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Miro alrededor y nuevamente se ha aglomerado una cantidad de personas, esta vez más que antes. Todos apuntan con sus teléfonos y gritan al tiempo que se acercan al hombre que tengo al frente. Busco con la mirada a Fran y su perfecta familia, pero no los veo por ningún lado. Las personas empiezan a sofocarnos acercándose más a mí o al desconocido que me mira con el ceño fruncido sin soltarme. Me siento asfixiada entre gritos y empujones y no puedo respirar.

Una estampida de personas se acercan a nosotros y no entiendo nada. Siento que jalan de mí y sin darme cuenta estoy siendo arrastrada. Varios hombres con esmoquin nos rodean para sacarnos por la parte de atrás del centro comercial subiendo a un carro blindado. No comprendo que pasó allá afuera en solo un segundo. Miro al hombre y ya sentados en la parte trasera del carro en marcha me percato que aun sigue agarrando mi muñeca.

–Estás loca —dice molesto —. Estás completamente loca.

—Si no hubieras robado mi puesto no me hubiera comportado así. ¿Sabes lo que me costó salir de mi casa? —No le permito responder y continuo—: por supuesto que no, un hombre como tú no lo sabría. Un hombre como tú no va a comprar un juguete porque a un imbécil se le ocurrió decir que es la única forma de entrar a trabajar en su empresa.

—Le dije que no era una buena idea bromear de esa forma señor O'Brien —el chófer habla y mira con disimulo por el espejo.

Cuando creo que el día no podía ser peor escucho aquel apellido y abro mis ojos alarmada. Solo hasta entonces puedo conectar su rostro que alguna vez vi en alguna revista con la famosa marca O'Brien Beauty. Es él. Ryan O'Brien el dueño de la empresa de cosméticos y productos de belleza en la que esperaba ser contratada. Me hago pequeña en el asiento queriendo salir por la ventana. Abro la boca y la vuelvo a cerrar porque no encuentro nada que decir.

—Si vas a decir que no sabías quién era yo, mejor no digas nada. Ya esa frase está muy usada.

El carro sigue en marcha cruzando esquinas y esquivando otros autos que pretenden ponerse al frente.

—¿Cómo iba a imaginar que un empresario de su nivel estaría robándole el puesto de una fila a otra persona para obtener un juguete en descuento? O peor aún, que le pagara a un habitante de la calle por él—. Hago contacto visual con él y le pido con la mirada que me suelte.

Libera su agarre y sobo la parte afectada mientras continuo:

—Para tener el dinero que dicen esas revistas que tienes eres muy tacaño—, endurece la cara e intercambia mirada con su chófer. Empieza a manipular su teléfono cada vez más con el señor fruncido y yo me pego a la puerta del carro para alejarme lo más que pueda de él.

Diviso casas grandes y lujosas. Es un vecindario hermoso que no recuerdo haber visto antes, sus calles están cubiertas completamente de nieve y se respira el espíritu de la navidad de una forma distinta a la que estoy acostumbrada. Miro de reojo y lo veo mover sus dedos sobre la pantalla con rapidez, parece discutir con alguien por medio de mensajes, pero desde donde estoy no logro ver nada.

—¿Eso era lo que buscabas? —alza su teléfono de última tecnología al aire y reproduce un video.

Es uno en el centro comercial y nosotros somos los protagonistas. Empieza donde yo lo agarro fuerte de la bufanda y forcejeamos, luego se corta y hay un plano confuso donde muestran el beso. Nuestro beso. Y es un beso apasionado. En la cámara del celular se ve de una manera diferente a como me lo imaginé ¿Será que Fran y su acompañante nos vieron? ¿Sentiría celos de ese beso?

Despejo los pensamientos cuando escucho la voz de una mujer que proviene del video, dice que soy la nueva conquista del empresario y que después de una acalorada discusión de celos terminó reinado el amor en el beso que vemos a continuación, esta vez se reproduce el beso una y otra vez en diferentes ángulos.

—No, no era lo que buscaba. Solo quería darle celos a… —hablo cuando salgo del asombro de la edición del video, pero me detengo sin terminar la frase—. Olvidalo, solo te puedo decir que las circunstancias me obligaron a eso.

Vuelve a teclear y muestra otro video. En este se ve claramente donde le estoy dando el puñetazo en la mejilla, se lleva la mano a esa parte por inercia y se soba. En letras grandes se lee: “La loca del centro comercial ataca a prestigioso empresario” Apenada, me concentro en el clip que se repite una y otra vez como un boomerang.

Por último, muestra un carrusel de fotos. La primera es donde le doy el golpe, desliza el dedo y aparece una donde le quito la bufanda, se puede ver su rostro en primera plana y luego de esta es la foto del apasionado beso donde amplían sus manos en mi espalda y las mías entrelazadas en su cabello. Le quito el celular y empiezo a leer la nota que está con las imágenes.

En grande y letra negrita como título se lee: ¡Confirmado! Debajo de eso empieza una zarza de mentiras.

“El empresario más codiciado del país tiene nuevo amor, se trata de la joven Anne Gilmeth. Fuentes cercanas aseguran que es la misma que aparece en las fotos junto a él en sus vacaciones del verano pasado donde se especuló que tenía un nuevo amor escondido.

Las fotos son recientes donde los vieron destilando amor mientras hacían compras navideñas. Personas que estuvieron presentes aseguran que luego de darse un beso en público el temperamental Ryan O'Brien se agarró a puñetazos con un vagabundo que quiso sobrepasarse con su nuevo amor.

No se pierda la nueva edición donde ampliaremos toda la información sobre su nuevo amor que al parecer no proviene de una familia adinerada” .

—No obtendrás fama a costilla mía—, dice mientras le devuelvo el móvil.

—¿Perdón? —alzó una ceja ante su ridícula afirmación.

—No creas que es la primera vez que lidio con algo así, tampoco que te saldrá gratis manchar mi nombre. Te las tendrás que ver con mis abogados.

—¿Piensa que he manchado su nombre cuando han investigado el mío y han dicho de mí lo que han querido? ¡Me han llamado la loca del centro comercial! —le digo alzando la voz.

—¿Y como más llamar a una persona que me golpea, grita, acosa y luego me besa? —En ningún momento aparta la vista de su teléfono.

Me pregunto lo aburrido que será ser la novia de este señor, siempre metido en el celular trabajando, solo alzando la vista para dar orden. Me lo puedo imaginar: ¡Haz esto! ¡Tú, no hagas eso! Dios se apiade de ella.

—Pues en esos videos no te ves tan acosado que digamos. Tus manos en mi espalda dan a entender otra cosa—. Carraspea, se ajusta su corbata y le pide al conductor que detenga el auto.

—Bajate —ordena sin mirarme.

—¿Dónde estoy? —miro afuera y luego a él—. No conozco este vecindario. Afuera hace frío y la nieve no ha parado de caer.

—Este no era un paseo por la ciudad. Ya perdimos a periodistas y paparazzis. Ahora bajate de mi auto—, dice con un tono de voz más molesto del que ya le conocía.

—Eres un imbécil. Si te vuelvo a encontrar por ahí juro que esta vez patearé tus bolas—, me bajo del auto para recuperar la poca dignidad que me queda.

—Dios me libre de volver a encontrarme una loca como tú de nuevo. Tendrás noticia de mis abogados —tiro la puerta del lujoso auto cuando he bajado, las llantas rechinan en la nieve resbaladiza y me quedo en la acera abrazada a mi cuerpo, pensado que hacer ahora con mi vida.

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