Capítulo 1.

Elizabeth estaba verdaderamente cansada. No podía recordar haber estado tan agotada nunca en su vida. Y todo era por culpa de sus amigas. Ellas la habían mareado durante todo el día. Por la mañana había recibido felicitaciones de todas sus amistades y conocidos, además de la visita de Priscille y Charlotte, las que se habían presentado sin regalo, cosa que no le importaba a Elizabeth, ella no era materialista, aunque si empezó a molestarse cuando desde tan temprano la llevaron de compras como regalo. Con un pequeño detalle: sin permitir que fuera ella la que escogiera la vestimenta, ni nada de lo que llegarían a comprar.

Sus amigas fueron las que decidieron por ella, haciéndose con un hermoso pero demasiado corto vestido, de color azul oscuro, y unas sandalias de un azul más claro. Ellas habían querido comprarle tacones, no obstante, como Elizabeth no sabía caminar con estos, desistieron de esa idea.

Después de una larga mañana de compras la habían llevado a comer a un pequeño bar donde comieron unos dulces, ya que no querían comprar pastel. Sus amigas cuidaban mucho su figura y no estropearían su dieta por una dichosa tarta.

Tras eso volvieron a su apartamento, donde la dejaron con la orden de que se duchara y se vistiera con la ropa que le compraron, pues esa noche planeaban llevarla de fiesta. Así fue como desde las cinco y media de la tarde hasta las ocho en punto de la noche, fueron sus únicos instantes de paz, cuáles aprovecho para escribir dos capítulos de su nuevo libro antes de que sus amigas volvieran a por ella y la llevaran de fiesta, tal y como habían prometido.

Elizabeth no lo disfrutó tanto como sus amigas, pues ella no era una chica de fiestas. Ella era más tranquila, de estar en casa leyendo un buen libro, o viendo la televisión hasta quedarse dormida. Sin embargo, quería a sus amigas, y por ellas aguantó las dos horas que estuvieron en el pub. Dos horas que se le hicieron interminables, no obstante, agradeció que solo fueran dos horas, pues era muy consciente de que sus amigas solían quedarse de fiesta hasta la madrugada, o incluso volver al día siguiente, y esa noche no lo habían hecho.

—¿Qué me dices, Eli? ¿Te ha gustado tu cumple? — Preguntó Priscille aparcando el coche frente al apartamento de Elizabeth.

—Sabéis que yo prefiero estar en casa, pero os agradezco mucho todo lo que habéis hecho por mí. Ha sido un gran cumpleaños. — Comparado con sus otros cumpleaños, sí, había sido un buen cumpleaños.

—Y aún falta lo mejor. —Dijo Charlotte desde los asientos traseros. La cual, por cierto, ya estaba algo borracha. Priscille la miró mal mientras la ayudaba a bajar del coche.

—¿Aún más? Chicas, de verdad, parad. Ya habéis hecho suficiente. Más que suficiente en realidad. — Elizabeth estaba muy agradecida, pero sus amigas ya habían hecho suficiente y ella necesitaba descansar.

—Elizabeth, aún nos falta darte tu regalo. — Fue Priscille quien habló mientras subían las escaleras hacia el apartamento de su amiga, dejándola confundida.

¿Otro regalo?

—Con el vestido ya me doy por satisfecha. — Aunque no le gustaran tan cortos, ella lo agradecía, era hermoso y más que suficiente. Sacó las llaves del bolso y abrió la puerta de su apartamento. Entró esperando que sus amigas pasaran detrás de ella, girando hacia estas confundida cuando no lo hicieron. — ¿Chicas? ¿No entráis? 

—No. —Otra vez era Priscille la que contestaba. Normal si se tenía en cuenta que Charlotte no parecía capaz de mantener su propio peso. — Ve a tu cuarto y disfruta de tu regalo, Eli. —Le guiñó un ojo y cerró la puerta, dejando a una Elizabeth confundida sin saber de qué hablaba su amiga.

Con toda la parsimonia del mundo, Elizabeth se quitó el abrigo y lo dejó bien colocado en el brazo del sofá, también depositó el bolso en este, y caminando despacio, sin ninguna prisa, aunque sí con mucha curiosidad y algo de miedo, pues sus amigas en ocasiones le daban verdadero temor, fue hacia su dormitorio.

Al abrir iba a encender la luz, pero se dio cuenta de que no hacía falta.

Unas velas iluminaban la habitación.

¿Unas velas? Elizabeth entró del todo al cuarto y entonces pudo ver de donde provenía la luz.

Eran unas velas sobre una mesa, como si fuera una cena romántica. ¿Qué clase de broma era esa? Sus amigas no tenían ninguna gracia, pensó acercándose dispuesta a apagar las dichosas velas, cuando escuchó a alguien cerrar la puerta del cuarto a sus espaldas. El susto que se llevó la hizo dar un salto involuntario, girándose para enfrentar a la persona. Una de sus manos había volado hacia su propio pecho, queriendo tranquilizarlo tras aquel sobresalto.

Incluso con la poca luz que las velas le daban, Elizabeth podía ver que era hermoso. Un hombre verdaderamente atractivo en su cuarto, con una rosa en una mano.

No obstante, nada de eso quitaba que se había colado en su casa. Violación de propiedad ajena, un delito por el cual pensaba demandarle si no se iba.

—¿Quién es usted y qué hace en mi casa, en mi cuarto? ¿Cómo ha logrado entrar? — ¿Y ella porque demonios le preguntaba en lugar de correr a llamar a la policía? Porque era tonta, por eso. Se regañaba a sí misma cuando él tuvo el descaro de sonreír.

—No te asustes, no te voy a hacer nada. ¿Tus amigas no te han hablado de mí? — Le preguntó el extraño sin dignarse a contestar ninguna de sus preguntas.

Elizabeth analizó sus palabras. No, no le habían dicho nada, solo que tenía un regalo en su habitación. Elizabeth abrió los ojos al comprender. ¿Le habían conseguido una cita? ¿Pero de verdad la creían tan desesperada? Elizabeth podía sentir como la vergüenza se ceñía sobre ella hasta casi amenazar con asfixiarla.

—Mis am-amigas… ellas… ¿Cuándo? ¿Con qué intención? Fue en la discoteca, ¿verdad? —Elizabeth no le dejaba responder apenas, sacando ella sus propias conclusiones.

¿Cómo se habían atrevido a buscarle una cita sin que ella conociera al chico siquiera? ¿Y con qué derecho se metían en su vida?

Él negó con la cabeza, confundiéndola aún más. —No, bonita, tus amigas no me contrataron en ninguna discoteca.

¿Contrataron? ¿De qué demonios hablaba?

—¿Cómo qué contrataron? ¿A qué te refieres? — Elizabeth no entendía nada.

Lucas podía mentirla, mas decidió no hacerlo. No quería. —Preciosa, será mejor que te sientes. Lo que te voy a decir puede que no te siente muy bien. — Vio necesario advertirla. Sin embargo, ella no parecía muy dispuesta a hacerle caso, pues cruzó los brazos bajo su pecho sin hacer ningún gesto de moverse hacia la silla. —Está bien. — Dijo ligeramente divertido al ver que ella no iba a seguir su consejo. Él lo intentó, ahora el resto era bajo su propio riesgo. — Ellas fueron ayer al burdel Little Pleasure. Querían un chico de compañía para regalarte por tu cumpleaños. Yo soy ese chico. — Según él hablaba, la cara de Elizabeth iba perdiendo todo el color.

El varón corrió a ella antes de que cayera cuando sus piernas decidieron no sostenerla más.

Elizabeth se dejó llevar por él hasta que la ayudó a sentarse en la silla que ella antes había rechazado. Le sirvió un poco de vino y se lo dio, pero ella lo rechazo. —No… No bebo. —Se quejó tras la insistencia de él en que bebiera. Él pareció entenderlo, y le sirvió un poco de agua. Esta vez Elizabeth sí lo aceptó. —No lo entiendo… ¿Por qué contratar a un… chico de compañía? — A Elizabeth le costó decir su profesión. No tenía nada en contra de su labor, bueno sí, que le parecía que era una forma de explotar a las personas, no obstante, Elizabeth no era así, ella no solía juzgar por una profesión o color de piel, ella juzgaba a la persona por sus acciones para con ella.

Algo que con él no podía hacer, ¿cierto? No conocía su historia, el cómo había llegado a ese punto de su vida. Sin embargo, no es el sueño de ninguna chica que tus amigas te regalen por tu cumpleaños un chico de compañía, ¿no? O por lo menos no era el de ella.

Lucas sentía una gran pena por ella. No le gustaba nada verla tan afectada. Un rostro tan bonito como el que la morena tenía no debería jamás verse tan triste como el de ella se veía ahora. — Querían que te despojara de tu virginidad. — Por mucho que no quisiera ver ese hermoso rostro tan pálido, tampoco quería mentirla, aunque ya lo estaba haciendo como siempre hacía con todos.

No podía ser sincero con nadie, excepto su hermano y su cuñada. Por el bien de sus planes, solo ellos debían saber la verdad de la vida de Lucas.

—No lo entiendo… —La dulce y triste voz de ella le sacó de sus pensamientos. — ¿Qué les importa a ellas eso? Es algo que solo debe importarme a mí… —se cubrió el rostro con las manos y comenzó a temblar violentamente, entonces él sintió la necesidad de abrazarla para tranquilizarla, sin embargo, ella lo alejó.

No quería su abrazo. No cuando era algo pagado. No podía confiar en que nada de lo que él hiciera fuera verdadero.

Entonces este tomó asiento en la otra silla, cerca de ella. —Hermosa, sé que esto es mucho que asimilar, pero no tenemos por qué hacer nada, excepto disfrutar de esta rica cena antes de que se enfríe. Es tu cumpleaños, tu día, debes disfrutarlo. Por favor, permíteme arreglar el daño que he causado. — Ante la forma en la que se lo pedía, Elizabeth no se podía negar. Por lo menos había sido sincero con ella, por lo que asintió lentamente con la cabeza mientras él mostraba lo que había en los platos. Y en ese justo momento su estómago decidió sonar. Elizabeth maldijo mentalmente por la vergüenza. Si la tierra pudiese abrirla y tragarla en aquel preciso momento la haría muy feliz.

—Vamos, come, no quiero ser el causante de que mueras de hambre. —La animó con una sonrisa en su cara. Solamente cuando ella empezó, él también probó su propio plato. — Tus amigas comentaron que te gusta leer, ¿qué tipo de libros lees?

—Leo un poco de todo. ¿Qué más dijeron mis amigas sobre mí? — No pudo evitar que el tono de su voz fuera un poco arisco cuando hizo la pregunta. Aún estaba indignada por los derechos que sus amigas se daban sobre su vida, algo que pensaba hablar muy seriamente con ellas tan pronto como pudiera.

—Que te gusta la música y ver series de televisión. No mintieron en nada, ¿verdad? — Por supuesto que no. En lo que ella había estado fuera, a él le había bastado ese tiempo para conocer su apartamento y sabía que era verdad. Los libros en el salón y en su dormitorio lo confirmaban. Su apartamento entero la describía muy bien.

Ella negó con la cabeza. —No, no mintieron. — Respondió muy seria y siguió comiendo antes de dejar escapar un triste suspiro. — Soy escritora de romántica adulta. Y ahora sería cuando te preguntaría a qué te dedicas, pero como ya lo sé aquí se acaba la conversación. — Volvió a meterse el tenedor en la boca. Estaba mejor callada, reflexionaba.

—La conversación no tiene por qué acabar. Yo también soy un adicto de la música, Nirvana siempre será mi grupo favorito. Mi madre me enseño cuando era pequeño a amar la lectura, y aunque no tengo tanto tiempo libre como me gustaría, el poco que tengo lo aprovecho para ir al gimnasio, leer o ver series de televisión. True Detective es mi favorita. — Y nada de lo que decía era mentira. Ocultaba verdades, eso sí, pero ninguna mentira.

La cara de ella era un poema antes de que reaccionara, sonrojándose adorablemente ante los ojos del hombre. —Vaya…–Comentó, no impresionada, aunque si sorprendida, no se esperaba eso de un chico como él. — Yo veo esa serie y es genial, aunque mi favorita es Anatomía de Grey. — Poco a poco ella comenzaba a relajarse, y si bien no olvidar el enfado, dejarlo a un lado para disfrutar la cena.

—Y dime, Elizabeth. Dices que eres escritora, ¿cuántos libros has tenido el honor de publicar? — Él pensaba al día siguiente comprar todos los que ella tuviera. No sabía qué era lo que ella tenía y la hacía especial, pero quería saber más de ella. Casi desde el primer momento de verla había despertado en él aquella curiosidad junto al instinto de protegerla.

—Un libro individual y dos de una trilogía de la cual estoy escribiendo el último libro. Mi editor lo necesita sin falta en el próximo mes, por suerte ya me falta poco para acabarlo. — Elizabeth no se dio cuenta de que ya había terminado de comer, su plato estaba vacío.

Lucas procesó la información que ella le daba. Lo recordaría para mañana. — Elizabeth, ¿te incomoda mi profesión? — Soltó la pregunta de repente, haciendo que ella le mirara con los ojos abiertos sin saber qué decir.

—No. Pero no me gusta que mis amigas me hayan regalado una cena con un… Alguien que se dedica a lo que tú. Y menos con el motivo que lo hicieron. Es mi vida, yo decido que hago con ella, cuando y con quien quiero, ellas no tenían que haberse metido en esto. — Elizabeth miraba al plato incapaz de sostenerle la mirada al varón, sin embargo, él se acercó y puso sus dedos bajo su barbilla, obligándola a levantar la mirada hacia él.

—Elizabeth, te entiendo. Estoy de tu parte. —Sus palabras tan cerca de ella la hicieron parpadear repetidas veces y la mirada de él voló a sus labios. Ella se puso más nerviosa al notar su mirada y ver venir sus intenciones. — Elizabeth… Sé que dije que no haríamos nada, y cumpliré mi palabra, pero que me condenen si me voy sin probarte. Necesito hacerlo. —La notó preparada para decirle que no, no obstante, él no la dejaría rechazarlo. —Por favor…—Pidió y antes de dejarla hablar se apoderó de su boca en un beso pasional y demandante.

Ella elevó las manos a sus hombros, en un principio para empujarlo, pero lo que termino haciendo fue sosteniéndose. Cuando él notó que ella se relajaba, que no lo rechazaría, hizo el beso más tierno. Él deseaba hacer más que besarla, sin embargo, le había dado su palabra y no la traicionaría. Podía ser muchas cosas, mas era un hombre de palabra. Aquella buena virtud si seguía conservándola. De las pocas que todavía mantenía.

Se alejó de ella, pese a que era lo último que quería hacer. — Feliz cumpleaños, Elizabeth. — Cogió la chaqueta de su traje y se fue, mirándola una última vez antes de salir del cuarto.

Elizabeth se quedó paralizada, sin poder decir ni hacer nada, solamente siguiéndole con la mirada hasta que este desapareció del cuarto y un minuto después escucho la puerta del apartamento cerrarse.

Fue entonces cuando se levantó y salió de la habitación. Desde la puerta de su recámara veía la puerta por donde él se había ido y no sabía por qué sentía esas cosas a las que no podía dar un nombre. No en esos momentos. Iba a dar media vuelta cuando notó algo en la mesilla del recibidor y se acercó a esta. Era un sobre. Lo abrió y dentro encontró seis mil dólares. Lo que sus amigas le habían pagado. ¿Qué pretendía dejándole el dinero a ella? El muy cretino. Mañana se lo devolvería, pensó enfadada mientras se iba a cambiar para meterse en la cama.

Toda la buena vibración que hubiera podido transmitirle, se había esfumado ante la indignación al encontrar aquel dinero del cual desconocía las intenciones, no obstante, estaba segura de que era imposible que fueran buenas, ni mucho menos respetables.

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