Aston se despertó a las cuatro de la mañana sintiendo que alguien lo observaba. Un destello felino de ojos pareció venir desde una de las esquinas cerca de la puerta de su habitación; una familiar fragancia de manzanas verdes inundó sus fosas nasales, de inmediato su cabeza se puso en alerta, su piel se erizó por completo y una vigorosa erección se despertó entre sus muslos.
Fira, acechándolo en la oscuridad, era una jodida y muy caliente escena erótica.
―¿Fira? ―llamó con voz ronca.
―Sí, Aston.
Su voz era suave y sensual, los músculos de él se tensaron, su cuerpo se preparó para el asalto; casi podía, anhelaba con desesperación, sentir los colmillos de ella sobre su cuello.
―¿Está todo bien? ―preguntó.
―No, Aston ―contestó ella―, no está nada bien… ―Soltó un suspiro. P