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(NARRACIÓN: ISABELLA)

Me siento tan desesperada en estos momentos, mi alma y pensamientos  gritan de dolor al ser fuertemente traumatizados. Puedo sentir como todo dentro de mí se derrumba completo con cada imagen desagradable que veo. No puedo digerirlo por completo pero él me obliga a hacerlo. Tengo asco de mi misma al estar haciendo esto, observando como personas desconocidas sufrieron en sus manos.

 Él es completamente enorme, es alto, fuerte y poderoso. Al igual que su reputación, el mismo obliga a mis ojos no cerrarse. No hay manera que pueda defenderme de él, no hay ninguna oportunidad de poder huir y mantener a salvo a mi familia. Solo tengo que sobrevivir siete meses en este horrible lugar.

Toda mi vida fui una miserable  y sigo siendo una miserable. Desde que el demonio de valencia salió a la luz siempre deseé este momento, desee estar a su lado. Y ahora que lo estoy viviendo me doy asco. . . Asco de estar haciendo esto con el hombre más poderoso del mundo, asco de estar con el hombre que probablemente ha asesinado a muchas personas, solo por diversión.

Pero sobre todo, me siento tan impura por cómo me siento, por qué sé que en el fondo lo estoy disfrutando y mi cuerpo lo refleja.

Él lo está disfrutando tanto, sus ojos se mantienen sobre mí. Está llevándose todo de mí  en estos momentos y lo entusiasma tanto. Sus dedos se aferran a mi cabello por un momento mientras me acerca a él. Mi garganta se contrae repentinamente al sentirme asfixiada sin ninguna razón y él gruñe al ver mi rara expresión.

—¿Qué te pasa? —susurra mientras me jala un poco más a él. Las lágrimas brotan con fuerza por mis ojos, no le importa que me esté ahogando.  —hey…—susurra con su voz completamente ronca.

Sebastián se tensa y se aleja un poco para permitirme respirar. Me quedo boca abierta  en el sofá cuando finalmente recupero mi aliento. Él sonríe diabólicamente y vuelve  acercarse a mí sin borrar la sonrisa. Automáticamente mi cuerpo se tensa con fuerza por culpa del miedo y ocasiona que mi piel se erice por completo en aquella habitación.  

 Un falso recuerdo invade mi cabeza al igual que un dolor agudo. Me mareó y cierro mis ojos. Sebastián finalmente se aleja de mí. Abro los ojos y me mira con el ceño totalmente fruncido.

— ¿Estas bien gatita?— me pregunta. Sus palabras retumban una y otra vez en mi cabeza como si él se encontrara a largos metros de distancia. Falsas imágenes se cruzan en mi cabeza como una extraña película vieja. Observo un accidente automovilístico que parece ser totalmente mortal. Miro la lluvia caer con fuerza sobre la carretera mientras me arrastro por el suelo.

He visto mi muerte, ¿Así es como Sebastián me asesinara? Intento levantarme del sillón y lo veo acercarse justamente cuando mi cuerpo cae hacia atrás. Adentrándome a la oscuridad.

Abro mis ojos nuevamente. Esta vez no estoy amarrada y puedo moverme con comodidad en el amplio colchón sedoso. Mi cuerpo se relaja por completo cuando veo la habitación vacía.

Las altas paredes blancas están adornadas por pequeños detalles en dorado. Un gran candelabro de cristal cuelga del alto techo y unos cuatros decorativos terminar por adornar la habitación. La habitación en la que me encuentro está perfectamente ordenada y cada cosa esta completamente alineada con el centro de la habitación. Me doy cuenta que la habitación tiene un estilo bastante minimalista.

Mi mirada queda completamente atrapada en las grandes ventanas que dan vista al jardín. La lluvia cae con fuerza sobre el jardín y se me escapa una pequeña sonrisa al sentirme tan cómoda en aquella soledad. Sé que en cualquier momento él entrará por esa puerta y me obligará a hacer cosas que sé que no debo de hacer.

Me preocupa la idea de hacerlo molestar nuevamente, mi cabeza duele con cualquier mínimo movimiento. No recuerdo muy bien lo que ha sucedido pero sé que mi castigo ha terminado.

—Señorita — dice una voz desde la puerta. Un pequeño grito sale de mi boca al escucharla, volteó completamente aterrada y me sorprendo por completo al encontrar a una mujer de avanzada edad. Me sonríe con amabilidad, causando que las marcas de expresión se marquen por completo. Su cabello largo se mantiene sujeto en una alta cola de cabello blanco y no lo sé… algo en ella me hace quererla con solo verla.

Es una locura pero siento que la conozco.

—¡Lamento asustarla pero el joven Sebastián espera por usted en el comedor!— me dice la anciana con suave voz.

—Soy Isabella —digo.

—Lo sé— dice la mujer para luego sonreír.

— ¿Lo sabe?— le pregunto. Ella abre los ojos como si acabara de decir algo que no debía y retrocede dos pasos.

—El joven Sebastián me lo ha dicho…—dice como si estuviera mintiendome—¡Pero apúrese porque no le gusta esperar!

—Yo no puedo bajar… —susurró con vergüenza al pensar bajar únicamente en bragas y con la blusa totalmente abierta.

—¿¡Dónde estás Isabella!?—grita Sebastián. Mi piel se eriza por completo al escuchar su tono de voz. Esta tan molesto que puedo jurar que esta será mi última noche. —¡Tienes dos minutos para bajar o iré por ti y no te gustará lo que te haré!

Puedo escuchar sus fuertes pasos en las escaleras. El corazón parece que se saldrá en cualquier momento de mi cuerpo, mis manos tiemblan sobre las blancas sábanas de seda y mis labios se secan por completo. Estoy totalmente en shock. ¿Cómo  se supone que debo de reaccionar?

La anciana corre hacia el gran armario y saca unas cuantas prendas. Veo como tira una suave pijama sobre las sabanas y sale de la habitación hecha un rayo.

—Joven Sebastián — dice la mujer.

—Quítate—ordena él. Las voces se escuchan con claridad desde el pasillo y yo intento cambiarme lo más rápido posible con aquella pijama de dos piezas que dejo la anciana sobre mis sabanas. La situación luce como si ella intentara salvarme de la furia de ese hombre.

—La señorita vendrá en un momento.

—¡Qué te quites!—grita. Me llevó la mano a los oídos cuanto su potente voz retumba en todo el lugar. Intento abotonarme la camiseta del pijama pero es imposible. Mis manos tiemblan con fuerza y lo único que obtengo es meter el short en mi cuerpo y quedarme con una blusa abierta.— esa mujer va a aprender a seguir órdenes. Quiera o no.

—La señorita vendrá en un momento. —dice nuevamente la anciana. Su voz luce completamente tranquila a pesar de que él está hecho una furia.

—Se lo que estás planeando —dijo Sebastián.— y no lo voy a permitir.

Los fuertes pasos se acercan a la habitación y me desespero por completo al sentirme tan inútil.

—Creo que debería de tenerle más paciencia. Se desmayó por bastante tiempo…

—¿Eso que tiene que ver?— pregunta él para nuevamente gritar mi nombre.

—Que la señorita Isabella tuvo un accidente en el aeropuerto… debería de llamarle al doctor. No es normal que se desmaye tanto.

—Da igual, contáctalo.

Finalmente cierro los ojos cuando Sebastián entra a la habitación y me toma con fuerza del rostro. Puedo ver como su rostro se sorprende al encontrarme envuelta en llanto.

—¿Ahora qué?— me pregunta con frustración. Señalo mi blusa abierta con mis manos temblorosas y entonces sonríe ampliamente.—¿Es enserio? —me pregunta mientras me mira a los ojos.

Sollozo nuevamente y me llevo las manos al rostro. Sebastián aleja sus manos de mi rostro y suelta ambos tirantes de mi sostén. Con una mano ágil me abre el sostén y me aleja por completo de él. Intento cubrirme pero él me lo impide.

—Tienes prohibido usar sostén en esta casa. —me susurra. Niego rápidamente y retrocedo un paso al ver su rostro asesino.

—Entiendo… sin…sin…sin nada—tartamudeo. Sebastián sonríe y lanza mi ropa hacia las sabanas. Toma mi blusa abierta y se concentra en abotonar cada uno de los botones.

—¿Cuántas veces te desmayaste hoy?— me pregunta de repente. Trago saliva y guardó silencio.—¡CONTESTA!

Mi cuerpo tiembla de miedo y respiró agitada. Secos sollozos se mantienes en mi cuerpo mientras lo veo.

—Dos—susurro tan bajo que apenas es escuchado por él.

—¿Cuántas veces tuve la culpa yo?— pregunta.

—Ninguna—le digo.

—¡Exacto! —grita.—¡Ninguna! Así que me debes dos castigos, gatita.

Intento mirarlo a los ojos por unos segundos pero no puedo hacerlo y cierro mis ojos con esperanzas de no volver a verlo.

—¿Estas ignorándome?— me pregunta.—¿Gatita?

Su voz es tan firme y amenazante que el simple hecho de escucharlo me provoca miedo. Sé con perfección que disfruta verme en esta situación, sé que le encanta el hecho de verme totalmente aterrada y temblorosa. También sé que está molesto pero parece querer intentar controlar su mal genio para calmarme un poco. Cosa que no funciona en lo absoluto.

Aunque estoy segura que lo volveré a hacer molestar y terminaré pagando por la furia que ocasionaré y la furia que esta conteniendo. ¡Genial un 2x1!

—¡Estas ignorándome!— grita confirmándome.

Niego rápidamente y grito cuando me estrella en la pared de la habitación, sollozo con fuerza y jadeo.

—¡Espera!— lo detengo, mi mano toca su pectoral con delicadeza y él se detiene como si mi tacto lo congelara.— solo estaba pensando... lo siento— susurro.

—No digas eso nunca más —dice él.

—¿Qué cosa?— susurré mientras me agarra de la mano y lanza mi mano. Alejándola de su cuerpo.

—Nunca más te vuelvas a disculpar. Te hace ver débil. ¡Lo odio!— me dijo al mismo tiempo que intento sujetarme de la pared.

—¿Odias que me disculpe pero no me permites llorar?— le pregunto.

—Baja a cenar —dice para dejarme completamente sola en la habitación. Observo mi la blusa del pijama y me doy cuenta que la ha cerrado completamente. Cubriendome por completo. —¡Dije a cenar!— grita desde el pasillo.

Salgo de la habitación lo más rápido que puedo y me sorprendo al observar el gran pasillo, tan largo y tan ancho. ¿Cómo una casa puede ser así se lujosa?

Sebastián me aprecia desde las escaleras pero yo estoy completamente petrificada con el puro pasillo. Si el pasillo luce de esa manera, no puedo imaginar cómo será la casa.

—Rápido, gatita.

Avanzo dos pasos con timidez y suspiro al sentir la alfombra negra sobre mis pies desnudos. Los grandes cuadros de decoración roban mi atención por completo. Conozco algunas de ellas y sé lo costosas que son. No puedo evitar abrir mi boca al observar una obra de arte.

—¿En verdad tienes dinero para pagar esto?— pregunto mientras observo la pintura.

—¿Te gusta?— me pregunta. Asiento levemente y me acerco a él. —Mañana lo tendrás en tu habitación. — avisa para luego obligarme a bajar las escaleras junto a él. Pasa la mano por mi cintura y finalmente la baja para acariciar mi trasero. Suelto un jadeo de dolor al sentir sus firmes manos apretando mi piel. Me alejo de él y desvió la mirada por completo. Sé la mirada asesina que me está dando y no quiero verla por ningún motivo.

—¿Por qué algunas obras de arte están cubiertas con seda negra?— le pregunto. Intentando cambiar el tema para que no se moleste pero es demasiado tarde. Sebastián guarda silencio y baja el último escalón de las escaleras.

—Sígueme— es todo lo que dice. Mi mirada viaja por la gran casa. Todo parece ser una fantasía, es imposible no estar sorprendida, su casa es completamente lujosa y entre más la veo. Más cara luce. Sebastián entra a un gran comedor, me señala un asiento y me detengo para poder sentarme donde él me ha indicado. Avanza unos cuantos pasos más y se sienta en su asiento.

Ni siquiera tengo apetito. ¿Quién podría tener apetito en esta situación? He sido prácticamente secuestrada por el mafioso y asesino más poderoso del mundo. Estaré por siete meses junto a él... siendo su mujer.

Y sé lo que significa ser su mujer, Sebastián no se refiere a vivir completamente enamorados estos siete meses. Él quiere dominarme, controlarme. Puedo ver en su mirada sus intenciones.

Cualquier mujer estaría alagada por tener un poco de atención de él.  QUALQUIERA, pero yo no...al menos ya no. Siempre quise tener toda su atención, al menos un día. El día en que pudiera entrevistarlo. Siempre quise ser la primera periodista que tuviera información de él. La primera en conseguir una entrevista del “Demonio de Valencia”  quería que me conocieran mundialmente y me dijeran: Por Dios ¿Tú eres Isabella Renaldi? ¡Mire tu entrevista y es sorprendente! ¿Qué se siente conocer a Sebastián Russo?

Si, era lo que siempre había querido y ahora que lo conozco y lo he escuchado solo puedo decir una cosa. Conocer al demonio de Valencia, es simplemente aterrador.

Es tan aterrador que te deja sin aire, especialmente sus hermosos ojos azules que esconden toda su maldad e ira.

Sé que Sebastián es guapo, es demasiado guapo. Sus ojos azules, su cabello rubio, sus fuertes músculos y ese tatuaje de serpiente que envuelve su brazo. Todo en él es tan atractivo pero si carácter...su personalidad, su esencia y su incontrolable ira lo vuelven completamente horrible.

—¿Piensas quedarte parada toda la noche ahí?— me pregunta mientras toma la copa de vino tinto y lo lleva a sus labios. —¿Mirándome?— sonríe.

Entonces me doy cuenta que llevó varios minutos parada, viéndolo fijamente. Me siento con cuidado en el asiento que él me había ordenado y de nuevo tengo la misma sensación que tuve hace un momento. Siento que conozco con perfección cada uno de los rincones de ese lujoso comedor y no puedo parar de preguntarme por qué.

—Mañana iras al médico, iré contigo así que no intentes ninguna locura. — me dice mientras me regala una fría y coqueta sonrisa.— tengo que asegurarme que mi mujer este bien—susurra para luego levantar la copa de vino en señal de brindis — por la salud de mi mujer— dice con arrogancia.

Se está burlando de mí y vaya que lo está disfrutando. Me regala una sonrisa burlona y continua tomando de su copa de vino. La anciana entra al comedor con un carrito. Observó los platos de comida y Sebastián alza una ceja.

—No me has contestado— dijo Sebastián. Volteó a verlo y me sorprendo al ver su rostro, totalmente furioso.

—No creí... que necesitaba contestarte— le digo.

—¡¿Entonces crees que estoy hablando con la pared?!— me grita. Quiero perderme en mi asiento y que él no pueda verme pero estoy completamente atrapada en sus ojos azules.

—Señora Cristina—dice Sebastián, sin dejar de verme a los ojos.— llama a todo el personal, les presentaré a mi mujer.

—Si señor— dijo la mujer. Mi mirada sigue a la anciana de cabello corto, la veo dejar el plato frente a él y luego viene hacia a mi.

—No tengo hambre.— le susurro pero ella me ignora y deja el plato frente a mí. Observo mi plato y me muerdo el labio.— no puedo comer esto...soy vegetariana— anuncio.

—Retírate Cristina y haz lo que te pido, cuando salga todo el personal asegúrate de cerrar bien la del comedor, tengo que hablar con mi mujer.

Observó a la anciana salir por unos momentos, él mantiene su mirada en mi y comienzo a notar como mis piernas comienzan a temblar con fuerza bajo la mesa. Su mirada me aterra y lo único que puedo pensar es en clavarme en la garganta el cuchillo que tengo frente a mi. Siendo sinceros, nunca podría llegar a lastimarlo.

—Come de una vez— me susurra y yo niego. —¿Crees que es una petición?

—¿Por qué tengo que cambiar mi forma de alimentarme solo porque tú lo deseas?— le pregunto.—¿Acaso tu dejarías de asesinar personas porque yo te lo pido?

La puerta se abre justo en el momento exacto. Varios empleados entran y me observan fijamente. Sebastián se levanta de su asiento y camina hacia mí. Me toma de la mano con un poco de fuerza y me obliga a ponerme de pie. Su mano pasa por mi espalda cuando finalmente me levanto, le regalo una mirada completamente cargada de miedo y él me sonríe con diversión mientras acaricia mi temblorosa espalda.

—Quiero presentarles a la Señora Russo— dice con una voz totalmente cargada de orgullo. Me siento como un maldito trofeo a su lado. Como si yo fuera un objeto que ganó en una feria.

—Bienvenida señorita— dicen todos en conjunto. Mi piel se eriza al verlos recibiéndome como la mujer de Sebastián. Solo son siete meses me digo a mi misma, intentando animarme. Sebastián aprieta con fuerza mi cintura, exigiéndome una respuesta. 

—Gracias— susurro, soltando un pequeño suspiro tembloroso que todos pasan por desapercibido.

—Lárguense— dice él, en un gruñido.

Mi corazón se detiene por completo cuando nuevamente quedo a solas con él. Sebastián sonríe y mantiene sus ardientes manos sobre mi cintura. Jadeo levemente y me muerdo el labio.

—Eres mía, solo mía. — susurra antes de morderme con fuerza el cuello y obligarme a gritar de dolor.

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