XIII

Ninguno de los dos supo qué hacer. Andrea seguía en la ola del orgasmo, aletargada. Su mente difusa y el cuerpo demasiado cansado como para un movimiento repentino y ágil como hubiera sido cerrar las piernas e intentarse cubrir con algo. Aunque eso no significa que sus emociones estén iguales de congeladas, no, estas bullen en su interior, se agitan, revuelven todos sus órganos. El pánico le sube por la garganta, la vergüenza le sonroja todo el cuerpo, una sutil corriente eléctrica viaja por su cuerpo, su fantasía sigue demasiado presente y que Matteo esté ahí, frente a ella, mirándola con una intensidad oscura que contrae su sexo, la hace temblar e incluso jadear, es demasiado para ella.

—Mierda, lo siento— se da media vuelta —. Lo siento— repite varias veces.

Entra al baño, o al menos lo intenta, pues choca con el marco de la puerta. Se gira hacia ella par

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