Ese día Camilo regresaba de su viaje y yo no veía la hora de encontrarme con él. Le dije a Alfredo, cuando regresé a casa (temprano, esa tarde no fui a la casa de Myriam) que me avisara cuando llegara, que quería cenar con él.
—Por supuesto, señorita Valentina.
Me encerré en mi cuarto, a estudiar. Ya sabía cómo usar mi celular para reproducir música y hasta había descargado una aplicación que tenía prácticamente cualquier canción existente en el mundo (qué maravilla, y yo que me había quedado en el reproductor MP3). Me suscribí con la tarjeta de crédito, todavía preguntándome cuánto cupo tendría.
—Una de estas tardes, sal