CAPÍTULO 32. AZOTES

Felipe respiró profundo y simuló una molestia que a decir verdad había dejado de sentir desde el mismo momento que ella lo había mirado con ese rostro lleno de ternura y esa resplandeciente sonrisa, pero tenía que hacerle entender el peligro que significaba que ella evadiera la seguridad que le colocaba, porque al quedarse desprotegida se volvía vulnerable y en consecuencia, se convertía en blanco de los traidores que estaban dentro de sus filas que por congraciarse con sus enemigos eran capaces de vender hasta su propia alma al diablo.

—Alondra, está mal lo que acabas de hacer

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