CAPÍTULO 4 "EXILIO VOLUNTARIO"

Un hombre sin piel en los pies, y completamente sucio, se movía con lentitud mientras caminaba a través de un largo camino de rocas. Casi no tenía fuerzas para continuar. Sus piernas de desmayaban, y su espalda no resistía más con el peso de su propio cuerpo. Había estado vagando el mundo durante trece años, hasta llegar al valle de las sombras. Un lugar al cuál nadie se atrevía a ir, porque estaba repleto de personajes oscuros, nacidos del odio y el sufrimiento de los demás habitantes del mundo. Y era precisamente éstos horrible seres putrefactos, quiénes aguardaban pacientemente la llegada de ese desafortunado caminante. Parados frente a él en el camino, vieron como éste se derrumbó sobre las rocas. Totalmente exhausto, y ya sin fuerzas. 

— Te habíamos estado esperando desde hace mucho tiempo..... ¡Askal! — gritó el rey de las sombras mientras lo ayudaban a ponerse de pie nuevamente. 

En el castillo de Lergos. El rey Kaslkal contaba la famosa historia de la guerra eterna, para que los pequeño lobos, aprendices del reino, pudieran conocer el gran logro de sus ancestros. 

— En el principio de los tiempos. Los dioses decidieron otorgarnos un regalo. Una copa de oro. Cualquiera que bebiera de ese copa se volvería un dios, se volvería inmortal. Sería inmune a la muerte. El problema es que hicieron solamente una copa para los cinco reinos. Obviamente ninguno estuvo de acuerdo en que el otro la tuviera en su poder. Eso trajo como consecuencia, la gran guerra eterna. Los vampiros peleaba para ser inmunes al sol, las brujas al fuego, los dragones al agua, los humanos a la muerte, y los lobos claramente queríamos dejar de ser vulnerables a la plata. Siglos y siglos de guerra cruel, sangrienta, sin piedad. Muchos perdieron la vida. Sin embargo, entre todo ese caos. Nacería un niño lobo con la capacidad de unir a las naciones. Ese niño, jóvenes aprendices, ese niño era mi padre. El gran Kusmul. Fue el quién propuso que nadie sería eterno, y que la copa se dividiría en cinco pedazos. Cada reino obtendría uno, y así pudo finalmente poner fin a la guerra eterna — contó el rey Kaslkal — he aquí las dos piezas con la que los lobos contamos hoy en día — dijo el rey Kaslkal señalando las dos piezas de oro de la copa sagrada que yacían en su pedestal. 

— ¿Porqué los lobos tenemos dos piezas? — preguntó uno de los aprendices con mucha curiosidad. 

— Luego de muchos años de guerra. Los hombres lobos logramos conquistar el reino de los humanos. Nos convertimos en sus gobernantes. Así que la pieza que ellos tenían en su poder, pasó a ser nuestra — explicó el rey Kaslkal. 

— ¡Majestad!, ¡Majestad! — gritó el espía que el mismo rey había enviado a espiar a su hijo Sköll, entrando repentinamente en el salón real — perdone que entre de esta manera, su alteza, pero tengo noticias de Sköll, que seguramente querrá escuchar de inmediato — confesó el informante. 

La noche llegó rápidamente. Venus esperaba pacientemente en el monumento del oráculo, como Sköll se lo había indicado. Una maravillosa obra arquitectónica en honor a los sabios consejeros del rey. Unas pocas escaleras que llevaban a una hermosa tarima de piedras. Todo eso rodeados de las más lindas flores, y un gigantesco rayo de luna que bañaba justo el lugar en dónde Venus estaba parada. 

Esperó hasta que vió una sombría silueta acercándose a ella. Silueta la cuál rápidamente asumió que se trataba de Sköll. Sin embargo de inmediato se llevaría el susto de su vida al notar de quién se trataba.

— ¡¿Su majestad?! — exclamó Venus totalmente impresionada con sus ojos amarillos y brillantes que deslumbraban todo el lugar.

Venus se inclinó con mucho respeto ante su rey. Tal y como debían hacerlo todos los habitantes del reino de Lergos. 

— No te preocupes, querida. Ponte de pie. Vengo para evitar que Sköll y tú comentan ésta gran equivocación. Nadie los persigue. Por el contrario, nos llenaría de prestigio si deciden quedarse, y celebrar su boda en el castillo del reino. — dijo el rey Kaslkal acercándose lentamente hasta que estuvo frente a ella — todo el reino de Lergos estará feliz de tener a una reina loba como tú. 

— Lo siento, su majestad, pero yo jamás podré ser reina de Lergos. Yo no soy una loba pura de nacimiento — confesó ella con pesar. 

— Eso era todo lo que quería escuchar — dijo el rey desenfundando una daga de plata que traía oculta bajo su capa, y con la cuál atravesó el corazón de Venus de manera despiadada. 

Venus cayó lentamente sobre las escaleras de aquel monumento. La daga quedó incrustada en su pecho mientras que el rey desaparecía entre las oscuras sombras de la noche.

Cuándo Sköll llegó, se encontró con aquella terrible escena. En esta vida hay cosas mucho peores que la muerte, y Sköll lo confirmó aquella nefasta noche. 

— Venus... Venus, no — susurraba Sköll con un enorme nudo en su garganta mientras se acercaba y las lágrimas nublaban su visión. 

Finalmente la tomó en sus brazos sobre aquella escalera. La daga de plata perforando su pecho le dejó muy claro quién era el responsable de aquel cobarde acto. Sköll se transformó en lobo, y arrojó un aullido que salía desde la más profundo de su ser. Expresaba un dolor imposible de explicar. Un sentimiento de destrucción que se asemejaba a lo roto que estaba por dentro. Dirigía su lamentos hacia su madre luna mientras que sus lágrimas mojaban el pálido rostro de su amada Venus fallecida. Totalmente inmóvil, sin vida, y con esa daga atravesando su corazón. Así fue como Sköll la tomó en sus potentes brazos de bestia, y la levantó para sacarla de allí, caminando con el rostro lleno de lágrimas. 

— ¡Sköll Wolf! — gritó un soldado del ejército mientras que decenas de soldados lo rodeaban totalmente temerosos, puesto que sabían de lo que era capaz Sköll, y mucho más ahora que estaba dolido por la muerte de su amada — usted está acusado de alta traición a la corona. Coloque a la chica en el suelo y rindase.... Por favor — dijo ese tembloroso soldado tragándose el gran nudo que había en su garganta. 

Sköll comenzó a rugir con una fuerza y una ferocidad que esos hombres jamás habían visto en su vida. De inmediato los soldados arrojaron sus armas al suelo y se rindieron colocándose de rodillas para que Sköll abandonara el monumento del oráculo caminando tranquilamente con el cadáver del amor de su vida sobre sus brazos. 

Sköll la enterró decentemente en el campo de flores que ella tanto amó en vida. Y allí frente al gigantesco castillo de Lergos, juró que nunca más volvería al reino. Así fue como comenzó el exilio voluntario del futuro rey.

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