— Você não quer pedir desculpas? Então fique aqui e reflita bem! Sinta na pele o quanto a Agnes foi ferida! A amiga de infância de Alfa Kennard foi trancada acidentalmente em um depósito por três dias. Para me punir, ele me prendeu em um frigorífico abandonado. Deixou apenas um pedaço de pão do tamanho da palma da mão e trancou a porta do frigorífico. Mas ele não sabia que esse frigorífico não estava realmente abandonado. Logo após sua saída, o sistema do frigorífico começou a funcionar. Dentro, eu gritava desesperadamente por socorro, procurando uma forma de sobreviver. Infelizmente, minhas unhas arranharam tanto que os ossos ficaram expostos, mas ninguém veio me resgatar. Uma semana depois, ele finalmente apareceu do lado de fora do frigorífico, esperando que eu me desculpasse pessoalmente. Quando ele abriu a porta do frigorífico, encontrou apenas o meu corpo congelado.
Ler maisCAPÍTULO 1. Del odio al Registro Civil
El plan era sencillo: entrar, decir lo que tenía que decir, patearle el ego y salir antes de que alguien la reconociera.
Maggie Kingsley llevaba un gorro de lana gris bajado hasta las cejas, unas gafas de sol gigantes —de esas que gritan “soy famosa y no quiero que me veas” mientras atraen toda la atención—, y un abrigo que parecía haber sido diseñado para ocultar un cadáver, o varios. Total, si ya había cometido el error de meter a Jackson Wyndham en sus bragas, ya no podía hacer nada peor.
Se movía por los pasillos de Wyndham Medical de Manchester como una agente encubierta; lo irónico era que todo el maldito edificio ya hablaba de ella.
—¿Es la doctora Kingsley? —susurró una recepcionista a otra, disimulando tan mal que hasta la máquina de café rodó los ojos.
—Imposible —respondió la otra—. Margaret Kingsley jamás usaría ese gorro, ella es una dama muy refinada.
El problema era que “refinada” solo era una cualidad aleatoria, porque Maggie era muchas cosas —terca, brillante, dramática, competitiva hasta niveles olímpicos— pero no era tonta. Sabía perfectamente que, después del… “incidente” con el heredero de la familia Wyndham, los rumores en el Colegio Médico de Manchester eran peores que una plaga de langostas; o que una diarrea postoperativa, para usar una metáfora más del ramo.
Sin llamar, sin tocar, sin detenerse a respirar, Maggie empujó la puerta de la oficina del director ejecutivo con una furia muy mal disimulada.
—¡¿Se puede saber qué demonios te pasa, Jackson?! —le gritó quitándose el gorro y dejando que aquella cabellera roja se le desparramara sobre los hombros.
El hombre frente a ella, que llegaba fácilmente al uno noventa de estatura, exótico, distinguido musculoso y con un cerebro jodidamente brillante, la miró como si fuera una abeja molesta a la que quisiera espantar y no pudiera.
¡Era tan atractivo como odioso! En especial cuando se sentaba detrás de aquel enorme escritorio de roble, como si fuera el rey de Inglaterra, y no el imbécil que había arruinado su vida con una sola noche de debilidad y una botella de whisky escocés del bueno.
“¡OK, varias noches!” pensó Maggie con impotencia mientras él se levantaba de su silla.
—Buenos días, Margaret —dijo con tono gélido, aunque la comisura de su boca traicionaba una satisfacción perversa.
—No me llames Margaret. —Ella cerró la puerta de un golpe que hizo temblar los diplomas enmarcados en la pared—. Y no me digas “buenos días” cuando sabes perfectamente que se me está cayendo el mundo encima. ¿Quieres que sean buenos? ¡Tírate por el balcón!
—No tengo balcón.
—¡Lo que tienes es un palo metido en el trasero, maldito egocéntrico! ¡Afuera está lleno de periodistas! ¿No podíamos vernos en otro lugar?
—Veo que el disfraz de espía no funcionó —dijo él con esa voz ronca llena de sorna que siempre la hacía querer ahorcarlo.
—¿Qué demonios quieres, Jackson? —lo acusó ella poniendo los ojos en blanco.
Y sin esperar a que él la invitara, se dirigió a su mesita de servicio y se sirvió un trago para contrarrestar la adrenalina, pero antes de que pudiera llevárselo a los labios, Jackson se lo quitó bruscamente de la mano.
—¿Se te olvida lo que pasó la última vez que bebimos? —la increpó y Maggie apretó los labios.
—¡Un error fue lo que pasó…! ¡Un lapsus…!
—Más bien una catástrofe con consecuencias ridículamente desproporcionadas —gruñó Jackson mirándola a los ojos—. Unas consecuencias con las que vamos a tener que lidiar lo mejor que podamos si no queremos que el escándalo nos hunda.
Maggie se cruzó de brazos y levantó una ceja divertida.
—¡Por favor! —bufó con impotencia—. ¡Tu familia tiene suficiente dinero como para tapar todas tus porquer…!
—Estás embarazada —sentenció Jackson y la vio tambalearse, con los ojos abiertos como platos.
—¡¿Perdón?!
—Tienes aproximadamente ocho semanas. El embrión mide unos dieciséis milímetros. El tamaño de una frambuesa, si prefieres algo más poético.
El silencio que siguió fue tan denso que probablemente adquirió masa y gravedad propias.
—¿El qué…? ¿Cómo sabes…? No puede ser…
—Tengo un contacto en el hospital donde te hiciste los análisis de sangre cuando nos rescataron —respondió Jackson sin inmutarse—. Y le pagué muy bien para que me los trajera a mí antes que a nadie.
Maggie lo miró como si acabara de declararse fanático del fútbol americano.
—¡¿Me robaste mis análisis médicos?! —le gritó furiosa.
—Era una urgencia, y técnicamente solo los interpreté. Soy médico. Lo hago con resultados todo el tiempo.
—¡Eres un maldito desquiciado sin límites! ¡Un vil manipulador! ¡Un…!
—Un hombre que debió haber mantenido la verg@ es sus pantalones —la interrumpió, con una calma tan elegante como resignada señalándola de arriba a abajo con evidente desprecio—, pero esto es lo que hay.
Maggie abrió y cerró la boca varias veces, como un pez que acaba de enterarse de que el océano está contaminado. ¿Embarazada? ¿Cómo era posible…?
¡O sea, sabía cómo! ¡¿Pero por qué tenía que pasarle a ella?! ¡¿Precisamente en ese momento!?
—No puede ser. No tiene sentido. Yo… no tengo vida. Ni citas. Ni… ¡nada! Solo mi trabajo, mi carrera, mi beca… ¡Y tú eres un puto error!
Jackson ladeó la cabeza con falsa simpatía.
—Pues el error nadó con fuerza.
Maggie agarró el informe que él le tendía —un papel impreso con su nombre, la fecha, los niveles hormonales y un enorme “POSITIVO” que parecía burlarse de ella desde la tinta negra—, y sus manos temblaron. Por un instante pensó en gritar, pero algo en su pecho se derrumbó antes de que pudiera articular sonido alguno. Aquello iba a destruir completamente su vida.
—¡Dios mío, esto es un desastre!
—Concuerdo.
—¡Y todo es tu culpa!
—Las piernas a cada lado de mis caderas eran las tuyas.
—¡Estaba borracha!
—Y yo estaba desnudo.
—¡OK! ¡Ambos tomamos malas decisiones esa noche! —gruñó ella defendiéndose.
—Y a la mañana siguiente.
—¡Eso es obvio!
—Fue obvio una docena de veces más, es un milagro que no te haya hecho trillizos —murmuró él llevándose dos dedos al puente de la nariz—. ¿Cómo dos mentes brillantes como nosotros pudieron ser tan idiotas?
—¡Cállate, Jackson!
Maggie respiró hondo cuando empezó a sentir que se mareaba. Hiperventilar en la oficina de su peor enemigo convertido en… ¿co-padre?… no era una buena idea.
—Me va a dar algo…
—Fatiga, sensibilidad, náuseas matutinas.
—¡Ya me sé los malditos síntomas del embarazo, Jackson! —se desesperó ella mientras la habitación empezaba a estrecharse a su alrededor.
—Cierto, que tú también eres doctora —replicó él con ironía—. En fin, ya que el problema existe, vamos a enfrentar las consecuencias… casándonos.
Y aquel golpe fue peor que el del embarazo. Maggie trastabilló y se apoyó en un asiento ahogada de risa.
—¡¿Estás drogado?!
—Créeme, eso quisiera, pero no. Dadas las circunstancias no queda otro remedio que salir de aquí hacia el Registro Civil y formalizar un matrimonio —gruñó él como si se estuviera tragando un gusano vivo.
—Pero… ¡pero yo te odio…! ¡tú me odias! ¡Nos odiamos…!
—Pues qué bueno que sabes conjugar, Margaret, ahora conjuga esta: ¡Estás embarazada! ¡Estoy embarazado! ¡Estamos embarazados! —exclamó mientras el autocontrol se le corría un solo milímetro—. ¡Así que nos vamos a casar, por menos que nos guste! ¿Quieres que te recuerde todo lo que tienes que perder, o prefieres perder al niño?
—¡No digas "el niño"! No sabemos qué es.
—La frambuesa, entonces —replicó él, con su sonrisa insoportable.
Maggie se llevó una mano a la frente. Estaba viendo puntitos negros. O estrellas. O las dos cosas.
—Jackson, esto no es una solución. ¡Esto es una trampa! ¡Un matrimonio forzado! ¡Una pesadilla…!
—Un contrato de supervivencia —corrigió él—. Así que necesito tu respuesta. ¿Aceptas o no?
Y fue ahí, justo ahí, cuando el cerebro de Maggie decidió que ya era suficiente drama por un día.
El mundo se puso negro y acabó en el suelo, desmayada, mientras él empujaba un poco su pierna con la punta de su zapato para ver si reaccionaba.
—¿Sigues respirando? —gruñó—. Lo tomaré como un "tal vez".
Um vento suave soprou, espalhando pétalas diante do meu túmulo.Ele se abaixou, colocando delicadamente uma flor no chão e acariciando minha foto.— Sinto muito, foi tudo culpa minha, minha teimosia que te causou a morte.Revirei os olhos, não havia mais necessidade de palavras ou encenações naquele momento.Kennard tirou do bolso um pequeno pássaro esculpido em madeira.Olhei para baixo e fiquei surpresa ao ver que ele ainda guardava aquele pássaro.Naquela época, ele implorou para que eu lhe desse o pássaro esculpido à mão.Mas, assim que o entreguei, ele desapareceu rapidamente.Achei que eu e Kennard não teríamos mais contato, mas o reencontrei quando ele veio me pedir para ser sua parceira.Aceitei de imediato, cheia de alegria.Após o casamento, procurei o pássaro pela casa, mas nunca mais o vi.Acontece que ele sempre o manteve por perto.Agora, trazê-lo à tona parecia tarde demais, eu já estava morta, não havia mais expectativas.O casamento foi apressado, eu acreditava que ter
Agnes estava apavorada com a expressão de Kennard, balançando a cabeça repetidamente.— O que a Irene fez para você tratá-la assim?! Fale, por que você quis prejudicá-la?Kennard se virou para Agnes, seus olhos transbordando de desgosto.— O que você sabe?Agnes olhou nos olhos de Kennard, abaixou a cabeça e riu.Ela suspirou, levantou a cabeça novamente e, com um tom de ironia, encarou Kennard.— Você provavelmente já sabe de tudo, fui eu que a matei. Estava te ajudando, não é? Você não odiava a Irene? Não importa o que eu diga, você sempre acredita em mim. Mas com a Irene, não é assim. Ela só te deixa irritado, furioso. Eu só fiz o favor de eliminar alguém que você detestava. Ela não te obedecia, então eu a matei, e você pode encontrar outra pessoa que te escute, assim você não vai se irritar tanto. Alguém como eu, que quando está ao seu lado, você só ri e fica feliz. Ficar irritado envelhece, e há tantas coisas no grupo que precisam de você. Como pode gastar sua energia com ela?Ken
Kennard acelerou o carro e voltou para o frigorífico.A porta do frigorífico estava fechada, com dois guardas de plantão na entrada.O secretário acompanhou Kennard até a porta, e só então os guardas abriram.Ao retornar a esse lugar, senti um calafrio de medo percorrer meu corpo.Kennard olhou para a pessoa amarrada no chão.— Alfa, é ele! Ele confessou tudo. Foi a Agnes quem pagou para ele ligar a energia. Eu também já rastreei as informações das transferências bancárias!Kennard, tomado pela fúria, agarrou o pescoço do secretário e o empurrou com força contra a parede.— Você tem ideia do que está dizendo?! Eu já te avisei para não acusar a Agnes! Ela não é esse tipo de pessoa!O secretário se libertou das mãos de Kennard, respirou fundo e rapidamente continuou.— Eu não a estou acusando injustamente! A transação deles foi capturada pelas câmeras de segurança, e eu guardei tudo! Também tem as gravações da noite em que a Agnes ficou trancada no depósito. Foi ela mesma que se trancou
Meu coração dói profundamente, nunca imaginei que, mesmo após minha morte, não conseguiria ganhar a confiança de Kennard.Alguém postou na internet o estado em que me encontraram no hospital, gerando um alvoroço gigantesco.A alcateia estava em polvorosa, discutindo como o tão reverenciado lobo Alfa, Kennard, deixou sua amada Luna morrer congelada.E isso no auge do verão.Todos sabiam que aquele frigorífico estava desativado há tempos.Mas como um frigorífico abandonado poderia congelar até a morte uma Luna viva, com força de combate de elite?Enquanto todos discutiam, alguém revelou que Kennard havia matado Luna congelada por causa de uma mulher que ele amava.Para que pudesse casar com ela.Kennard estava furioso ao ver essas informações na internet, tirou print de todas as contas e comentários, e enviou para seu secretário.— Espero que isso não tenha sido obra sua!O secretário respondeu apenas com um emoji de desdém. Nada mais foi dito."O amor realmente cega as pessoas."Mesmo q
Os médicos estavam impotentes, afinal, o Kennard era a autoridade máxima ali.Eles não tiveram escolha senão me levar para a sala de emergência, cuidando meticulosamente para remover todo o gelo do meu corpo.As manchas de sangue também foram limpas.Infelizmente, eu havia ficado congelada por tanto tempo que só conseguia me encolher na cama do hospital.Um dos médicos entregou um relatório de autópsia ao Kennard.Ele segurava o documento, com as mãos tremendo incontrolavelmente.Agnes chegou rapidamente ao hospital e abraçou Kennard, tentando consolá-lo.— Não fica assim, Irene certamente não gostaria de te ver desse jeito. Você precisa se recompor logo, todos na alcateia ainda precisam de você.O Kennard olhou para Agnes, desolado.— Quem foi que fez isso? Como o frigorífico abandonado foi ligado tão repentinamente? Eu só queria que ela aprendesse a lição, apenas assustá-la um pouco. Nunca quis que ela perdesse a vida!Agnes deu-lhe tapinhas nas costas, olhando para a porta da sala d
Os guardas recuaram até a porta, mas Kennard, com um impulso furioso, derrubou-os sem hesitar.— O que aconteceu com a Irene?Ele irrompeu pelo local, vasculhando o frigorífico em busca de mim.Encolhida em um canto, eu estava coberta por uma camada de gelo.Kennard me observava, hesitante em se aproximar.— O que é isso?! Cadê a Irene? Quem deu a ordem para vocês me enganarem com um cadáver?Os guardas, tremendo, apontaram para o canto onde eu estava.— Alfa, essa é a Irene! Ninguém abriu essa porta durante todo esse tempo.Kennard balançava a cabeça, inspecionando o ambiente em busca de uma solução.— Não, não, vocês estão mentindo! Eu não acredito! Irene, sai daí! Onde você está escondida? Tem algum túnel secreto por aqui? Eu não vou permitir que você se esconda!Arranhões nas paredes, garras quebradas no chão, tudo coberto de gelo.Kennard estendeu a mão em direção ao meu corpo, mas hesitou, recuando no último momento.— Não, isso é impossível, é só um frigorífico abandonado, como
Último capítulo