó toda su documentación y la secuestró. Llevaba más de cuatro años sufriendo un martirio, se mantenía viva por su pequeño, pero en la última paliza que le dio acabó en el hospital.

Gael se había empeñado en que Mathew no era su hijo y cada día que pasaba los malos tratos eran cada vez peores. Se mantenía en pie a fuerza de voluntad y amor por su pequeño, pero cada día que pasaba sobrevivir a aquel lugar era cada vez más difícil.

Eve estaba por quedarse dormida, cuando los gritos y las risas femeninas resonaron en sus oídos.

Sabía bien que a Gael no le importaba meter a sus amantes en la casa, ni mostrarlas frente a ella, eso había dejado de importarle hace mucho tiempo.

El amor que un día sintió por él se había agotado y solo deseaba sobrevivir para escapar de sus garras.

Imaginaba el día en que pudiera volver a desplegar sus alas y volar en libertad. Casi no podía recordar ya lo que se sentía poder vivir sin miedo.

Se cubrió los oídos y comenzó a llorar con desesperación cuando la fiesta derivó en que los hombres empezaran a hacer disparos al aire. A la primera detonación su hijo se despertó, abrió los ojos, asustado y comenzó a llorar presa del pánico.

Eve lo abrazó, pero un nuevo disparo retumbó en la noche y solo provocó que el pequeño gritara con más furia.

De pronto, todo se silenció menos el llanto de su hijo. Aunque la paz duró muy poco. Escuchó la maldición de Gael y su voz pastosa a la vez que pronunciaba su nombre.

—¡Eve, asómate, m*****a perra! —el alarido furioso la hizo abrazarse con más fuerza a su hijo—. ¡Calla a ese jodido niño! ¡No me deja divertirme en paz!

Atemorizada se acercó a la ventana, si ella no lo hacía él lo tomaría como una falta de respeto.

Eve vio a la mujer que Gael tenía sobre el regazo y cerró los ojos. Le dolía la humillación, si no la quería, ¿por qué continuaba reteniéndola?

Le cubrió el rostro a su hijo para evitarle ver la depravación, mientras ella temblaba sin poder contenerse.

—Lo es-estoy inten-intentando —balbuceó casi sin poder hablar por el castañeo de sus dientes—. Vamos, bebé, deja de llorar, por favor. Te lo ruego, mi vida, no llores —susurró al pequeño y comenzó a canturrear una melodía, a pesar de que Gael se lo tenía prohibido.

Ni su abrazo, ni sus palabras, ni su voz arrullándolo, lograron que el pequeño Mateo cesara de gritar. El bebé podía sentir el terror de Eve y lo manifestaba con su llanto.

—¡Te voy a enseñar a obedecer! —volvió a gritar Gael y corrió al interior con la pistola en la mano.

Eve miró a su alrededor buscando dónde esconderse, aunque sabía que no tenía escapatoria y que estaba atrapada.

Todavía le dolía el cuerpo de los golpes de la última vez, no quería pensar en sufrir lo mismo de nuevo.

Corrió hacia un rincón de la habitación y colocó a su pequeño en la esquina. Se sentó frente a él para cubrirlo con su cuerpo y se abrazó a sus rodillas sin dejar de temblar.

—¡Pégame a mí! —gritó aterrada cuando la puerta se abrió y golpeó la pared—. Deja a Mateo, es un bebé, por favor, solo es un bebé —balbuceó sin mirarlo al rostro.

Su hijo cada vez lloraba con más fuerza, los gritos y los disparos provocaban esa reacción en él porque entraba en crisis.

Se lo había intentado explicar muchas veces a Gael, pero en todas ellas él se enfurecía y la golpeaba.

A su hijo le habían diagnosticado autismo y, aunque casi no hablaba, ella sabía que podía entender mucho de lo que escuchaba.

Sintió el metal de la pistola sobre su frente y deseó que jalara del gatillo y acabara de una vez con todo.

Su deseo no se vio cumplido, él guardo el arma en su funda para tener las manos libres.

—Te escuché cantar, perra. ¿No decías que nunca más ibas a hacerlo? Ya sabes que solo puedes cantar para mí —dijo y sin darle tiempo a que se preparara el puño golpeó en su rostro reventándole el labio.

Eve chocó con la pared debido al impacto, pero de ella solo escapó un gemido ahogado y un temblor incontrolable.

Aquello no era nada, él podía ser mucho más cruel y mientras se desquitara con ella y no con su hijo lo soportaría.

Lo miró con los ojos vacíos, sin vida, él se había llevado todo lo que ella era. Respiraba, pero Eve se sentía muerta por dentro.

—Mátame de una vez —rogó entre lágrimas—. Prefiero morir a seguir aquí.

La petición salió fruto de la impotencia y de la depresión que cada día podía con ella.

Un nuevo golpe impactó al otro lado de su rostro, en esa ocasión fue un bofetón que le provocó un dolor terrible en el oído.

Se mareó y luchó por mantenerse consciente.

—Jamás, Eve. Ni la muerte te separará de mí, eres mía y siempre lo serás. Pero a ese chamaco gritón sí voy a matarlo, no serás de otro hombre, ni siquiera de tu propio hijo —siseó con todo el veneno que esa lengua de serpiente era capaz de dar.

—¡También es tu hijo! —gritó con un valor que solo salía cuando se trataba de defender a su pequeño—. Si lo dañas, me mataré y se te acabará tu juguete. Me quieres viva para torturarme, aquí estoy, pero a él déjalo en paz.

—¡¿Te atreves a amenazarme?! —La agarró del cabello hasta levantarla del suelo. Eve intentaba soltarse sin éxito—. ¡Martín! Ven aquí ahora mismo.

Gael llamó a uno de sus hombres y este no tardó mucho en aparecer.

—Dime, patrón.

—Ayúdame con ese chamaco, agárralo. —Después la miró a ella con odio—. Obedecerás, porque si no lo haces no te dejaré ver a tu hijo —bajó el tono de voz a un susurro y le dijo junto al oído—: Yo no lo voy a matar, pero tampoco lo pienso cuidar. Ya sabes cómo debes portarte si lo quieres de vuelta.

En ese momento su mente no podía comprender la crueldad de sus palabras. Hasta que vio como su empleado se llevaba a su hijo en brazos y a ella la encerraba en la habitación.

Eve lloró y golpeó la puerta hasta caer rendida al agotamiento, pero no sirvió para que Gael escuchara sus súplicas. Hasta que Martín entró en la habitación en la mitad de la noche y le cubrió la boca para que no gritara.

Llevaba a su bebé dormido en los brazos y se lo dio a ella para que lo sostuviera, después le colocó un suéter sobre los hombros, le dio una mochila y algo de dinero.

—Te ayudaré a escapar, podré estar en malos pasos, pero jamás voy a permitir que dañen a una mujer y a su hijo. Hay un coche fuera esperándote, lo manejarás solo hasta el pueblo y de ahí lo abandonarás. Si no lo haces él podrá rastrearte.

Eve agarró a su pequeño con cuidado y lo cubrió con el suéter.

—¿Por qué lo haces? Si sabe que fuiste tú, él te matará.

Martín la miró con dolor y después dijo:

—Porque vi a mi hermana pasar por lo mismo y a ella no pude salvarla. No dejaré que te ocurra a ti lo mismo, sé que ella lo habría querido así. Huye, Eve y no mires atrás.

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