Capítulo siete. Ese diablo únicamente es de tu infierno

—¡Voy a irme al infierno! —rio Andy mientras salían del ascensor.

—Y con suerte vas a encontrarte con que Thiago es el mismísimo diablo —respondió Amber con cierta diversión en su voz.

—Oh, no querida, ese diablo únicamente es de tu infierno —se burló descaradamente.

—Eres terrible, Andy.

—Lo sé, pero me amas —aseguró la joven colgándose de su brazo. Después de todo, uno nunca podía saber quiénes podían estar viéndolas.

—Buenos días, señorita Preston, soy Ramiro, el chofer de la señorita Andy —el hombre, impecablemente vestido y con toda amabilidad, les abrió la puerta del auto para que pudieran subirse.

—Solo Amber, Ramiro, somos compañeros de trabajo —dijo Amber subiéndose encantada, era la primera vez que usaba el servicio de Rent-Cars como cliente, las otras dos experiencias no contaban.

—No podría señorita, usted es la asistente del señor Montgomery —respondió el hombre con respeto.

—Solamente son nombres, Ramiro, por todo lo demás trabajamos para la misma empresa y tenemos el mismo jefe —“El mismo arrogante y estúpido jefe”, pensó con enfado.

—Bien, entonces a donde desea que la lleve Amber —dijo el hombre un tanto más animado, pero sin tutear.

—No lo sé, no he estado en la ciudad en dos años, ¿Qué nos recomienda usted? —preguntó más animada, olvidándose del ardor en su mano y, sobre todo, olvidándose de cierto moreno, ojos como la noche y genio del infierno.

—Conozco una cafetería por aquí cerca, el señor Montgomery, suele almorzar todos los días allí, ¿le parece una buena idea? —preguntó y antes de que Amber pudiera responder fue Andy quien lo hizo.

—¡Nos encantaría!

Amber la miró como si le hubieran salido dos cabezas. Ella quería comer tranquilamente sin encontrarse con los ojos de Thiago, ¿por qué le hacía eso?

—No quiero verlo —musitó tan bajo que casi le fue imposible a Andy escucharla.

—¿Qué has dicho? —preguntó mirando la ciudad desde la ventana.

—Que no quiero verlo, he tenido suficiente de él por hoy.

—No pienses en él, y si llega a la cafetería ignóralo, sé muy, pero muy malditamente cariñosa conmigo —le sugirió Andy.

Amber frunció el ceño, ellos eran muy cariñosas, incluso se daban uno que otro beso de pico, pero no había nada más entre ellos que una maravillosa y magnífica amistad. Pero no podía negar que Andy era una mamá gallina con ella.

“Besará el piso por donde caminas, te lo aseguro”, recordó las palabras dichas por su amiga. ¿Realmente Andy estaba decidida a cumplir con su promesa?

Amber espabiló cuando Ramiro estacionó frente a una linda cafetería al más puro estilo parisino.

—¿Es aquí? —preguntó y Ramiro, asintió.

—Sí, la dueña es una hermosa francesa, muy amable, por cierto —dijo bajándose del auto y abriendo la puerta para Andy y para Amber.

—Muchas gracias, ¿Vienes con nosotras? —preguntó Andy, pero Ramiro negó.

—Se lo agradezco, señorita, pero estoy en horas de trabajo y no quiero tener problemas con el señor Montgomery si entra y me ve sentado con ustedes —dijo con cierta vergüenza.

—¿Y tú hora de almuerzo? —Esta vez fue Amber quien preguntó.

—Comeré en el auto, no se preocupe por eso —aseguró el hombre, pero Amber negó.

—Ven con nosotros —pidió. Pero el hombre amablemente rechazó la invitación, había protocolos que no podía permitirse olvidar.

—Deja, Amber, debes respetar su decisión, ¿no hay problema en que entres y pidas algo de comer? —preguntó Andy.

—Por supuesto que no, señorita —respondió ya muy apenado por negarse.

—Entonces ven y puedes comer en el auto, pero no te atrevas a rechazarnos nuevamente —dijo con una sonrisa que tranquilizó el corazón de Ramiro.

—Gracias, así lo haré.

Andy sonrió satisfecha por haber arreglado la situación con el chofer y tomó a Amber del brazo para entrar a la cafetería.

—¡Wow! Debo admitir que es como estar en París, ¿sientes el aroma exquisito del café? —murmuró Andy cerrando los ojos, presa de placer.

—Huele delicioso, pero si quitaras esa cara orgásmica sería mejor —se burló Amber sabiendo lo mucho que Andy disfrutaba del café francés.

—Vete al infierno —le gruñó en tono bajo.

—Créeme que estoy allí —le aseguró.

Y Amber no estaba tan lejos de la verdad, cuando los ojos negros y fríos de Thiago se posaron en ella.

Thiago apretó los puños con disimulo, ¿Es que no había otro sitio al que la pareja pudo haber ido a comer? ¿Por qué precisamente tenía qué ser dónde él comía? Por un momento estuvo tentado a girar sobre sus talones y salir de la cafetería, pero… ¿Por qué diablos tenía que hacerlo?, a él le daba completamente igual si estaban o no, si eran novias o no.

Con un poco más de fuerza de lo normal, haló la silla y se sentó.

—¿De malas hoy, señor Montgomery? —Saludó la joven francesa.

—Lo siento Charlotte, ha sido un día terriblemente pesado —se disculpó.

—Comprendo, no siempre se tiene días geniales, ¿Lo mismo de siempre? —preguntó la joven y él asintió.

—Por favor, si tienes un whisky también te lo agradeceré —dijo y la dueña de la cafetería asintió.

Los siguientes cuarenta y cinco minutos, fueron un verdadero tormento. Thiago no pudo dejar de mirar a la pareja. Su comportamiento era obsceno y falta de respeto para los clientes del lugar y estuvo intentando no ponerse de pie y gritarlo. Sin embargo, parecía ser él, el único en darse cuenta de esas actitudes poco decentes.

Sin poder comer un solo bocado más ante lo que venía, pagó la cuenta y salió sin volver a mirar atrás.

—Cuando mi asistente salga, dile que me tomaré la tarde libre y que no es necesario que regrese a la oficina —le dijo a Ramiro al verlo esperando recargado sobre el auto.

—Se lo haré saber señor —dijo el hombre, pero ya Thiago había puesto el motor en marcha y acelerado el auto, como si miles de demonios vinieran detrás de él.

Thiago volvió a la oficina y lo primero que hizo fue tomar un whisky mucho más fuerte, lo necesitaba.

—¿Qué demonios te pasa? —se preguntó mirando la ciudad de San Francisco desde las alturas—. ¿Qué puede importarte la vida amorosa de Amber Preston? —volvió a preguntarse. Había tantas otras preguntas que de nada servía hacerse, pues carecía de respuestas lógicas para su jodido comportamiento.

Con frustración volvió a su escritorio y se sumergió en el trabajo. Debía ocupar su mente y dejar de pensar en cosas estúpidas. Y lo habría logrado malditamente bien si Amber Preston no hubiese abierto la puerta sin llamar.

—¿¡Nadie te enseñó a tocar la m*****a puerta!? —gritó al verla parada con la mano sobre el pomo y tan ridículamente quieta como si fuera una estatua.

—¡Creí que te habías tomado la tarde libre! —exclamó en respuesta y se sintió idiota. ¿Cómo no fue capaz de pensar que el tipo estaba tratando de evitarla?

—¡Y yo creí haberte dado la tarde libre! —rebatió Thiago viendo lo roja que seguía la mano de la joven y la culpa volvió a golpearlo.

—Lo siento —esas dos palabras pronunciadas por Amber lo sorprendieron. ¿Por qué m****a se disculpaba? — Olvidé mi libreta y es importante para mí —dijo señalando la libreta sobre el mueble cafetero en una esquina de la habitación.

—¿Y qué esperas? ¿Quieres que te lo lleve? —preguntó bruscamente al verla parada en el mismo lugar.

—No, señor —“señor” esa m*****a palabra de nuevo hizo al hombre apretar los dientes.

Thiago se puso de pie como un rayo, vio a Amber dar un paso atrás y de alguna manera eso le agradó, es más, sintió algo dentro de su cuerpo regocijarse.

—¿Qué-qué haces? —tartamudeó Amber.

Thiago no respondió, es más, ni siquiera pensó en sus acciones y haló la mano sana de Amber y la llevó hasta la silla detrás de su escritorio.

—¿¡Qué te pasa!? —preguntó Amber, pero fue ignorada completamente por Thiago.

El hombre la miró por un largo momento sin responder y es que no pensaba decirle ni una sola m*****a palabra, tomó la pomada de aloe vera que dejó antes en el escritorio y con voz dura habló:

—Dame tu mano —era una orden y Amber lo sabía, quería revelarse. Quería y deseaba enviarlo al infierno, ponerse de pie y salir en tromba de la oficina. Pero contra toda buena razón se vio extendiendo su mano hacia él.

—La que está herida, Amber —le pidió.

Amber sintió un extraño frío recorrer su espalda por la manera en la que había pronunciado su nombre, como si arrastrara las palabras.

—Lo siento —respondió y se sintió una completa idiota. ¿Por qué se estaba disculpando?

Thiago no dijo nada y tomó la mano herida entre las suyas, muy seguro de que no iba a suceder nada, pero el simple roce le hizo estremecer.

—¿Te arde? —preguntó de repente, Amber se sintió incapaz de responder ante aquella sutil caricia. ¡Solo te está poniendo pomada, idiota!, pensó. Pero, ni eso sirvió para frenar las emociones que sintió en su cuerpo, cada vez que la yema de los dedos pasaba sobre el dorso de su mano. Fue como enviar una descarga eléctrica a su coño y empezó a humedecerse para su vergüenza.

Thiago la vio sonrojarse y la duda lo asaltó. ¿Era por lo que estaba haciendo o es porque estaba pensando en su novia? Ella también le había dado sus atenciones. Recordar aquello solo le hizo apretar los dientes con fuerza y recordar aquel beso fue mucho más terrible.

Thiago la miró por un breve momento antes de halar la mano de Amber con fuerza.

—¡Maldi…!

Amber no fue capaz de terminar la frase, porque sus labios estaban siendo besados por Thiago. La muchacha abrió los ojos y un segundo después se dejó llevar.

Era un beso fiero, no había nada dulce o tierno en él, no, esto era pura masculinidad y testosterona luchando por la supremacía.

Amber sintió cómo la lengua de Thiago saqueaba su boca, hasta golpear su garganta, exactamente no supo en qué momento sucedió, pero solamente fue consciente de que estaba técnicamente montada sobre Thiago y su duro pene golpeando su pierna.

“Maldito infierno”, pensó y antes que pudiera pensar. Amber se apartó de Thiago y estampó su mano en el rostro moreno.

—¡Para que no me culpes de tus insanos deseos! —gritó furiosa antes de salir de la oficina.

Thiago miró fijamente un punto vacío en la nada. Preguntándose ¿Qué carajos había hecho?

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