Me desperté temprano al día siguiente. Sintiéndome sofocada en casa, decidí caminar hasta el lago cercano.
Para mi sorpresa, apenas llegué al lago, vi a Camilo y Nadia pescando alegremente.
Al verme, Nadia agitó su mano hacia mí:
—¡Lina! ¿Qué haces aquí? ¡Ven a pescar conmigo!
Camilo, después de verme, desvió la mirada inmediatamente sin saludarme.
Arrastrada por Nadia hasta la orilla del lago, me quedé allí de pie mirándolos reír y conversar.
Era la primera vez que veía a Camilo tan feliz, algo que nunca había mostrado cuando estaba conmigo.
El dolor en mi corazón desaparecía gradualmente, pero aún sentía una acidez en mi garganta.
Mientras Nadia pescaba, Camilo se me acercó y susurró:
—Lina, ¿por qué te haces esto? Sé que me amas, ¿no te duele estar aquí?
—Creo que estás malinterpretando.
—¿Malinterpretando qué? Pensé que ya habíamos aclarado todo. Espero que cumplas tu palabra y no le digas a Nadia...
—Camilo —lo interrumpí—. Eres demasiado arrogante. No vine a buscarte intencionalm