Brendan se despertó con un dolor de garganta y el cuerpo pesado como el plomo. Unas sacudidas de frío y calor recorrieron sus venas, dándole la idea de que podía tener fiebre. La última vez que había estado así de enfermo había sido un año atrás y Brendan tenía una ligera idea de dónde estaba el botiquín.
Deirdre lo había colocado en el armario cerca de la cabecera.
Tosió y abrió de un tirón la puerta del mueble. Cada frasco de medicina tenía una nota adhesiva con garabatos sobre la dosis y su fecha de caducidad. Era la forma de ser de Deirdre: siempre había sido muy meticulosa con todo lo que se proponía.
Brendan arrancó la nota y sintió que el pecho se le desgarraba de alguna manera.
Habían pasado unos días sin que su enfermedad diera señales de mejorar. Aun así, se puso a trabajar, luchando contra sus ataques de tos y su malestar general mientras hojeaba el papeleo. Pasaron más días y empezaba a pensar que sus recuerdos se estaban convirtiendo en ruido blanco.
Entonces, de r