Un contrato.

El abogado ni siquiera me dijo su nombre. Su gesto era el de un hombre apresurado y con ganas de terminar el trámite cuanto antes.

Accedí a una oficina lujosa y con acabados de una belleza exquisita y sobria. Colores, blancos y negros, gobernaban el lugar, mientras que tenía una vista de fondo de lo que era la extensión de una gran parte de la ciudad.

Con un gesto de su mano me invitó a tomar asiento frente al inmenso escritorio de madera oscura que tenía frente a mí. Yo no era una chica particularmente tímida, pero por lo pronto estaba decidida a mantener mis instintos autodestructivos bajo control, por lo menos durante la presentación y la firma del contrato.

Asentí y tomé asiento mientras el sujeto alto y delgado rodeaba el escritorio para tomar asiento frente a mí.

―Mi nombre es…

―No lo diga por favor ―el sujeto se apresuró a interrumpirme sin darme siquiera la oportunidad de reaccionar. Aquella reacción tan intempestiva de su parte me dejó un poco desencajada, por lo que esperé a que él terminara de explicarse―. En este tipo de «contrataciones» la confidencialidad es un elemento demasiado necesario, por lo cual siempre procuramos recurrir a términos representativos en el proceso de legalización del acuerdo para no exponer a ningunas de las partes. Si usted está de acuerdo procederemos y si «el jefe» lo encuentra conveniente, él mismo le pedirá su nombre, si no podemos dar por concluido el procedimiento de inmediato.

La sola mención de aquella posibilidad me dejó turbada y con el alma al borde del colapso. No había llegado tan lejos para dejar que una excentricidad como esa me arruinase la meta.

―De ninguna manera ―espeté con plena seguridad―, proceda por favor.

El sujeto sonrió con un dejo indescifrable que me puso a pensar, pero que rápidamente fue sustituido por un sentir de impresión al descubrir el inmenso fajo de papeles que el sujeto colocó ante mí.

―En ese caso.

― ¿Qué es esto? ―pregunté desconcertada mientras le daba una ojeada a la pila de hojas cubiertas con texto impreso en un tamaño de fuente bastante escueto que tenía delante de mí.

―Su contrato señorita ―confirmó el sujeto mirándome con firmeza.

Yo me apresuré a borrar cualquier gesto de sorpresa o ansiedad que se manifestase en mi rostro. Era mi primer día en la empresa y no quería quedar mal parada, después de todo en una empresa donde se tomaban todas esas molestias para contratar a la asistente de la limpieza del lugar, debía ser una empresa donde se tomaban todo bastante en serio. Si de verdad quería quedarme con el empleo debía dar la mejor impresión demostrando ante toda circunstancias que yo era la mujer que ellos necesitaban.

― ¡Perfecto! ―exclamé con satisfacción― ¿Dónde firmo?

El sujeto se sonrió un poco y me dijo:

― ¿No piensa leerlo antes?

― ¿Para qué? ―le pregunté de vuelta― Yo estoy clara en lo que he venido a hacer a este lugar, además de que este no es el primer contrato de este tipo que he firmado en mi vida ―mentí con descaro para hacer ver que mi experiencia laboral en grandes empresas era mucho más de la nada que en verdad era―, así que vayamos al grano y cerremos esto de una buena vez.

El sujeto se reclinó hacia adelante para afincar sus codos sobre la superficie del escritorio y apoyar a su vez el mentón sobre las palmas de sus manos.

―Veo que es usted una mujer decidida, señorita.

―Yo no vine aquí a jugar ―concluí con apremio.

El sujeto me miró aún un poco más, ocasionándome cierta incomodidad por su expresión tan extraña, pero yo me atreví a sostenerle la mirada con las ganas que tenía de concretar aquello, sirviéndome como pilar de motivación.

Un bolígrafo apareció entonces en la mano del sujeto después de haberlo extraído del bolsillo de su traje de color marrón oscuro, me lo extendió y me dijo:

―Me gusta cómo piensa… es la primera que llega a firmar con ese ánimo… páginas quince, diecisiete y cincuenta y cuatro.

― ¿Perdón?

―Su firma ―me aclaró el sujeto― páginas quince, diecisiete, cincuenta y cuatro.

Una sonrisa se presentó en mi rostro cuando el bolígrafo en mi mano se sintió como un arma poderosa.

Acomodé el documento en mis manos y de la emoción que sentía las letras se me mezclaban ante mis ojos. Firmé con la mano temblorosa y trémula dejando sobre el papel una rúbrica descuidada y desprolija, pero eso bastó para que mi contrato estuviese sellado y sin marcha atrás.

―Perfecto ―celebró el sujeto tomando de vuelta el documento para introducirlo dentro de un portafolio que sostenía en sus manos. Lo guardó y se puso de pie de inmediato.

―Si es tan amable le pido me siga por favor.

Asentí y sin dudármelo dos veces dejé atrás mi asiento y me encaminé a seguir los pasos del sujeto. Mi mochila aún permanecía enganchada a mi hombro lista para prepararme a las labores que esperaba serían mi responsabilidad a partir de ese mismo día.

Cuando en vez de dirigirnos a otro lugar, descubrí al sujeto encaminado al ascensor, me confundí un poco, después de todo no era del todo normal que el departamento de limpieza se encontrara en los pisos superiores.

El sujeto del traje oscuro accionó el ascensor para subir hasta el último piso, lo que ayudo a incrementar mi confusión al máximo. Callé para seguir manteniendo mi imagen de chica segura y confianzuda, pero aquello aún no terminaba de encaminarse para mi total tranquilidad, aunque el contrato ya estaba firmado y eso para mí era lo más importante.

El elevador abrió sus puertas y nos encontramos en lo que era una recepción inmensa y espaciosa con la decoración de lo que parecía ser una oficina reseñada en una revista de diseño de interiores vanguardistas.

El sujeto salió del elevador y se encaminó de inmediato a la estancia donde una secretaria se ocupaba con un par de documentos.

―Señorita, por favor, puede informarle al señor Cavill que su nueva «empleada» ya está aquí.

Aquella petición me dejó boquiabierta, en mis sueños imaginaba que me podría cruzar con «El CEO» en algún momento de mi trabajo, pero nunca pensé que antes de trabajar me presentaría ante él.

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