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Esa noche, Alicia se sentó en el sofá con una manta sobre las piernas, un cuenco de sopa en la mano. No tenía hambre. Pero comió. Cada cucharada era una batalla. Pero ganó cada una de ellas.
—Bien, amor —le susurró su madre, acariciando su cabello—. Un día a la vez, ¿sí?
Alicia no respondió, p