CAPÍTULO DIECISIETE

Ginna Renaux 

Cuando aterrizamos en Londres mi padre nos esperaba en el aeropuerto. Mila venía en su burbuja feliz y yo más callada que de costumbre. Mi hermana estuvo todo el vuelo narrando  todo de Carlos como si fueran hazañas todos sus movimientos . Yo me contenía el “¡yuppi!” y solo le ofrecía mi mejor sonrisa.

No es que Carlos tuviera las dimensiones de Emiliano, porque sino Mila no se podría sentar derecha durante el viaje, después de dos días que la vi en unas escasas tres horas si sumamos todo el tiempo que estuvimos juntas. Pero a ella todo de él le parecía perfecto, al parecer es así cuando uno se enamora, maximiza todo lo del otro a extremos alarmantes.

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