El cielo estaba teñido de un profundo azul violáceo, salpicado por las primeras estrellas que aparecían tímidamente sobre nosotros. El aire de la noche era limpio, cargado de un aroma a tierra fresca y bosques en calma. Me encontraba de pie en el centro del claro sagrado, con Kaesar a mi lado. A pesar de toda la fuerza que siempre irradiaba, podía sentir en él esa vibración contenida, ese respeto solemne por lo que estábamos a punto de hacer.
La Colina de la Luna, el lugar sagrado de toda ceremonia con la luna como testigo, brillaba con su resplandor plateado en el cielo, iluminando todo a nuestro alrededor y bendiciendo esta noche que marcaría el inicio de una nueva era.
Frente a mí estaba él: Kaesar, mi Alfa, mi compañero y la otra mitad de mi alma. Vestido con una túnica ceremonial negra, bordada en plateado y que simbolizaba su linaje, se mantenía firme, sus ojos reflejando el poder de Kian, su lobo. Este vínculo no era solo entre nosotros, sino también entre él, Kian, y mi lo