Resignación
Resignación
Por: Maggie Coelho
Prefacio

—¿Sin más?—pregunto notablemente confundida sin poder evitar parpadear un par de veces incrédula ante lo que me había dicho.

Ella suelta una carcajada, me mira de arriba a bajo un par de veces, pasa su mirada como si fuera un escaner por todo mi cuerpo, finalmente se para encima de mi pecho. Rapidamente me llevo las manos a la chaqueta de mi traje tapandome con precaución.

Ella sonríe de lado a lado asintiendo, aunque por la sensación que me transmitía su sonrisa no parecía que lo hiciera con frecuencia.

—Me gusta tu perfil. Estás contratada—se encogió de hombros volviendo a posar su atención encima de su escritorio.

—¿Sin más?—vuelvo a repetir.

Ella se lleva la manos a sus gafas de pasta y luego busca con las manos un bolígrafo y el contrato.

—Creeme que estás de suerte—mira de reojo hacia el despacho que hay el fondo de la planta—Él te ha escogido por encima de las otras cuarenta—añade con voz tetrica.

Su mirada igual de penetrante que su voz, hace que mi corazón empieza a latir con fuerza, miro de reojo hacia el despacho sintiendo que en lugar de aliviarse la presión aumenta.

—¿Quién?

—Damián Remigton—sonríe sin ganas como si fuera obvio y de hecho lo era.

Blanqueo los ojos ante la estupidez de mi pregunta.

No me lo puedo creer, actuo y me siento como si estuviera en alguna de esas novelas de señoras casadas que sueñan con un ricachón que las salve de lo mediocre que son sus vidas, estúpida y desesperada. ¿El problema? Que hasta “esta entrevista” no era ninguna de estas dos y estaba empezando a sentirme como si fuera ambas.

Trago saliva con fuerza.

—¿El puesto es para asistente?—pregunto de nuevo, vaya parece que hoy es el día de las preguntas tontas…¿Verdad, Adelaida?

Ella asiente con la cabeza perdiendo la paciencia.

Tomo el contrato y el bolígrafo para firmar sin poder remediar el nudo en la garganta que se forma poco después, me siento como si

“Hazlo por Ian” me digo.

“Por nuestra boda” afirmo con más fuerza.

“Por nuestro futuro juntos” añado cerrando los ojos insintivamente.

Firmo sin siquiera leer nada del contrato, probablemente haya sido una imprudencia como una catedral pero sentía que si le daba muchas vueltas probablemente daría una vuelta sobre mis talones y saldría por patas lejos. No me he esforzado tanto para convertirme en la mera asistente personal de alguien pero siendo honesta este alguien no es cualquiera, esto es la puerta de entrada para poder trabajar con los peces gordos del país. Todo el mundo sabe que sin influencias no eres nadie y yo influencias, influencias no tengo muchas que digamos. A pesar de ello, en mi barrio puedo conseguirte un kebab con bebida en oferta y un par de gramos sin molestia. Quiero decir, mi origen no es el mejor pero me he esforzado mucho para llegar donde estoy, me he labrado mi presente y estoy luchando por mi futuro. A pesar de ello no tengo nada por lo que quejarme, la gratitud es algo que me gusta y que la vida me enseñó a ejercer muy temprano.

Tengo un prometido que me ama y al que amo, Ian, futuro médico, guapisímo. Ganará mucho dinero. Un grupo de amigos y una familia que siempre ha estado ahí para apoyarme en todo. Asi que si me toca poner mi ego de lado y trabajar como una secretaria para el ricachón de turno, lo haré sin rechistar.

—Perfecto—concluye ella—Ya puedes entrar, el señor Remington te espera—sonríe, toma su abrigo, se lo pone y se coloca en la puerta del pasillo frente a la muchedumbre que hay detrás, las chicas la observan sin entender. Al menos no soy la única que no entiende lo que está pasando.

Mi cara va a peor cuando empieza a hacer señas a todas las otras candidatas a que abandonen el sitio.

Antes que pueda darme cuenta ya no hay ni un alma en el pasillo. Miro de reojo la pantalla de su ordenador. Mis ojos se salen de órbita al leer “buena suerte” en mayúsculas y negrita.

La presencia de un hombre hace que me voltee nerviosa sin poder entender como ha conseguido llegar tan cerca sin hacer ni siquiera un ruido.

—¿Adelaida?—suelta acariciando mi nombre en sus labios, su mirada se pasea por mi cuerpo con aprobación.

Lo miro sin poder creerme que me haya llamado por mi nombre y no por mi apellido, a pesar de ello su presencia altera gravemente mi capacidad de reacción.

Él sonríe ofreciendome su mano.

—Walsh—susurro yo—¿Supongo que este es mi despacho?—añado tomando asiento intentando mantener la distancia con su imponente figura.

—Sí.

Se pasa una mano por su corto pelo negro sin borrar esa sonrisa misteriosa, mis ojos se salen de órbita cuando noto sus ojos en mi pecho sin reparo alguno escaneandome. Frunzo el ceño poco después, debe ser una paranoia mía, me obligo a pensar mientras vuelvo a cubrirme de nuevo con la chaqueta de mi traje.

—¿No me das la mano?—pregunta, su voz es ronca. Del tipo de voces que parece estar acostumbrada a dar ordenes y nunca recibir una negativa por respuesta.

Claro que no. La calor que desprende su cuerpo es palpitable aún a centímetros de distancia, no pienso cometer la imprudencia de dejar que mi cuerpo roce el suyo. Además su mirada no acaba de convencerme, siento que si coloco mis ojos encima de los suyos podría llegar a leerme la mente o algo por el estilo. Asi que escaparme lo más lejos de él dentro de lo que cabe me parece una buena estrategia de supervivencia.

—Tengo mucho que hacer—susurro mirando el post-it—Su asistente se ha marchado pero ha dejado una lista de cosas que hay que hacer—repito intentando justificarme sin mirarlo a los ojos.

Probablemente de hacerlo no podría evitar sonrojarme como una estúpida colegiala. Sus manos grandes y fuertes se posan encima de mi escritorio dando un leve golpe, no puedo evitar dar un leve salto sobresaltada y tragar saliva con fuerza cuando noto su aliento a dos palmos de mi boca. Mi respiración se vuelve cada vez más lenta mientras él agranda su sonrisa.

—Tiene una boca tentadora y unos labios deseables—susurra lentamente antes de marcharse.

Mis ojos se salen de órbita incrédulos ante lo que habían presenciado y mis mejillas, mis mejillas no tendrían nada que envidiarle a un volcán en errupción.

¿En qué lío me había metido?

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