De repente, Edmond me apretó la cabeza. No tuve más remedio que pegarme a su hombro. Me besó suavemente el pelo y susurró: "Muy bien, Liana. Tómate la medicina cuando sea la hora y descansa bien. Te visitaré mañana".
Después de decir eso, me soltó. Sus ojos eran tan profundos que no podía ver el fon