Decidí reunirme con Ayala. Luces brillantes la rodeaban; parecía radiante, ajena a la crisis de Grupo M. Tal vez seguía bajo la protección de Javier o ya había encontrado un reemplazo.
Sin rodeos, le pregunté:
—Señorita Heras, ¿aún piensas casarte con Javier?
Sin el temor que mostraba ante él, Ayala respondió con una sonrisa:
—Por supuesto, si ya lo sabes, no tengo nada que ocultar. Javier es mi mejor carta y no lo soltaré.
Me pregunté cómo reaccionaría Javier al enterarse de su opinión sobre él. No discutí su lógica, solo le advertí:
—Sabes cómo está Grupo M. Puedo ofrecerte más de lo que crees. Si decides casarte con Javier, tendrás que compartir sus bienes, pero también sus deudas.
Su sonrisa se desvaneció; la incertidumbre se reflejó en su rostro. Le pregunté:
—¿Has visto "Titanic"?
—¿Qué quieres decir? —Frunció el ceño.
Sonreí y miré a sus ojos:
—En un barco que se hunde, no hay buenos asientos.
Ayala, con su astucia habitual, comprendió. Tras un largo silencio, ya había tomado su