Willie se quedó boquiabierto. Abrió los brazos y se encogió de hombros con cara de incredulidad. No había retraído sus garras de lobo, donde aún colgaba mi ropa.
Se me saltaron las lágrimas y le supliqué: "Willie, no lo hagas. Ted está muy malherido. No puedes aprovecharte de mí".
Willie se quedó he