En aquel restaurante, angustiada y expectante, esperaba una explicación adecuada para mis dudas, generadas por las palabras de Samira.
- Quiero una explicación - dije - con la verdad.
Jerry se aclaró la garganta y con cautela y suavidad comenzó a hablar.
- Elizabet yo no tengo una relación con Samira.
- ¿La tenías cuando yo estaba en Cuba?
Él respiró profundo, estaba cansado y agobiado.
- Yo siempre la acompañé por el bebé, no estuvimos juntos.
- ¿Y el beso? - pregunté porque la duda devoraba mis entrañas.
- No correspondí al beso - dijo con honestidad - tienes que creerme, yo te amo.
Lo contemplé y vi su desesperación, no podía ser tan básica, predecible y creer en las mentiras de la rubia.
- Confío en ti, tranquilo - dije y pude apreciar cómo mi guardián soltaba el aire que tenía acumulado, en señal de alivio.
Me tomó las manos con dulzura, expresándome delicadeza y caballerosidad.
- Gracias, mi amor, por creer en mí.
¿Creía en él? Quería hacerlo, pero aún