Quiéreme despacio.
Quiéreme despacio.
Por: Yessica Diaz.
Prologo.

Palermo, Sicilia.

Como cada mañana al despertar acudo al jardín a cortar las flores más hermosas de la residencia que ha sido mi hogar desde que nací o por lo menos desde que tengo memoria. Con los pies descalzos emprendo la caminata rumbo a mi destino, el aire mueve la cabellera azabache que cubre mis hombros y mientras mis piernas se balancean de adelante atrás con rapidez, en mi cabeza comienzo a maquinar las ideas que no me dejan dormir al anochecer.

<< ¿Soy un ser maligno? ¿Será por eso por lo que estoy tan solo?>>

Al abrir la puerta del cementerio el chirriante sonido hace que se mueva mi mundo al saber que me encuentro en un lugar seguro. Con calma levanto el rostro para asegurarme de que nadie me este mirado o en su defecto que ningún animal se encuentre lo suficientemente cerca como para atacarme.

Alessia Belucci.

1959-1983.

Madre y esposa.

—Hola mami —acomode las flores sobre la fría lapida y retire las platas secas que tercamente se aprovechan del poco espacio que tienen para sobrevivir —. Te extraño mucho, mami —limpie mis lagrimas para que mi madre no me vea llorar —. Estoy triste porque no sé qué es lo que le pasa a papá, ha dejado de quererme y por las noches se va de la casa y tengo tanto miedo de que no vuelva… tengo miedo de que deje de quererme —aprete mis puños para contener las lágrimas que neciamente querían mojar mi rostro —. Quiero irme contigo mami… por favor, llevame a donde tú te encuentras… no me dejes aquí —abrace la lápida de concreto y llore hasta que mis ojos se hincharon, al poco tiempo me quede profundamente dormido.

—¿Drako? —entre sueños escuché una dulce voz, desperté de golpe pensando que era mi madre —. Mi vida, no debes estar aquí, es peligroso.

—Extraño a mamá, nana —me ayudo a ponerme de pie y limpio mi ropa con uno de los pañuelos que siempre carga en el uniforme.

—Lo se mi amor, pero tu madre está en el cielo —señalo con su dedo las blancas nubes. Al instante levante la mirada y fije mis ojos en lo alto.

—¿Tú me quieres nana?

—Claro que si Drako, eres mi pequeño niño travieso— beso mis mejillas provocando que una sensación en mi estomago estallara en risas y felicidad —. Prepare pastel de chocolate y ¿adivina qué?

—¡¿Qué?! —respondí ansioso.

—Le puse duraznos de relleno.

—¡Wow! —el calor de sus manos no era el mismo al de mi madre, pero al menos podía sentirme querido entre sus brazos.

Cantamos canciones entre risas y gritos de camino a la casa. Siempre que mi nana me acompaña con su presencia es común que me obsequie duces de cerezas con la intención de alegrarme el día. También es la única persona con la que disfruto jugar a correr o a chochar caritos de madera que el mayordomo fabrica para mí. Son los dos seres que siempre se preocupan por mí, curan mis malestares físicos y también los del corazón. Desde que nací no recuerdo que mi papá se sentara a un lado de mi cama para vigilar que la fiebre que me derrumbo cuando murió mi madre se controlara… prefirió irse y dejarme deseando acariciar sus manos una vez más antes de que perdiera el conocimiento.

<< ¿Qué habre hecho para merecer su rechazo?>>

—Anda, disfruta la rebanada de pastel —mi nana beso la coronilla de mi cabeza al entregarme el pequeño platito con mi postre favorito.

—Eres privilegiado por los dioses Drako —dijo el mayordomo al tomar asiento junto a mi —¿Cómo estuvo tu día?

—Fui a visitar a mamá.

—No hables con la boca llena, puedes ahogarte —recibí una reprimenda por parte de mi nana, tiene razón, no es propio que me expresé con el bocado en mi boquita.

—¿Le llevaste flores?

—Aja —asentí alegremente con la cabeza mientras devoraba el pastel.

—¿Qué te parece si mañana te acompaño y arreglamos la tumba de tu madre?

—¡¿Harías eso por mí?!

—Ya sabes la respuesta, eres el consentido de esta casa. Algún día crecerás y te convertirás en un hombre con principios.

—Gracias —abrace uno de sus brazos como agradecimiento a la brillante idea que tuvo.

—¡Drako! —al escuchar la voz de mi padre instintivamente me aleje del mayordomo. Al dueño de la casa no le gusta que mantenga un lazo sentimental con la servidumbre —. Acompañame al despacho.

—Si padre —me limpie la boca antes de seguirlo. Intenté sentarme en una de las sillas de enfrente de su escritorio, pero desistí de la idea cuando su mirada me torturo el alma.

—Tengo que hablar seriamente contigo, es un asunto muy importante.

—Está bien —me quede de pie e inmóvil frente a mi papá.

—Volveré a casarme y tendrás que irte.

—¿Por qué? —me asuste mucho —¿A dónde? ¡¿Te vas a casar?! ¡¿Con quién?!

—Adquirirás todos los conocimientos en el extranjero, no sé cuántos años te quedaras en el colegio de Estados Unidos. Después de que termines el bachillerato tendrás la oportunidad de estudiar la licenciatura que prefieras… no tengo problema con ello.

—No quiero irme papá —comencé a llorar —. Quiero quedarme en mi casa… contigo.

—¡No llores! ¡Puta madre! —azotó sus palmas en la superficie del escritorio —¡Los hombres no lloran!

—Yo aun soy un niño.

—Y pronto te convertirás en un cabron que deberá presumir con orgullo mi apellido —se puso de pie solo para sujetarme de los hombros y lastimarme —. Desde que tu madre murió he vivido en la miseria de su recuerdo… no quiero verte más y lo mejor es que te largues muy lejos de mí.

—Papá —intente acariciar su cara.

—No serás mi hijo hasta que regreses a esta casa con un título universitario ¿queda claro lo que te dije?

—Por favor papi —me tomo de la mano y a pesar de mis suplicas me arrastro por el pasillo —¡Papá! ¡Prometo portarme bien! ¡Por favor! —mi nana salió corriendo de la cocina al escuchar mis gritos.

—¿Qué pasa? —dijo asustada.

—Drako se va —abrió la puerta de la entrada de la casa y un grupo de personas ya se encontraban reunidas.

—Pero señor… —la mujer quería replicar.

—¡Pero nada! ¡Yo soy su padre y es mejor que guardes silencio! —dejo caer mi cuerpo al pie de las escaleras.

—Por favor señor, yo puedo cuidarlo, le prometo que no dará problemas —las manos de mi nana se juntaron en una súplica que no fue considera ni por los dioses a los que tanto les rezaba por las noches.

—¡Papá! —entre lágrimas y gritos quería salir huyendo.

—Todo está preparado señor Marchetti. Su hijo se encuentra en las mejores manos —dijo la señorita.

—Ok —sonrió de lado

—¡Nana! —logre escaparme de las garras de la señora que me mantenía cautivo —¡No permitas que me lleven por favor, te lo suplico! ¡Ayudame!

—Calmate mi niño —sus brazos formaron un escudo alrededor de mi espalda —. Señor Marchetti, considere lo que está haciendo… yo me puedo encargar de su hijo, es más, si quiere lo llevare a mi casa y lo cuidare allí.

—¡Cállate, ya he tomado una decisión! ¡El mocoso debe irse! No quiero verlo ni en pintura.

—¡No! ¡Por favor! ¡Por piedad, es su hijo! —mi nana no me soltaba mientras que las uñas de mi padre se enterraban en mis manos rasgando mi piel —¡Por favor!

—¡Nana no dejes que me lleven! ¡Nana! —dos hombres sometieron a la mujer que me cuido desde que nací, mi nana se retorcía entre los fuertes agarres de las bestias que sonreían con el dolor ajeno. Las puertas del vehículo se cerraron cuando me arrojaron al interior de este, con rapidez intenté abrirlas presionando el seguro y accionando la manija… no pude escapar —¡Nana! ¡Nana! ¡Ayudame!

—¡Drako! —corrió detrás del coche, el broche de su cabello salió volando por el movimiento —¡Cuidate mucho por favor! —escuche como sus rodillas se impactaron con el duro pavimento… sus piernas no fueron tan rápidas como para alcanzarme.

Ya sin fuerzas subi al jet privado de mi padre, me coloque el cinturón de seguridad al sentarme en el asiento que fue asignado para mí. Me despedí de mi madre desde las alturas y comprendí a mi corta edad que jamás volvería al lugar que fue mi hogar

El cansancio abrazo mi dolor quedándome profundamente dormido. No sé muy bien la hora exacta en la que mi padre me arrojo en las manos de las personas que me miran con rencor ya que cuando llegamos al enorme y perturbador colegio ya era de noche. Aparcaron el vehículo afuera del recibidor, las grandes puertas de madera se abrieron dando lugar a las luces que iluminaban el interior.

—Bienvenido Drako —dijo un hombre de la edad de mi padre.

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