Su comentario me hace fruncir el ceño, y mi mente se llena de imágenes de él: su sonrisa despreocupada y la forma en que su cabello gotea agua.
“De verdad, Sam, cállate. No necesito tus comentarios.” Mi voz sale más áspera de lo que pretendía, y siento un pequeño remordimiento al notar la sorpresa en su rostro. Pero, ¿qué más puedo hacer? Cada segundo que pasa me recuerda que tengo que mantener la distancia, que él no es para mí, que tengo orgullo y debo defenderlo.
Avanza hacia las reposaderas, justo donde estamos. Estoy segura de que vendrá a buscar conversación, pero haré lo que siempre hago: ignorarlo.
“Aquí estás. Toma tu celular, estuvo sonando un rato y me desconcentró. Estúpido”, dice Isabela, que apareció a nuestro lado. Ni siquiera la sentí llegar.
“Gracias”, responde él, tomando el teléfono, que vuelve a sonar. Uso toda mi concentración para escuchar una voz femenina, bastante coqueta, al otro lado de la línea. Él comienza a alejarse.
“Sí, estoy por salir para allá. Cla