18. El día del Juicio

Desde que inicié la labor de recopilar pruebas e información de diversos testigos, no había conocido el descanso nocturno. A las 4 a. m. de esta mañana, desperté, habiendo caído dormida por escasos treinta minutos sobre mi escritorio. No me había dignado a regresar a casa, y mis compañeros del hotel fueron los que se encargaron de proveerme alimentos. Al fijar la mirada en el reloj, que marcaba las 6 a. m., observé la entrada de César, el joven responsable en ocasiones de las entregas en las habitaciones; curiosamente, él fue quien llevó al señor Esteban su desayuno.

—Buenos días, Srta. Isabel. ¿Se adelantó hoy? —expresó mientras sostenía en sus manos una bandeja con mi desayuno.

—No, también me quedé. Estoy considerando ir a casa por algo de ropa y de ahí al juzgado.

—Creo que está invirtiendo demasiado pensamiento en esto. Y según lo que se comenta, no confían en usted. Pero yo sí confío. Además, le traigo algo que le será útil; es algo que no estaba presente en las pruebas que le e
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