—Tía, aunque tú y el tío estén peleando, recuerda que hay veces que, si te pasas de la raya, no hay vuelta atrás. Las palabras son como un saco de plumas, una vez las dispersas por el camino, nunca exactamente todas puedes recuperar.
Diego estaba tratando de calmarla, temeroso de que Adriana por despecho decidiera hacerle algo.
Adriana también estaba sorprendida por la situación, agarrando su bata de baño con desconfianza mientras se acercaba a Diego:
—¿Y tú qué haces aquí?
Ella caminaba sin darse cuenta, pero en los ojos de Diego, parecía desafiante, como si se acercara con intenciones de algo, y él, apurado, retrocedió hasta quedar acorralado contra la pared, cubriéndose el pecho con las manos como si fuera a defenderse:
—Tía, cálmate... no te acerques...
Adriana se veía enojada, aún sin comprender la razón por la cual esa noche los dos hombres aparecían uno tras otro… ¡Este cuarto debía estar maldito!
En ese momento, un hombre más habló desde atrás, con una voz llena de enojo:
—¿Qué