/Capitulo 03

En la actualidad.

Snape.

Jamás me había sentido tan impotente en la vida.

Nunca había tenido tantas ganas de asesinar a todo el que se me pusiera en medio.

No encontraba la forma de controlar mi temperamento, de calmar si ansiedad, saciar mis instintos y callar a esa voz en mi mente que me gritaba una y otra vez que había perdido. Se había burlado de mí, y de la manera más estúpida posible. Se había reído de mí en mi cara.

Cuando estaba frente a mí, se convertía en la mejor actriz que pudiera existir en el mundo, pero, en cuanto le daba la espalda, ella clavaba puñales con bates que portaban clavos y me lastimaban de forma silenciosa. Me usó. Me manipuló a su antojo, y esas palabras que dijo al final, antes de entregarme al enemigo…

Jamás las voy a olvidar.

‘’Hagan lo que quieran con él’’

Esa frase se repite una y otra vez en mi mente, siendo el motor e impulso que necesito, para poder levantarme y tomar la revancha que, como todo sobreviviente, tengo muy merecida.

Esta vez entraré directamente en la jugada. Tengo días puliendo ese plan que ha ido creciendo con el pasar de los días en mi mente. Ya no iré haciendo caer a uno por uno desde las sombras, ahora ellos van a necesitarme, y esa será mi oportunidad para acabar con La Asociación…

… y con ella.

—Siempre me ha dado miedo cuando te quedas quieto de esa manera, lo haces desde pequeño. Sueles mirar fijamente un punto por horas y horas, y, cuando finalmente dejas de hacerlo, sonríes con malicia, antes de soltar algún plan maestro. Te pido que esta vez pienses bien en lo que planeas hacer, hijo, porque ahora es la vida o la muerte. Si entras en esa organización y nada sale como quieres, no dudarán en matarte, pero, si creas una jugada sin fallas, no habrá manera de que alguien te gane. Ya lo has hecho antes, puedes hacerlo ahora.

—Las misiones que tuve antes, señor Hopkins —respondo de mala gana, y haciendo énfasis en la palabra ‘’señor’’, para que deje de llamarme ‘’hijo’’. Jamás lo llamaré padre. Si creía que iba a hacerlo por haber estado en mi lecho de muerte, entonces estaba y está muy equivocado —, no eran nada como lo que he vivido con esta última. Siempre tuve que hacer rescates, nunca me había metido en algo como esto. Tenía que vivirlo para poder entenderlo. Ahora sé sus maneras de pensar, de moverse, de subsistir. No hay forma de que escapen de mí y de todo lo que tengo preparado para ellos.

—Lo sé. Desde pequeño te arriesgabas a perder ante lo desconocido, justamente para poder entenderlo y a la siguiente vez, vencerlo. Te encanta hacer eso. Solo voy a recordarte que, esta vez, no te entregaste a ellos por voluntad propia para poder estudiarlos. Esa chica a la que protegías te traicionó. —Fernando tomó una silla que estaba en una esquina y la acercó a mi cama, sentándose a mi lado.

—¿A qué punto quieres llegar?

—¿Estás seguro que no caerás una segunda vez ante ella?

—Qué poca fe me tienes. —Ironizo.

—Sabes que no es eso. Nunca había dudado de ti, ni de tus capacidades en ninguna de las misiones que habías tenido hasta ahora, pero tampoco te había pasado algo parecido. Jamás te enamoraste. Es la primera vez que lo haces. ¿Cómo sabes que no volverás a caer? ¿Dejaste de amar a esa mujer?

—¿Cómo voy a seguir amando a alguien que me lanzó al crimen organizado y me dejó con ellos por más de dos años donde fui torturado, desangrado hasta morir y hasta traficado? Me vendían al mejor postor, tuve suerte de que no me… —Apreté mis labios en una fina linea, recordando todas las cosas que le hacían a los demás allí dentro.

Yo logré ser importante gracias a mi tipo de sangre.

Cuando dije que me desangraban hasta morir, lo decía de forma literal. A diario insertaban jeringas en mis venas y drenaban mi sangre. La mía y la de muchos otros. La traficaban y la vendían en el mercado negro.

—Entiendo —susurra. Yo levanto mi mirada y ruedo mis ojos al verlo triste. De seguro lamentándose, por no haberme protegido. Él sigue creyendo que yo soy un bebé, ese niño indefenso que se supone que estaba a su cargo, pero que ni así sacó del orfanato.

—No, no entiendes nada. Debes comprender de una vez por todas que la profesión que yo tengo es la que más peligros conlleva. Puedo morir de un momento a otro. Fue mi elección, así como también fue la tuya. —Señalo su placa de policía puesta en el traje que porta —. Así que deja las idioteces de andar sentimentalista.

—¿Cuál fue el error que cometí con la crianza de este niño, Dios mío? —Le preguntó al techo de la habitación. Levanto sus manos, en súplicas, pero estábamos encerrados, así que sus plegarías al cielo no llegarían.

—¿Error o errores?

—Ya entendí. No tienes que ser tan duro.

—Soy sincero.

—¿Cómo estás? ¿Qué te han dicho esta semana?

—¿Esta semana en la que no has venido a ver a tu supuesto hijo? Nada interesante. Solo que mi brazo volverá a tener movilidad si sigo con la rehabilitación, pero con las horribles marcas de las quemaduras no hay nada que hacer.

—Primero me pides que me vaya y luego reclamas porque no vengo a verte.

—Cumplo con mi deber de joder tu existencia a ver si te vas de manera definitiva de mi vida. —Me encojo de hombros.

—Siempre tienes algo inteligente o estúpido para decir, pero que te hace ganar.

—Ya perdí una vez y no pienso volver a hacerlo.

—No te dejes llevar por el odio, piensa bien las cosas para que te salgan bien y…

—No hay mejor motivación que el odio para acabar con tus enemigos.

—Es más importante la paciencia.

—Se puede tener paciencia sin dejar de sentir odio, aquí lo importante es no perder el enfoque, ni la meta.

—Con respecto a tu brazo, hay métodos que… —en cuanto comienza a hablar, levanto mi mano sana, haciéndolo callarse.

—Mi brazo va a quedarse con esas marcas. Es un recordatorio de todo lo que sufrí, resistí y sobreviví. ¿Me gusta tenerlo de esta manera? No. ¿Me lo estoy tomando de una forma positiva? Sí. Quiero que quede para siempre en mí y me recuerde que no soy invencible, y que, por eso, debo ser mucho más precavido y sigiloso de lo que jamás he sido.

El lugar queda completamente en silencio y frunzo el ceño en cuanto poso mi mirada sobre él y lo veo sonreír ampliamente.

—Me gustó.

—No me interesa si te gusta o no. ¿Me puedes hacer un favor?

—¿Luego de la forma en la que me estás hablando? Me parece una falta de respeto.

—Necesito un guantelete, pero tienes que mandarlo a hacer, porque los que venden siempre suelen llegar hasta el antebrazo, y el mío debe cubrir todo el brazo. Que sea de cuero grueso. Tiene que tener consigo herramientas útiles, clavos, dagas de diferentes tamaños y formas, navajas, vidrios, agujas, balas, dispositivos de rastreo, de electricidad, y lo demás que sea que se te ocurre.

—¿Para cuándo lo estarías necesitando?

—No hay prisa. Todavía debo terminar la rehabilitación, seguir alimentándome para reponer mis fuerzas y ejercitarme. Debo volver a mi condición física de siempre. Esto lleva tiempo y ya lo he aceptado.

—Bien. Te informaré cuando lo tenga listo.

—Gracias.

—Por lo menos eres educado.

—Solo porque me harás un favor, así que no te ilusiones.

—Afuera está tu nueva esposa. —Dice de repente, y con una seriedad espeluznante.

—¿Me estás viendo la cara de estúpido o qué? Yo terminé con Karine hace cuatro años. —Le recuerdo.

—Cómo olvidarlo. La dejaste porque te empiernaste con tu misión. Insuperable.

—Vete a la m****a.

Él nunca va a dejar de recordármelo.

—Ya, pero, hablando en serio. Esta mujer trabaja para el gobierno y tomará el rol de tu esposa. Tienes que aceptarla o no habrá trato. Ella será una especie de vigilante, debe mantener informados a todos sobre ti. Básicamente va a velar porque no cometas algún error o vuelvas a intentar proteger o salvar a quienes no debes.

—¿Entonces tengo una niñera? Que se vaya a la m****a. No voy a aceptar esto. —Protesto.

—Si no lo aceptas, irás a la cárcel. No hay de otra.

—Pues, me voy a la cárcel.

—Es que eres testarudo, no hay de otra.

—Vete y dile que pase.

Quiero ver qué tan potente es esta mujer, y cuanto está dispuesta a aguantar de un hombre tan exigente como yo.

Fernando hace lo que le pido y sale de la habitación. No sin antes recordarme que debo tomar mis medicamentos y hacer los ejercicios de abrir y cerrar mi mano izquierda. Me jodieron el brazo que más usaba, tiene salvación, pero es algo que jamás podré superar. Debo comenzar mis entrenamientos desde cero. No puedo creerlo.

Intento mover mi brazo y lo logro solo un poco, levanto mi mano e intento cerrarla en un puño, pero tiembla tanto, y a medida que hago más esfuerzo, más intenso se va volviendo el dolor. Y ni hablar de la manera en la que recorre todo mi brazo y llega al resto de mi cuerpo.

Tiempo al tiempo, Snape. Tiempo al tiempo.

—Buenas tardes. —Una mujer baja, de cabello corto, rubia, vestida con el uniforme del ejército, entra a mi habitación y se queda mirándome, sin apartar su mirada ni un segundo. Sus mejillas se ruborizan y yo río con superioridad.

¿En serio me han mandado a esta chica? Sé de lo que las mujeres son capaces una vez que se proponen una meta. Ellas son letales, y no se cansan, ni se rinden, hasta lograr lo que quieren. Es por eso que nunca las subestimo.

Ya lo hice con una, y me terminó jodiendo la vida.

Sin embargo, esta chica, o cayó muy rápido, como han caído las amantes que he tenido en el pasado, o simplemente está actuando a hacer todo lo que yo digo, o a hacerse la tonta, para que baje la guardia con ella. Me vale mierdas. Sea una tonta o no, ahora necesito es desahogarme.

—Estás a mi disposición ¿No?

—Sí, señor.

—No he follado con nadie desde hace mucho. Tres años, prácticamente. Ya estoy cansado de usar la única mano buena que tengo para satisfacer mis necesidades.

—Oh… —Su rostro de ruboriza aún más y no me gusta. Odio esa reacción ante mí, porque me gusta que sean rudas, firmes, que tengan el control y me sepan enloquecer.

—Tranquila, no voy a obligarte a hacer nada que no quieras. —Recalco. —Busca a alguien que esté dispuesta.

—¿Alguna preferencia?

—Una rubia. —Evitaré por todos mis medios toparme con las tonalidades rojizas.

—Entonces aquí me tienes… —Murmura, y aunque su voz tiembla, ella se acerca, con timidez.

—Nada que no quieras.

—Quiero.

—Demuéstralo.

Sin esperar el pedido dos veces, la mujer se arrodilla ante mí, haciendo a un lado la horrenda bata de hospital que cargo puesta, y baja mi bóxer color negro. Contiene su respiración y lame sus labios al ver mi miembro ante ella, semi erecto, largo y grueso.

—¿Puedes? —La reto.

—Quiero. —Repite.

Lo toma con su boca y yo gruño en satisfacción. Ella comienza a succionar y a encargarse de la coronilla. Con el pasar del tiempo, sé que no va a darme lo que quiero, pues ella solo se centra en la punta y sus manos en el resto de mi pene. Pero nada más.

Y entonces la recuerdo a ella. Ava. M*****a, mil veces m*****a.

—Vete. —Le ordeno.

Ella me mira sin entender, pero cuando nota lo enfadado que estoy, hace lo que le pido.

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