Recorrí la casa como si fuera la primera vez que me encontraba en ese lugar, cada espacio me traía recuerdos del breve tiempo que viví con Elisa.
Llegó a mi mente el día que la conocí. Yo corría por la playa como solía hacerlo todas las mañanas para ejercitarme y fue cuando la vi, sentada en la playa llorando.
—¿Estás bien? ¿Te puedo ayudar en algo? — Me atreví a preguntarle.
Me sorprendió al arrojarse a mis brazos buscando un poco de consuelo.
—Lo siento — dijo ruborizada al darse cuenta que se había refugiado en los brazos de un desconocido.
—No te preocupes, permíteme ayudarte.
La tomé de la mano y caminamos juntos, a partir de ese día nos volvimos inseparables, nunca le pregunté por qué lloraba y ella nunca me lo dijo.
Un mes después me atreví a besa