Mi Amada Tentación
Mi Amada Tentación
Por: Eridania J. Reinoso
Casualidad

«Y debo decir que confío en la casualidad de haberte conocido».

Julio Cortázar

¿Alguna persona puede decir que no se ha dejado tentar por un pecado irresistible? Bueno, en esta ocasión yo fui la tentación disfrazada de mujer que lo hizo pecar. ¿Qué es el destino? ¿Una casualidad que te pone en el lugar y el momento correcto? O ¿Una madeja de lana que va entretejiendo tu historia y de la que no podemos escapar? Sea lo que sea, bendito sea el destino que me llevó hasta él.

Eran las 4:15 p.m. y estaba atrapada en el tráfico de la autopista 826. «¡Bendita ciudad de Miami y sus horas pico!», pensé furiosa mientras miraba los vehículos a ambos lados del taxi. «¿Por qué a todos se les ocurre salir de sus trabajos justo cuando me dirijo al aeropuerto? No puedo perder mi vuelo, estas son las vacaciones de verano que más he esperado y no permitiré que el tráfico las arruine».

—¿No hay un atajo que pueda tomar? Necesito llegar al aeropuerto con urgencia, señor —le expresé al taxista haciéndole notar con el tono de mi voz que me urgía llegar.

—La única manera de salir de aquí es que a mi auto le salgan alas, miss[1] —contestó con sarcasmo, mientras me daba una sonrisa burlona que vi a través del retrovisor.

Repetí en mi mente su número de unidad para no volver a llamarlo. En momentos así me enojaba que mi madre le aterrara tanto manejar en la autopista y que yo, teniendo mi propio auto, tuviera que aguantar los comentarios de un taxista mal educado. Debí haber tomado el metro, pero la incomodidad de una maleta de mano en medio del tumulto de personas que siempre llevaba, no era una idea muy agradable para mí. Así que tomar un taxi era mi única opción.

Aunque ahora que lo pienso bien, con la única persona que debo estar enojada es conmigo, pues si de alguien es la culpa de que se me haya hecho tan tarde es mía. Me había trasnochado y no tuve tiempo suficiente para prepararme. Para poder hacer este viaje tuve que sacrificar mis preciadas horas de sueño planificando cada detalle y tratando de terminar a tiempo todos los reportes de calificaciones de mis estudiantes.

Por las prisas no me he presentado, pero ya se habrán dado cuenta de que soy maestra. Enseño hace cuatro años y en la actualidad trabajo en Saint Timothy Middle School en Westwood Lakes en el condado de Miami Dade. Mi nombre es Elizabeth King–López y tengo veintiséis años. Soy del tipo de persona que por lo regular tiene un rostro serio y ello me ha ayudado a mantener la disciplina en el aula, pues los chicos respetan mi cara de pocos amigos. Aunque también soy lo bastante flexible para escucharlos y mostrarles mi aprecio.

Hoy en la mañana fue la entrega del reporte de calificaciones y algunas de las madres hablaron largo y tendido conmigo sobre el avance de sus hijos y su deseo de que les acompañara en el próximo curso. Además, no pude escapar del almuerzo de fin de año del personal docente, pues Principal[2] Becky me había encargado la maestría de ceremonia. Por tanto, apenas tuve una hora y media para empacar y ducharme rápidamente. Sin embargo, casi podía gritar de la emoción porque por fin finalizó el año escolar y comenzaron las vacaciones de verano. Este había sido un año escolar intenso, y merecía unas buenas vacaciones lejos de las aulas y respirando el aire fresco de otro país donde absolutamente nadie me conozca.

Mi viaje de ensueño sería a Grecia. Desde la primera vez que escuché hablar de la mitología griega, quedé fascinada y había soñado desde entonces con visitar este enigmático lugar, cuna de la civilización y de la que con tanta pasión les hablaba a mis estudiantes. Sin embargo, por diversas situaciones no había podido emprender mi soñado viaje. Primero, la enfermedad y posterior muerte de mi padre tres años y medio atrás, las enormes cuentas sin pagar, la hipoteca de la casa de mis padres y mi apartamento. En fin, el dinero de mi empleo sólo me alcanzaba para saldar deudas y no morir de hambre. Por suerte, mi madre, que había sido maestra, vivía de su pensión y de vez en cuando daba clases privadas de español a hijos de cubanos en Hialeah. Por tanto, no tenía que preocuparme de ella en ese sentido. 

Pero la postergación de mi viaje fue hasta mediados del año pasado. Después de tantas vicisitudes decidí que era tiempo de hacer realidad mis sueños y ahorré todo el dinero que pude durante casi un año. Había planificado todo con mi ex novio Robert, como una oportunidad para encender la pasión y darle la ocasión de pedirme matrimonio, pero descubrí que me era infiel y terminé con él.

Robert indigno de mí, aunque mi madre pensaba lo contrario. Él era el único al que Isabel López no le había encontrado defectos. Decía que era perfecto para mí pues compartíamos la misma profesión. «Una maestra no se puede dar el lujo de tener a cualquiera a su lado», me decía todo el tiempo. Yo también creí que Robert era el indicado y la presión social de tener pareja no me dejó ver que se acercaba un golpe bajo y doloroso.

Me considero una mujer independiente y capaz de vivir sin el apoyo de un hombre, pero esta traición me hirió en lo más profundo de mi ser y fue devastador para mí. La peor parte era que tenía que verle la cara todos los días en el trabajo, pues era el profesor estrella de Educación Física del colegio. Además, tenía que soportar que me acosara insistiendo en que no había sido su culpa y que lo perdonara, pero mi orgullo herido jamás lo haría. Me había humillado delante de todo el colegio.

La rabia y la tristeza me aconsejaban que cancelara mis vacaciones, pero por casualidad de la vida recibí la llamada de una vieja amiga llamada Camila D’Angelo, quien vivía en Italia. En minutos la atosigué con mi tragedia.

—Amiga, no debes cancelar tus vacaciones por un hombre que no vale nada —señaló con su adorable acento italiano—. Tienes que sacudir esa tristeza y demostrarle que puedes seguir sin él. Tienes toda una vida por delante.

—Es que ya no tengo ánimos de nada. Yo tenía tantos planes, y muchos los organicé pensando en las actividades que nos gustaba hacer a ambos —repliqué controlando mis lágrimas. Aún me dolía su traición.

—Entiendo, Eli. Pero no arruines tus sueños por alguien que no lo merece. Tú vales más que eso. Ahora puedes organizarlas de acuerdo a lo que a ti te gusta hacer —Y añadió como si viniera a su mente un grandioso pensamiento—: ¿Sabes qué? se me ha ocurrido una idea y no quiero que me digas que no. —Noté mucho entusiasmo en su voz, aunque normalmente ella siempre estaba llena de energía. Éramos dos polos opuestos: Yo la seriedad encarnada y ella la alegría.

—Anda, cuéntame. Te escucho —le dije impaciente y curiosa a la vez. Uno nunca sabía qué locuras se le podían ocurrir a Camila, pues era muy creativa.

—Este verano mi hermano Cristiano viene a visitarme a Italia. Había pensado salir unos días con él a conocer lugares y pasar tiempo juntos antes de que se vaya a visitar a nuestros padres en Nápoles. Sería fantástico si nos vamos de vacaciones los tres y visitamos esos lugares enigmáticos y viejos que tú tanto amas. Sé que a Cris le gustará la idea y yo puedo sacrificarme por ti. —Soltó una carcajada—. De esa manera no te sentirás sola y prometo que te divertirás mucho con nuestra compañía. ¡Será fabuloso!

Por un momento guardé silencio. La idea era genial, pero la parte de que su hermano fuera con nosotras no era de mi agrado. No lo conocía en persona. Sólo tenía un vago recuerdo de una fotografía de un chico delgado y con acné, que pertenecía a una orden religiosa y que actualmente era misionero en un país de África. Su hermano le hacía honor a su nombre y lo más probable es que trataría de censurar mi comportamiento y pretender que actuemos como buenas creyentes. Francamente, lo que menos quiero en este momento es a un curita sermoneándome. Quiero ser libre y hacer lo que me plazca por una vez en la vida, pues ser maestra conlleva seguir un código de moral muy estricto y me he reprimido por mucho tiempo.

—¿Sigues ahí, Eli? —insistió Camila.

—Perdona Cami, me distraje. Tu idea es maravillosa. ¡Me encanta! —exclamé con un falso entusiasmo, aunque mi deseo de hacer el viaje y tener compañía había renacido—. Con tan buenos acompañantes me animo; además, podremos vernos y ponernos al día. Desde que regresaste a Italia no nos hemos visto y sabes que te he extrañado mucho.

—¿Ves? No puedes negar que tengo ideas fabulosas.

—Así es. ¡Salve Camila! Eres la mejor. Iré a la Iglesia y encenderé una vela por ti —bromeé riendo.

—Quiero seguir hablando contigo, pero esta empresa no se maneja sola, así que luego nos hablamos y nos ponemos de acuerdo. Verás que la pasaremos muy bien. Yo me organizaré para dejar todo listo en la empresa y que nada ni nadie me moleste.

—Ok. Amiga, gracias por el apoyo, lo aprecio mucho.

—Para eso estamos las amigas, Eli. Besos para tu madre. Dile que extraño el flan de coco.

—Se lo diré, Camila. ¡Bye!

—¡Ciao!

5:05 p.m. llegué al aeropuerto y me lancé tan rápido del taxi que casi olvido pagarle al mal educado conductor, que no escatimó esfuerzos en lanzar su sarcasmo contra mí. Una mirada molesta fue mi propina por sus servicios. Arrastré mi maleta de mano y fui corriendo por los interminables pasillos como loca desenfrenada tratando de esquivar la multitud con sus enormes equipajes, hasta que sucedió lo más predecible: choqué con alguien con tanta fuerza que le hice perder el equilibrio y cayó al suelo de espalda y yo amortigüé el impacto sobre él.

Mi cara quedó justo frente a la suya y pude admirar por un momento la miel en sus ojos, su piel bronceada, su barba bien arreglada, y la bondad que irradiaba su expresión. No estaba enojado, me sonreía y era la sonrisa más hermosa que había visto. Una de mis manos estaba sobre su pecho y podía sentir la firmeza de sus pectorales, mientras que una de mis piernas rozaba su entrepierna. Pero lo que más me impactó fue el olor de su perfume que funcionó como un verdadero afrodisíaco para mí. Creo que algo en mí provocó el mismo efecto en él porque me miró con una expresión embelesada que reprimió al instante.

Había atropellado a la encarnación de Adonis y todavía no pisaba tierras griegas. Estaba fascinada. Ese hombre me había desarmado totalmente en un instante y no dejaba de sorprenderme, ya que yo no era fácil de impresionar. Me quedé sin palabras y no supe qué decirle, hasta que él intentó levantarse.

—Puede usarme de colchón todo lo que quiera, pero creo que llamamos demasiado la atención.

Reaccioné y me moví de encima de él a toda prisa con el rostro rojo de la vergüenza que me causaba mi propia estupidez. Realmente estaba marcada por la moralidad y la ética que conllevaba mi profesión y pensar que ese hombre me considerara una mujer provocadora me pareció inconcebible.

—Lo siento, señor. Ha sido mi culpa. Las prisas no son buenas consejeras —le dije de inmediato tratando de recuperar la cordura.

—Descuide, miss, no ha sido nada. Yo también estaba distraído y por eso no la vi aproximarse —me contestó mientras me ayudaba a poner de pie y me daba mi maleta y mi bolso, que habían caído junto conmigo.

Percibí en su voz un acento extranjero, pero su inglés fluido lo disimulaba a la perfección. Cuando estuvimos de pie pude admirar mejor su contextura física, su cuerpo esculpido, su cabello negro brillante, su altura y su porte elegante e imponente. Vestía camisa manga larga y pantalones negros y debía tener unos treinta y tantos años. Físicamente era perfecto para mí. «¿De qué estás hablando, Elizabeth? No sabes quién es este tipo», me dije, «Pero qué importa. Si quieres, tómame y llévame contigo a donde quieras. Serías el remedio perfecto para olvidarme de todo y empezar de nuevo».

—¿Está bien, miss? —regresé a la realidad y el color rojo se encendió en mis mejillas al darme cuenta de que tenía la boca abierta, mientras tenía mi pequeña fantasía con este hombre divino.

—Ah… yo… eh… estoy bien… Gracias por su ayuda. —Le sonreí tontamente y me sobresalté al recordar lo tarde que era y añadí—: Llevo prisa. Lo siento otra vez, no quise derribarlo.

—Que tenga buen viaje. Espero que no derribe a nadie más. —Volvió a sonreír y enloquecí con los hoyuelos que se le hacían en las mejillas.

—Gracias…

Apreté la manija de mi maleta y me alejé de él rápidamente, pues si continuaba cerca de este peculiar hombre terminaría haciéndole propuestas indecorosas a ese desconocido y perdería mi vuelo. Sin embargo, unos metros más adelante me sentí miserable por no preguntarle su nombre, pero ya era tarde. Miré hacia atrás y ya no estaba, se había esfumado entre la muchedumbre. Lo más probable era que esta casualidad de coincidir jamás se repetiría, pues estaba en un aeropuerto internacional y quién sabe si vivía en Miami o regresaba a su casa en alguna parte del mundo. Y ¿si este Adonis era el amor de mi vida y lo dejé escapar? ¡Qué vida tan cruel! Aunque algunos creen que lo que es para ti, tarde o temprano toca la puerta. Es un lástima que no crea en el destino.

Cuando llegué al stand de la aerolínea, ya no había nadie en la fila y la señorita que me atendió me apuró un poco, pues el avión estaba a punto de despegar. Otra vez emprendí la carrera hasta llegar a mi puerta de abordaje. Sólo cuando estaba dentro y sentada en el avión, pude respirar tranquila y aproveché para hacer memoria de todo lo que puse en la maleta, esperando que no me faltara nada. «Pasaporte, seguro de viaje, itinerario, desodorante, interiores para toda ocasión, tampones, el vestido azul, las zapatillas de tacón fino, el traje de baño…»

En pocos minutos el avión se dispuso a alzar el vuelo. Una gran alegría desbordaba mi corazón mientras el avión se elevaba, y sonreí mientras la mujer a mi lado cerraba los ojos y apretaba los dientes.

Por fin comenzaba mi aventura. Decidí que todas mis amarguras las dejaría en Miami y, a partir de este momento, sería una mujer diferente y viviría este verano como si fuera el último. Incluso, a mis estrictos códigos morales, les daría un descanso y no pondría límites exagerados a la vida. Nada ni nadie me robarían esta oportunidad de olvidar mi tristeza y decepción, y vivir como nunca lo había hecho y, quién sabe, tal vez en el transcurso de estas vacaciones veraniegas encontraría el amor de mi vida.

***

25 de junio del 2018

Aeropuerto Internacional de Miami, Florida

Conocí a una mujer.

Es una forma estúpida de darle comienzo a un diario. Y creo que llamarlo «diario» no es la manera más adecuada de decirle a lo que sea que estoy haciendo. Mejor le diré bitácora. Suena masculino y no como la dramática vida de un adolescente. Todavía no estoy convencido de escribir, pero fue la condición de mi terapeuta para darme el alta. «Eres muy racional y práctico. Eso impide que hables de tus sentimientos y debes conectarte más contigo. Además, tienes una predisposición a poner a los demás antes que tu propio bienestar», me dijo para convencerme. No entiendo cómo escribir lo que siento me ayudará a superar lo ocurrido. En fin, tomaré esta bitácora como una tarea ineludible.

Volviendo a mi frase de inicio. Conocí a una mujer cuando llegué al aeropuerto. Iba muy aprisa y me derribó cayendo sobre mí. No era una mujer despampanante, mas bien, era del tipo sencillo. No estaba maquillada, pero no lo necesitaba pues su belleza natural era suficiente. Lucía seria y una pequeña arruga se dibujaba entre sus cejas y en cierta forma me pareció agradable. Por un momento, nuestras miradas se encontraron y pude apreciar el verde avellana de sus ojos. Su jean apretado moldeaba muy bien su figura y no resistí la tentación de verle el trasero cuando se alejó de mí. Sin embargo, su físico no fue lo que más me llamó la atención, sino la reacción que provocó en mí. En cuanto mi olfato percibió su dulce olor corporal, tuve una lucha interna instantánea y temo que ella lo advirtió, pues se sonrojó.

Nunca me había ocurrido algo así. Tengo años de entrenamiento para no sucumbir ante la belleza femenina, pero esa mujer derribó todas mis defensas en segundos y no lo entiendo. Estaba avergonzado pero me mantuve sereno. Por suerte no se dio cuenta quién era yo, de lo contrario me habría creído un pervertido. Temí preguntarle su nombre, pues no quería alargar las cosas y atormentar mi existencia con su nombre en mis momentos de debilidad.

Luego de verla alejarse a prisa, me encontré con un bulto en el pantalón que llamaba demasiado la atención. Así que tuve que meterme al baño más cercano y aliviar la tensión con la que me dejó esa desconocida. La culpa de esto ha de tenerla el tiempo que he tenido de ocio. Bien dicen que es el padre de todos los pecados. Gracias a Dios que jamás volveré a verla, pues en este momento de mi vida no necesito que se sume otra complicación. Esta mujer resulta peligrosa para mí, pues desató en un instante, el acto que he reprimido durante tanto tiempo. Sin embargo, no puedo evitar sonreír por el hecho de haber coincidido con ella, pese a que no debería.

En fin, hoy dejé que una parte de mí se manifestara. La terapeuta estaría orgullosa de mí si supiera que expresé mis sentimientos con tanta magnitud. No obstante, ni siquiera este momento grato con la desconocida alivia la presión que tengo en mi pecho. En pocas horas tengo que enfrentar mi realidad y debo hacerlo con altura para que nadie tenga que pagar por mis errores.

[1] Inglés: Señorita.

[2] Inglés: Directora

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