— ¿Olivia? — Diego se despertó en medio de la noche, con los movimientos de un cuerpo más pequeño, que se apretaba contra él. El niño encendió la lámpara a su lado, dirigiendo su atención a la niña, quien se movía de tal manera que parecía sentir algo. El Tigre no sabía si aquello era sólo un sueño inquieto o una de las pesadillas que siempre acompañaban al Omega.
Sentado en la cama, tomó a la menor entre sus brazos, acunándola, mientras esperaba a ver si pasaría o si tendría que despertarla. Ella siempre hacía esto, era casi automático despertarse cuando estaba en una pesadilla y venir a ayudar.
— Diego… — susurró, en su sueño.
— Ya estoy aquí, pequeño lobo. Estoy aquí contigo… — le susurró al oído al Lobo, abrazándola fuertemente contra su cuerpo.
— Porqué… porque…?
Diego miró hacia abajo, viendo a la niña completamente herida en sus brazos, con un ojo morado, cerrado, hinchado. Su cuerpo goteaba sangre y un hilo espeso corría por la comisura de la boca de la niña más pequeña.
— ¡Ol