Capítulo 2
Punto de vista de Isabel

Su cuerpo se tensó, al igual que el mío. Pero sus labios eran suaves… sorprendentemente suaves. Por un segundo, ninguno de los dos nos movimos. Y después… no quise hacerlo.

«Probablemente, Carlos esté con Alexandra ahora mismo», me recordé. «¿Por qué no podría divertirme un poco yo también?»

Mis brazos se deslizaron alrededor del cuello del desconocido, como si siempre hubieran pertenecido allí. Su duda se desvaneció como el humo, y me devolvió el beso; salvaje y hambriento; como si quisiera devorar cada pedazo de mí.

Ni siquiera me di cuenta de que me había levantado hasta que sentí mis piernas colgando en el aire. Sin embargo, sus labios no se apartaban de los míos mientras me llevaba hacia su coche, o, al menos, eso supuse. Luego, su aliento rozó mi oído, profundo y peligroso.

—No te arrepientas mañana, Isabel —murmuró—. Fuiste tú quien quiso jugar conmigo.

A través del velo del licor, supe que lo que venía sería algo intenso, algo que no podría deshacer.

Aquella noche fue un torbellino de calor y sábanas enredadas.

Él tenía el cuerpo del pecado; músculos firmes, manos dominantes, y una boca que me arruinó de la mejor manera posible.

No paramos, no hasta que quedé demasiado exhausta como para respirar, para moverme.

Desperté en una habitación de hotel a la mañana siguiente, con la cabeza latiendo y la boca seca. Las cortinas estaban corridas, sumiendo el lugar en las sombras.

Me deslicé fuera de la cama con cuidado, volviendo a cubrir mi cuerpo dolorido con el vestido rasgado. Ni siquiera había visto bien el rostro del desconocido, pero no quería hacerlo, solo sería un encuentro de una noche, nada más.

Necesitaba salir de allí.

Cuando finalmente detuve un taxi, me vi por primera vez en el espejo retrovisor; mi vestido estaba hecho trizas, mi cuello era un campo de batalla de besos que habían dejado moretones y marcas de mordiscos.

Perfecto.

Necesitaba llegar a casa y borrar las pruebas antes de que mi padre, mi madre o Damián me vieran así. Pero, al llegar a la puerta, una voz familiar resonó por el pasillo.

—¿Dónde has estado toda la noche, Isa? —reconocí esa voz y me congelé.

¡Mierda, era Carlos!

Solo permitía que mi hermano me llamara Isa, Carlos solía hacerlo también, porque antes me gustaba demasiado para impedirle que me llamara así. Ahora solo me hacía estremecer la piel.

Se apoyó contra la pared, cruzando un tobillo sobre el otro, tan casual como podía. Su mirada recorrió mi figura, y luego se detuvo en mi cuello.

—Solo estuve en casa de una amiga —respondí con frialdad, pasando a su lado.

—No mientas, Isa —refutó, entrecerrando los ojos.

—No miento —aseguré, sintiendo que mi paciencia se quebraba.

¿La noche anterior Alexandra y él no habían estado ocupados? ¿No debería estar disfrutando del después o lo que sea que la gente hiciera tras reencontrarse con su amor verdadero?

Entonces noté que él también tenía marcas. Tenues, pero inconfundibles.

¿Aun así tenía la desfachatez de interrogarme?

—Pasé mi cumpleaños con unos amigos —repliqué, mostrando una sonrisa afilada—. Y tú no tienes derecho a interrogarme, Carlos. Eres un amigo de mi hermano, no mi guardián. —Miré detrás de él—. ¿Dónde está Alexandra? ¿No pasó la noche contigo?

Su mandíbula se tensó.

—Te hice una pregunta, Isabel. ¿Dónde estuviste anoche? ¿Y quién diablos te hizo esas marcas?

Señaló con la cabeza hacia mi cuello, su expresión era inescrutable, pero algo ardía en su mirada.

Levanté la mano, intentando ocultar las marcas.

—Es una reacción alérgica.

Carlos rio, pero su sonrisa era fría, cruel.

—¿De verdad esperas que crea eso? No te hagas la tonta. Sé lo que Damián y tú estaban planeando, querían emborracharme y meterme en tu habitación, esperando que pasara algo.

—Carlos… —murmuré, mirándolo fijamente.

—Querías pasar una noche conmigo, y, cómo eso no funcionó, te fuiste a buscar a algún tipo cualquiera para terminar el trabajo —dijo en voz baja, cargada de desprecio—. Pensé que eras mejor que eso, Isabel.

Mis manos se cerraron en puños.

—Basta, estás siendo muy grosero.

Pero no se detuvo, sino que se acercó más, su voz era un susurro bajo y peligroso:

—¿O qué? ¿Acaso no era eso lo que querías, que me importara? ¿Por eso trajiste a Alexandra anoche, esperando que me diera cuenta de algo cuando ya no estuvieras?

Lo miré, atónita. Entonces lo entendí.

Carlos todavía me veía como esa chica desesperada que gustaba de él, y cada movimiento que había hecho la noche anterior debió parecerle una trampa, un engaño. Quizá pensaba que todo había sido una estrategia para hacerlo sentir culpable por estar con Alexandra, que esperaba que el sentimiento de culpa lo hiciera enamorarse de mí.

Por eso se burló de mí apenas crucé la puerta, no me vio como alguien con el corazón roto, sino como una manipuladora.

Algo dentro de mí se quebró. Fue una especie de pena pequeña, pero dolorosa, porque Carlos realmente creía que yo era capaz de engañarlo para hacer que me amara. Parecía que en cada vida, siempre pensaba muy mal de mí.

Su voz se volvió más fría, cortando mis pensamientos:

—Tal como quisiste, dormí con Alexandra. Ahora somos una pareja oficial, quizá hasta me case con ella.

Forcé una sonrisa, calmada y brillante.

—Me alegro. Felicidades.

Su mandíbula se tensó, como si no esperara que dijera eso.

—Así que, sea cual sea el juego que creas estar jugando —dijo, acercándose—, para. No te metas en mi relación con ella.

—Como quieras —respondí, imitando sus palabras con una voz tan dulce como la miel.

Me di la vuelta para volver a mi habitación, pero justo antes de entrar, miré por encima del hombro y añadí:

—Por cierto… ya no me gustas. Así que deja de halagarte, no me interesa tu atención, Carlos. He terminado de jugar.

—Tú…

Le cerré la puerta en la cara, sellando el momento con un gran final.

Perfecto, todo había salido según lo planeado.

Carlos consiguió lo que quería: Alexandra. Así que ahora no tenía motivo para culparme, ni rencores que guardar, estábamos en paz. Mientras me mantuviera alejada de él, finalmente podría vivir mi vida y encontrar mi felicidad.

Un golpe fuerte resonó por el pasillo.

Abrí la puerta justo a tiempo para escuchar la voz furiosa de mi hermano.

—¿Qué diablos hace Alexandra aquí? —gruñó Damián, parado frente a la habitación al final del pasillo—. ¿Y tú? ¿Dormiste con ella? ¿En mi habitación de invitados?

Carlos se apoyó contra la pared, con los brazos cruzados y una expresión fría.

—¿Por qué te sorprendes? ¿Con quién más iba a dormir? ¿Con tu hermana?

—No era eso a lo que me refería, imbécil.

—Estaba borracho —dijo Carlos con desgano—. Alexandra simplemente… me cuidó.

Fue entonces cuando Damián me vio asomada en el umbral, pálida y silenciosa, por lo que frunció el ceño, confundido.

—¿Isa…?

—No me siento bien —solté, retrocediendo hacia mi habitación, como si esa visión me quemara.

¡Dios, qué incómodo había sido eso!

Continue lendo este livro gratuitamente
Digitalize o código para baixar o App
Explore e leia boas novelas gratuitamente
Acesso gratuito a um vasto número de boas novelas no aplicativo BueNovela. Baixe os livros que você gosta e leia em qualquer lugar e a qualquer hora.
Leia livros gratuitamente no aplicativo
Digitalize o código para ler no App