Gabriela me observó directo a la cara, conteniendo la rabia, la impotencia que sentía en ese momento. Pero yo me sentí feliz, o quise hacerlo.
Solo necesitaba haberla humillado, necesitaba humillarla de la misma forma que ella lo había hecho conmigo, y solo así podría liberarme de ese nudo que tenía en mi pecho. Solo así podría sentir nuevamente un poco de paz.
— ¿Qué? — me preguntó con rabia.
Yo presioné con el tacón el pagaré en el suelo.
— Así como lo escuchas, Gabriela. ¿Te suena conocido esto? ¿Quieres estos pagarés? Entonces recógelos con la boca, uno a uno. Quiero que lo hagas ahora, o voy a hacer efectivos estos pagarés ahora mismo y tus padres se van a quedar sin nada.
Gabriela apretó los puños. La mandíbula comenzó a temblarle.
— No. No lo haré — dijo.
— Lo harás — añadí con seguridad.
Entonces, la voz de un hombre sonó al otro lado de la sala.
— Ella no hará eso.
Me volví, asustada al reconocer aquella voz, y cuando lo vi a la cara, sus ojos verdes se clavaron