Piel de perro y otra historia fantástica
Piel de perro y otra historia fantástica
Por: Un Grimorio
Capítulo 1

Convertirme en un perro fue una experiencia que cambió mi vida para siempre, sin embargo, debo explicar de manera extenuada lo que me provocó estas ganas de proceder con mi vida como un canino callejero. Fui un perro criollo, como dicen, sin raza, sin ningún atributo destacable más que padecer de hambre y rebuscar desechos en la b****a. Comer de la b****a no es tan malo como parece, uno se encuentra con latas de sardina, pero hay que ser cautelosos, uno se puede herir la lengua, lo mejor que he encontrado son huesos de pollo frito, es posible encontrar piezas medio enteras, es decir, con algo de carne y disfrutar la mañana masticando huesos antes de salir con la jauría. Pero todo esto fue después de muchos traumas, es decir, de muchas cosas que me abordaban como humano y era incapaz de solucionar.

            Me costaba comprender muchas cosas; por ejemplo, las personas acostumbran saludarse con las manos, es decir, se dan apretones, o medio apretones; entre hombres es una formalidad que garantiza el bienestar o el comienzo de una relación empática. En cuanto a las mujeres, un beso en la mejilla basta, también un abrazo. Ese beso es una expresión para definir el rol de cada sujeto que quiere saludar y proceder con la conducta del imaginario. A las mujeres en este país, dependiendo la confianza, se les da un beso en la mejilla. A veces me pregunto si desintegrar estas acciones a través de pensamientos caóticos sobre la normalidad comprendida entre humanos me hace ser diferente a los demás. Diferente porque la complejidad de comprender estas actividades normales me cuestan digerirlas. Para explicarlo de una manera más sencilla; los saludos son parte de la vida cotidiana en una sociedad donde convergen distintos profesionales y, personas que asisten a múltiples organizaciones civiles como las universidades y, encuentros en bares y discotecas

            En cuanto a mí, apenas podía saludar, o al manos pensar dos veces antes de dar la mano a alguien que la estrechaba. Me sentía cohibido, de alguna manera mis pensamientos eran acelerados al realizar dicha acción. Estos pensamientos se detenían en el proceso de saludar; primero se levanta la mano, luego se abre la palma y por último se estrecha al otro y se da un apretón. Todo esto pensaba mientras actuaba según yo, como la normalidad establecida.

            La mayoría del tiempo bajaba la mirada de manera que no veía a los ojos de los demás, sino los zapatos o el suelo, y poco a poco extendía mi mano y, pensaba en el calor de la otra persona o calculaba los segundos que me tomaría en retirar mi mano. Pensaba en esos apretones, en esos saludos, y cada día era desesperante porque estudiaba derecho; una carrera que solicita atención al público, y no solo al público que recibe asesoría legal, sino al trato con los demás compañeros de la carrera y los profesores. Mis formas sencillas de convivencia se limitaban a prestar atención al maestro, y siempre notaba la diferencia en cada uno de ellos. Algunos más inteligentes que otros, y no solo me refiero a sus capacidades pedagógicas, sino a sus chistes de humor negro, que para mí era difícil de comprender.

            En esos momentos entendía poco a qué se referían cuando hacían mención a una cuestión sexual. Era como “ustedes cuando se acuestan con otras personas y mantienen una relación contractual bilateral donde se obligan a derechos por consentimiento mutuo”. Esos detalles con temática jurídica me hacían pensar que aparcería en los exámenes y, tomaba nota en mis cuadernos. Lo peor de todo es que nada de esto aparecía en los exámenes, ni siquiera una pizca de esos chistes jurídicos. No entendía nada y me encontraba sumido en una profunda confusión ante todo, por esa razón obtenía bajas calificaciones en las distintas materias de la carrera.

            Muchas veces me sentí frustrado por mis pensamientos relacionados a los saludos, es una experiencia que viví durante mucho tiempo y como dije, era un tormento que sucedía a cada rato. No podía encerrarme en mi cuarto porque debía estudiar, o eso es lo que mi madre decía aun estando al tanto de mis problemas que a veces le comentaba, pero que, prefería no decirle para no hacerla sentir mal. Porque cuando lograba comunicar estos problemas, ella se encendía en ataques de ansiedad y lloraba al verse imposibilitada de ayudarme. ¿Qué puede hacer una madre ante un ser despistado e incapacitado socialmente? Yo no tenía las respuestas en aquellos días, sin embargo, preferí guardar mi secreto a muchos, aunque no era un gran secreto mi timidez y mi incapacidad para comprender las costumbres tan esenciales como saludarse.

            Me encolerizaba mi incapacidad para llevar mi vida más tranquila, es decir, llevar la vida como los demás, entre bromas y chistes; también veía que otros se hacían en grupos, en grupos que hacían la diferencia. A pesar de los distintos grupos como los de familia con apellidos famosos, y algunos hijos de políticos, yo no estaba ni siquiera entre los más humildes. Estaba solo, sin nadie con quien hablar, porque era el raro del salón. Siempre vivía con esa tensión de encontrarme con mis compañeros y la imposibilidad de ser igual a ellos. Deseaba comportarme como una persona capaz de expresarse con tranquilidad, deseaba extender mi mano sin titubeos y ver a los ojos de los demás. También quería visitar la cafetería y decirle a la cajera la orden del almuerzo que quería en ese momento. Simplemente era incapaz, y lo escribía en un papel para que no me escuchara hablar. ¿Se imaginan? Un tipo llega con un papel solicitando una hamburguesa con papas fritas y una soda o una ensalada. Pues, era lo que hacía todos los días para comer.

            Es algo chistoso para algunos, pero era mi sufrimiento matutino. Después de recibir la orden de mi comida, me sentaba en las mesas a leer a Nietzsche. Lo leía porque me vi reflejado en esa vasta búsqueda de superación en la sociedad, veía en sus escritos algo que me hacía falta, y era esa manera de ser fuerte ante la realidad; confrontarla y dominarla. Quería ser lo que Nietzsche decía, pero nada en mí había que pudiera hacer surgir un nuevo hombre. Un hombre capaz de realizar al menos las actividades diarias, como saludar sin temor, y percibir lo que veo con tranquilidad. Todo era un caos, los pensamientos en mi mente fluían sin cesar, como estrellas fugaces estrellándose en el cielo y lanzando restos hacia la tierra.

            De esa manera es imposible vivir, aun con tanta lectura filosófica de superación vital, no podía salir de mi burbuja, y cada día empeoraba, aunque había días que podía sentarme en una banca y ver el vacío, sí, el vacío, ni siquiera a la gente que pasaba en los alrededores. Miraba el suelo, y pensaba en las hormigas, y quería ser una hormiga, pero las hormigas son bastantes sociales, entonces quería ser más como un escarabajo, que rumia la tierra y se mueve con su bola de excremento hacia algún lugar. Ese estado de soledad me llevaba a profundos abismos de pensamientos edulcorados acerca de mi futuro. Me veía sentado en un centro psiquiátrico, enfermo y perdido por mi incapacidad de socializar. Eso era lo que me esperaba.

            La única salida a mi estado podía ser el despertar de un nuevo ser, es decir, un hombre que sea capaz de solucionar sus problemas y lidiar con la vida a toda costa para sobrevivir. De lo contrario, estaría perdido para siempre. Quería esforzarme en ser como los demás; saludar, reír y dar bromas que me permitieran fluir con los otros. Me costaba comprender como los otros me veían, y cada vez que lo pensaba surgía esa crisis; los demás debían pensar que estaba perdido en mis pensamientos, que era diferente, y por lo tanto, una presa débil sin refugio. Sí, eso era, una presa, porque podían envolverme con sus palabras y yo sin entender nada, podía caer en trampas sin darme cuenta. Me refiero a los juegos de lenguaje, a esas palabras hirientes, que pasaba por desapercibido cuando escuchaba murmurar a los demás, y sabía que se trataba de mí, o eso es lo que mi mente caótica pensaba.

            Pensar es una actividad enfermiza, uno puede llegar a la conclusión que solo uno piensa, es decir, que la conciencia de los demás es vacía, o que no tienen las mismas reflexiones que uno, porque son seres ajenos, o mentes ajenas. Ese delirio me ocurría de manera constante, pensaba que solo mi mente era capaz de dilucidar tantos delirios y que los otros estaban en un mundo más alterado, en un mundo donde se conectaban mediante las palabras y los gestos para establecer una relación interpersonal fluida y sin rodeos.

             Pensar que los otros no piensan es un gran delirio de grandeza, es un delirio que puede llevarnos a la locura, pero si somos conscientes de eso, seriamos capaces de conjeturar una estrategia del habla para evitar tropiezos, y eso es lo que hacía, o es lo que intentaba. Me armaba de valor para planear una forma que me ayudara a desarrollarme como mejor podía, aunque muchas veces fallaba, volvía a intentarlo. Era cansado convivir con tanta gente a mí alrededor, era cansado porque al realizar exposiciones en clases, no llegaba al salón, y no me presentaba. Por eso mis calificaciones era bajas, esas tareas de exponer daban muchos puntos, pero desistía porque era incapaz de verbalizar una exposición frente a los demás. Sin embargo, estudiaba los temas asignados de cada grupo y de esa manera adquiría cierto conocimiento de cualquier materia. Y, le solicitaba en privado al maestro un tema de investigación para recuperar al menos la mitad de los puntos.

            He pensado esa manera de socializar, la manera de verbalizar, de decir lo que uno siente con palabras, he profundizado los términos y categorías que las ciencias jurídicas explican desde sus múltiples ramas; algunas más complejas, y otras bastante extensas. Pero, es más complejo verbalizar las emociones, en mi caso, tratar de decir lo que siento a los demás porque todo se vuelve una tortura. Nunca he tenido un amigo con quien hablar acerca de mi malestar, en primer lugar, porque soy incapaz y esto parece irremediable, soy incapaz de soltar todo lo que siento de la realidad que me rodea. Y, es que, la realidad que conozco es mínima ante el infinito mundo del conocimiento. Pero así me encontraba en aquellos días.

            Apenas mi realidad es individual, mi forma de expresarme es única, y eso de alguna manera me hacía sentir especial, aunque desdichado porque no lograba conectarme con nadie. Ser especial es lo que todos buscan, es como la zanahoria frente al conejo, es la zanahoria que genera distintos grupos de artistas, profesionales y otras personas que se dedican a lo operario. No quiero decir que exista una escala de grises en cuanto a ser especial, sino, que esta individualidad es excelente para desarrollarnos como seres autónomos, pero si se padece lo que yo sufría, pues pareciera que de cierta forma era único y especial. Vivía ensimismado, pero al salir de ese estado, me encontraba con la alteración, me encontraba en mi estado animal pensando en los saludos, en la cortesía y las costumbres sociales. Una de los asuntos más cruciales, refiriéndome a la cortesía, era esa forma de abrir las puertas a los demás, siempre lo hacía porque así me lo dijo mi madre “abrir la puerta a los demás es parte de la cortesía”. Entonces, a pesar de mi incapacidad para concretar un saludo, si podía abrir las puertas, en especial las puertas de la biblioteca donde asistía constantemente a prestar libros de Nietzsche. Y, en cuanto a esto, todo el proceso de seleccionar un libro, acercarse a la responsable de préstamos de libros, pues como es de esperar, también me causaba malestar. Tomaba el libro, y cabizbajo llenaba el formulario, y de inmediato salía de la biblioteca con el libro en la mano para sentarme en alguna banca donde además de ver el vacío, y leer al filósofo de la vitalidad. Aquellos días eran una tormenta implacable, podía sentarme durante horas en una banca, faltar a clases, y dedicarme a desintegrar todos mis pensamientos, uno a uno los resolvía.

            Era algo como “si alguien me saluda con la mano debo extender la mía, en caso de que esta persona me dé un apretón fuerte, yo también debo hacerlo, y si el apretón es suave, yo también debo hacerlo. Elaboraba premisas a partir de este delirio “si me saludan así, entonces yo saludo de tal manera”. Y, así pasaba durante horas, pensando en cómo comportarme frente a los demás, planificaba a detalle, incluso por persona “Camilo saluda con un apretón fuerte, el profesor Peralta, extiende la mano hasta el antebrazo”, y formulaba tantas maneras de saludar para cada persona conocida que me encontraba.

            En cuanto a mi lenguaje, existe la posibilidad de un lenguaje neutro, es decir, verbalizar no es la única manera de comunicarse, también se es posible hablar en señas, moverse de tal manera, y hasta el pestañeo identifica a cualquiera como un tipo nervioso o calmado. En mi caso, todos estos síntomas de una persona incómoda por la multitud se presentaban de inmediato cuando me encontraba entre muchos. 

            Cuando apenas existían los celulares modernos, una vez saludé a un profesor ex diplomático del país y pude hablar de Flaubert, y su traducción al castellano. El profesor dijo que lo leyó en francés y no se parece en nada a las traducciones. Ese día llamé por teléfono a mi madre para decirle que había estrechado la mano de tal forma y había establecido una conversación fluida. Mi madre se asustó ante mi llamada y colgó, pienso se asustó porque quería evitar mi rareza, ella hacía lo que podía, pero no estaba obligada a soportar mis delirios.

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