I

Manhattan es una verdadera selva de cemento en la cual sobreviven los alfas, eso es lo que representa exactamente  Owen Black. Una ferocidad inhumana ante la posibilidad de sacar de su paso a cualquiera que le haga estorbo frente a una negociación. Una bestia que destrozaría a cualquiera que se atraviese en su camino en el momento que haya dinero de por medio.

–Señor Black, la señorita Summer  lo solicita por la línea tres – su rostro cambio de concentración a fastidio en ese instante.

–¡Dile que estoy ocupado en una reunión – respondió a su asistente sin dejar de mirar el trabajo en el ordenador.

–¡Entendido Sr. Black! – el chico se fue a hacer su trabajo y su jefe continuó trabajando en su oficina sin almorzar o tomar algún descanso.

El Consorcio Blacksport&Corporations, erigido y dirigido por el CEO Owen Black hijo, el cual consta de una serie de microempresas dedicadas al comercio de: ropa y enseres deportivos, al igual que una flota de unidades de reparto de encomiendas alrededor del mundo. Es el más amplio y seguro de como se ha dicho: el mundo.

Millonario, imponente y orgulloso pero, malhumorado y con un genio endemoniado, este gurú de los negocios trata de sobrevivir a la soledad que atenaza su vida luego de la muerte de su familia en el año dos mil dieciséis. Bajo la sombra de la tristeza, se abre paso entre su propia miseria tratando de reducir a los demonios que amenazan con asfixiar y destruir la esperanza de subsistir entre la selva de cemento y vidrio que es Manhattan.

Sale del edificio que es su imperio, una estructura elaborada en hormigón prefabricado y cristal blindado de veinte pisos en el cual se siente protegido y cómodamente ubicado, donde pasa los días sin saber cuando es de noche o de día y menos la fecha diaria.

–¡Black! – responde el teléfono sin mirar la pantalla.

–¡Ay por favor hermanito! – la chica chilla y éste retira el auricular de su oído – Responde con cariño aunque sea falso, yo no soy tu empleada – éste cierra los ojos y suspira de fastidio sin ningún pudor.

–¡Hola Summer! ¿qué tal tu día? – la hermana suelta una carcajada y él sonríe automáticamente.

–¡Ok, lo admito! Eso salió terrible pero, estoy bien y mi día espantoso ¿tú, que cuentas? – Owen tomó una gran bocanada de aire antes de responder.

–Mi día ocupado, los inversionistas y los pedidos al día. Todo en orden y arreglado y yo… igual que siempre – su mirada se perdió entre las luces diferentes de la calle y las personas sin rostro. Haciendo caso omiso de la voz que salía de la cocina.

–… dime: ¿Qué te parece? ¿Owen? ¡Owen! ¿escuchaste algo de lo que dije? – negó con la cabeza aún cuando sabía que Summer no lo veía.

–Lo siento cariño, me distraje por un momento – expresó de manera genuina.

–Está bien, entiendo que estés cansado ¡te amo! ¿lo sabes, verdad? – la chica sollozo y sorbió por la nariz  de manera poco elegante – ¡Espero que descanses! -  escuchó más sollozos y decidió tragar el nudo instalado la garganta.

–¡Gracias cariño! Y si, yo también te amo – limpió una lágrima que escapó de su ojo derecho – Descansa tu también y gracias por llamar – suspiró de nuevo y colgó.

Su vida giraba entorno a la empresa y sus negocios. Era prácticamente una máquina de hacer dinero y le salía de maravillas sin embargo, los recuerdos lo azotaban de manera continua al tratar de conciliar el sueño en las noches.

–¡Maldita sea! – el vaso que tenía entre sus manos ya vacío impactó en la pared.

Era el tercero de los diez tragos que había tomado, solo dormía  tres horas diarias ya que las veintiún restantes lo único que hacia era recordar el fatídico accidente que le arrebató no solo a su esposa e hijos, sino a sus padres también. Su hermana Summer y él no fueron de viaje en ese entonces por el trabajo, se irían juntos dos días después a la cabaña de los Altos en Nevada, pero el avión cayó al vacío.

Todos los días transcurrían idénticos, una hora corriendo de cuatro a cinco y una en el gimnasio de cinco a seis, luego ducha y su traje de tres piezas, un  café amargo a las siete de la mañana y el viaje hasta la oficina para continuar con su rutina. Sus ojos se encontraban cerrados a todas las mujeres de este mundo y su vida sexual se redujo a una chica mensual solo para saciar sus necesidades, la agencia que le proporcionaba el servicio era una de las mas sofisticadas del país donde el dueño Harold Álvarez quien era su amigo de la infancia se concentraba en enviar cada mes la chica nueva y experimentada además de bella.

La chica en cuestión era llevada de vuelta al otro día en un auto negro con los vidrios tintados y una maleta de dinero acompañada de una docena de vestidos escogidos por ella misma en una tienda de lujo, agradeciendo sus servicios. Nunca repetía, nunca era la misma, nunca la volvía a ver.

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